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Pedro Guerrero: pasión docente por la educación ecfrástica

María Teresa Caro Valverde

Universidad de Murcia

Texto íntegro leído por la autora en la presentación del libro “Memoria poética de Pedro Guerrero Ruiz”, el pasado 17 de abril en la facultad de Educación de la UMU

El libro Memoria poética de Pedro Guerrero Ruiz recoge una antología de poemas que él mismo ha seleccionado desde sus comienzos hasta el poemario más reciente. También una serie de estudios en homenaje a su obra artística y profesional, el primero de los cuales, escrito por mi compañero de mesa Joaquín Gris, recomiendo leer dado su valor biográfico, con añadidura de una biografía autocrítica y un álbum fotográfico familiar ofrecidos por el propio Pedro Guerrero. Además, hay un estudio mío sobre sus investigaciones en educación ecfrástica, referida a la capacidad de escribir literatura inspirada en obras pictóricas.

Estoy aquí por simpatía y admiración hacia Pedro Guerrero. Él es autor de numerosos poemarios escritos durante medio siglo y ya en el primero -prologado por Gabriel Celaya- recibió el Premio Nacional de Poesía “Vicente Aleixandre”; es maestro de lengua y literatura y catedrático emérito de nuestra universidad pública con una larga estela de conferencias en Estados Unidos y de tesis doctorales dirigidas; miembro correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española; primer Consejero autonómico de Educación y Cultura de la Región de Murcia; articulista incansable y amigo de tantas personas profundas y cabales en su arte social, como José Agustín Goytisolo, Ángel González, Caballero Bonald, Luis García Montero, Juan Luis Galiardo, Juan Diego, Fernando Rey, Fernando Fernán Gómez, José Sacristán y, sobre todo, los más inspiradores de su gesto bizarro: Rafael Alberti y Paco Rabal.

Quienes lo conocemos bien sabemos la poética que da causa a este gesto: la pasión.

La pasión es un sentimiento impulsivo irrefrenable que nace del carácter más hondo de la persona: el de los sueños de cada cual.

La pasión es un acto cognitivo vocacional que impulsa la libertad más genuina del ser humano: la que cría al duende en un espacio irreductible a la decisión y al velo rasgado.

La pasión no procura experiencias volubles, sino voluntarias y perseverantes hacia una esperanza sin dominio porque no es imperiosa ni decisoria, sino inspiradora y expansiva.

La pasión, cuando toca al poeta, convierte las palabras en entraña luminosa, y cuando toca al docente, convierte la enseñanza en educación. Y el poeta-docente ya no repite dogmas, sino que ensaya el ingenio, la auténtica dignidad del aprendizaje, el valor del estudiante para cambiar el mundo.

Este valor poético fue hermosamente cifrado en el lema pedagógico l´occhio se salta il muro de las escuelas infantiles de Reggio Emilia que asumieron como retos comunales aquellos profesores clave del cambio educativo en España en el contexto inaugural de la democracia. Uno de ellos, absolutamente enamorado de su proyecto en nuestra Región, es Pedro Guerrero Ruiz. De su magisterio salta el garabato de la alegría libre. La mirada feliz, preñada de expectativas investigadoras, que Pedro Guerrero siempre ha puesto en su trabajo es contagiosa porque prende chispas de optimismo inconformista. Muchos de sus compañeros de profesión universitaria damos testimonio de ello. Él supo tomar buena nota de aquel lema para inmunizarse contra las incongruencias de quienes hoy, por desgracia, practican pertinazmente la tecnocracia de los proyectos mal llamados “de innovación” desde modelos neoliberales que han sustituido vocación por eficacia, utopía por control y calidad por cantidad.

En las pupilas de Pedro Guerrero siempre ha brillado el destello de lucidez humanista de quienes han escogido sus sueños como fórmula de vida. Y la suya es la esperanza democrática del camarada que aprendió del arte más altamirano: el que ve poesía futura en la pintura de antaño e ímpetu imaginativo en cada estudiante.

Cuando lo conocí, a finales de los años 80, ambos éramos compañeros de licenciatura y doctorado en Filología Hispánica por la Universidad de Murcia y compartimos largas conversaciones en el Zalacaín con un ideario común, pues entendíamos la poesía como celebración fraterna.

Aquella arboleda perdida nos inspira incluso en esta maraña de hoy porque el arte y la amistad tienen fuerza interior de autenticidad compartida que se presentifica gozosamente, sin desasosiegos, pulsiones ni mimetismos, con una tenencia natural y saludablemente crítica.

Quienes tenemos la suerte de la amable compañía de Pedro en tertulias memorables sabemos que el signo ingenioso de su poesía se cifra en su diálogo formidable con la dignidad trascendente de las personas captadas en momentos habituales, incluso en la mesa de un bar sobre un papel cualquiera. Guardo algunos de estos poemas como oro en paño.

Con Pedro siempre vienen en concierto travesero las letras y los ojos de Paco, Eliodoro, Gabriel, Federico, Giacomo, y, sobre todo, Rafael, con quien tantas veces ha sido peregrino de tratados en verso henchidos con el rojo coraje, el azul salino y la cal blanca del pueblo. A la pintura (Poema del color y la línea), escrito por Alberti en la nostalgia bonaerense de las galerías del Museo del Prado, le marcó, como una brújula, la sensualidad del mundo: el impacto de Tiziano fue su lección primera, allí donde la pupila intuitiva aprende la experiencia de lo sublime y el correlato de lo mítico con lo cotidiano.

A Pedro Guerrero Ruiz se debe la audacia de interpretar tal poetología como una disolución de fronteras entre géneros artísticos por causa de sus sinestesias.  En 1990 defendió su Tesis Doctoral Pintura y poesía en Rafael Alberti. Recuerdo que el propio poeta del 27 acudió al evento en el Paraninfo de la Facultad de Letras de la Universidad de Murcia con el gozo del amigo de siempre. Y Pedro nos contaba que, en diciembre de 1971, recién publicados Los versos de Pedro Pueblo con ilustraciones de Alberti, viajó a Roma junto a su esposa, Juana Blanco Gil -maestra de raza por enseñar con la encarnadura de la autenticidad-, y estrecharon vínculos de camaradería con aquel y con María Teresa León en su casa de Via Garibaldi.

Y después vinieron los reencuentros en Madrid, Murcia, Águilas, Mazarrón, Lorca, y Cádiz hasta el día de su muerte. Pocas investigaciones doctorales han sido tan humanas, pues su admiración e indagación pertinaces por la pasión poético-pictórica albertiana tienen el sello del abrazo entusiasta y reiterado entre el investigador y el artista.

Nadie como nuestro primer catedrático de Didáctica de la Lengua y la Literatura de la Universidad de Murcia ha revelado el latido lírico-gráfico de Alberti en monografías, artículos y congresos que no mencionaré por ser internacionalmente conocidos. Sus investigaciones educativas han dejado huella perdurable en libros hoy imprescindibles para la cientificidad del área, dando rizomas semióticos a la teoría del intertexto lector y garantizando la estatura inferencial y heurística que, en esta sociedad del homo videns, reclama PISA 2023 como una necesidad interpretativa e inventiva inaplazable para luchar desde las escuelas contra la muerte del lector. Recomiendo, en este sentido, su monografía Metodología de investigación en educación literaria (el modelo ekfrástico), cuya intervención abarcó todas las etapas educativas. En especial, valoro la realizada en el Colegio Público Ginés Díaz-San Cristóbal de Alhama de Murcia con estudiantes de Educación Infantil, que contó con la ayuda experta de otra maestra de raza, Carmen Molina Giménez, también compañera asociada de esta Facultad. El conjunto de las publicaciones de Pedro Guerrero sobre el modelo ekfrástico de investigación en educación literaria lo han convertido en un referente mundial citado profusamente por investigadores reputados y es buque insignia de una línea incesante de estudios en el Grupo de Investigación Didáctica de la Lengua y Educación Literaria del que fue fundador e investigador principal durante una década.

La conciencia lúcida le llevó a escribir en el poema “A Gabriel Celaya” de Los versos de Pedro Pueblo: “Mas hoy, ¡qué difícil ser poeta, / Qué dura profesión de nada!”. Esa conciencia, digo, ha templado su fortaleza en el yunque del tiempo. De Pedro, antologamos en este libro la maestría de sus versos y agradecemos el sentido crítico de su docencia en las aulas, maestro de leer entre líneas para no ser ahorcado por una sola línea.

En su poema “Bestiario de ternura” dibujó su primer gesto de poeta: (de Poética del gesto, p. 249)

Y a eso de los quince, como una paloma,

Una mirada ausente se me quedó en la cara.

Leer aquí una selección de sus primeros versos de trinchera, y de sus otros poemarios Poética del gesto, Blanquizares de Lébor, Memoria de la luz, Cumbre del pájaro herido, Levedad de la ceniza y Debe ser el tiempo que hace hoy brinda la experiencia de intimar con una voz nacida por y para la compañía, que se reconoce maldita en tiempos de auras frías y que, entregada a la intemperie saturnal de la desmesura, saca fuerza de la melancolía buscando “un sendero vegetal de la palabra” (p. 58).

La pasión de Pedro Guerrero nace irrefrenable de su carácter siempre ilusionado con la poesía del mundo y de las personas. Por eso, halló en los versos de Alberti la coherencia de sus pasos. Por eso, siempre ha sido ese profesor especial que inspiró en sus alumnos un futuro solidario. Por eso, su profesión es vocacionalmente humana y sus publicaciones primeras y últimas son poemarios de un hombre siempre joven en su invención rebelde.

Bien merece ser Alumni quien, siendo profesor, tiene piel aprendiza. Viva esta paradoja como método en nuestro oficio, porque a quien investiga en el aula de poco le sirve su ombligo y de mucho asombrarse de cómo en la infancia nace la Facultad mayúscula. Así lo anotaste, Pedro, en una contribución de Congreso. Cito: “Realizando una experiencia poética en un centro escolar una alumna escribió: “Cuando escribo poesía parece que me salieran alas. Y vuelo”.

Un pensamiento sobre “Pedro Guerrero: pasión docente por la educación ecfrástica”

  1. Un ejercicio excelente de descripción de la personalidad del profesor Pedro Guerrero Ruiz al modo y estilo de prosa poética, adornado de un uso de la lengua propio del barroquismo más culto, de gran profundidad semántica y de exuberante riqueza filológica. Sorprende el modo de hilvanar los argumentos más insospechados, las conclusiones más atrevidas, notas que caracterizan a una persona que muestra un gran conocimiento del lenguaje, capaz de distorsionar el discurso poético hasta hacerlo encriptado y de irreconocible comprensión salvo para los más avezados filólogos. Enhorabuena, pocas personas están en condiciones de mostrar tantas habilidades, versatilidad y cualidades en una gran profesora del área de conocimiento de Didáctica de la Lengua y Literatura de la Universidad de Murcia. ¿Quién lo diría?

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