La sociedad chilena tiene en Jorge Edwards a un cronista de excepción. La obra de este ex–diplomático –lo fue con el gobierno de Allende- que compartió trabajo con Pablo Neruda en el París de los años 70 y que se convirtió en persona non grata –así tituló su libro sobre aquellos sucesos- a los ojos de Fidel Castro tras haber confraternizado con su revolución, está trufada de su propia experiencia y de los avatares de sus compatriotas. Como las de la mayoría de buenos escritores, Sus obras son él y su circunstancia, aderezado todo, eso sí, por una portentosa imaginación fruto de alguien aficionado desde niño a las historias.
Para Edwards los premios no aseguran la inmortalidad: él ya la alcanzó desde que hace más de 35 años se convirtió en autor respetado por la crítica y preferido por miles de lectores. A pesar de ello, el 24 de agosto de 1999, un orgulloso Jorge Edwards recogió de manos del Rey Juan Carlos, el Premio Cervantes, la más alta distinción literaria que se concede en lengua española.