Optimizar el verano

Para comunicar siempre hay un instante de acierto, de conveniencia. Ya ha llegado. Es el momento. Hemos esperado mucho tiempo, y ya es hora de tomar la iniciativa. Imagino que siempre hay una oportunidad para dar con aquellas claves que nos podrían hacer perpetuar una amistad sin condiciones, que es la auténtica, la verdadera. Pienso que el verano, por su apertura calurosa de nuevos frentes objetivos y subjetivos, bien puede ser el momento. ¿Por qué no? Hay un océano de sensaciones que podemos experimentar, así como cientos de oportunidades para curar heridas y aprovechar el ritmo cotidiano que, a veces, por repetido quizás, no lo vemos como un admirable milagro existencial.

Llega ese estío que nos hace menos previsores. Vivir el momento es, en realidad, eso, vivir. No hay que dar más explicaciones, y en eso el verano puede ayudar. Supongo que también otras estaciones y etapas. El movimiento, y más cuando nos sentimos libres, se demuestra andando.  Giremos, pues, las manillas del reloj para que esté a nuestro favor, para que no demoremos esas medidas de comunicación bondadosa que nos podrían regalar lo que nos viene otorgado en plenitud cada día, aunque no lo veamos.  Ése ha de ser nuestro empeño: divisarlo. Cada segundo es un cimiento para ese aprendizaje que nos ha de armar de valor y de coraje para propagar los mejores sentimientos.
El horizonte que divisamos, aunque lejano en ocasiones, nos ha de servir para otorgarnos ese afán de superación que nos invitará a tomar las cosas con calma, tal y como vienen. Aprendamos de los errores. Debemos convenir que es posible ir con menos prisas. Despejemos esas incógnitas que llevan demasiado tiempo ahí sin que nos atrevamos a deshojarlas. Admitamos que el diálogo, que la conversación quieta y con calma, puede contribuir a mejorar los fines, sean éstos los que fueren, que tampoco deben ser muchos.
El divertimento es, igualmente, cosa del verano, si bien debería serlo de todo el año. No lo olvidemos, y, si hay que repetirlo, pues lo decimos una y otra vez. Los días son más largos, y las temperaturas ayudan a que salgamos más a la calle a contarnos lo que sentimos y cómo lo sentimos. La aventura de la vida adquiere más tintes y reflejos en esta etapa del año, en la que parece que salimos de una cierta ensoñación. Presentemos otros pronósticos. Tengamos en cuenta esas nuevas perspectivas que solventan los equívocos y las carencias de antaño.
Busquemos también la alegría que es consustancial a los días con más horas de luz del Sol. Acatemos las normas no escritas de la convivencia placentera y jovial. Nos hemos de animar para explorar nuevos territorios, o los mismos de siempre, que no rentabilizamos como deberíamos. Es el verano, y en él somos más nosotros, o lo parecemos, y, si lo parecemos, hemos de serlo. Conviene que nos armemos con esos instrumentos pacíficos que son los buenos propósitos y los afanes de convivencia y de solidaridad, amén de la determinación de fomentar y de compartir la dicha y el contento por estar vivos, sobre todo, porque ahora lo es, en verano. ¿A que es una suerte? Optimicemos tiempos y ventajas, que no disponemos de tantos recursos como pensamos.  Traslademos las ideas al contexto de los eventos en los que nos sentimos, porque lo somos, los protagonistas.