Pensar la esperanza hoy

Muchas han sido las citas de la filosofía en estos meses y buena parece ser su salud si a las actividades y publicaciones nos remitimos.Entre otras, deberíamos congratularnos por las continuas convocatorias de Emilio Martínez Navarro al Aula de Debate de la Universidad de Murcia, donde el Foro Ciudadano también ha tenido cabida para seguir removiendo muchas conciencias, y por una Sociedad de Filosofía que sigue reuniéndonos por noveno año consecutivo a su Semana de Filosofía, que en esta ocasión ha examinado las Variedades del escepticismo, contando con la sugerente presencia de Ernesto Sosa, Manuel Toharia y Gonzalo Puente Ojea, más que vital en estos tiempos necesitados de antídotos contra el fanatismo o la falta de voluntad.

La decisión de las categorías de la época actual no puede realizarse en una única dirección, analizar todas las corrientes de estos tiempos no es tarea fácil, pero sí que podemos pararnos a reflexionar en torno a un valor y acudir a algunas fuentes en busca de consejo e inspiración, siguiendo los pasos de Sócrates en busca de las Diotimas de hoy día. Ésta ha sido la intención de Manuel Ballester, quien este año ha sugerido sus Lecturas sobre la esperanza como nueva guía tras los pasos de autores que ya han transitado pacientemente esta senda. Y todo ello para hacerse esta pregunta: ¿tiene la desesperanza la última palabra? Una cuestión que quizás debamos hacernos todos y que estaba presente en las lecturas de las obras de Ernesto Sábato, José Luis Sampedro, Gabriel Marcel, Simone Weil, Imre Kertész, Remo Bodei y Claudio Magris. Recordando el último número de Campus, podríamos quedarnos con la actitud que reivindicaba este último al manifestar que hay que “levantarnos de nuevo y seguir luchando”, convertir las fronteras en puentes…

Sin duda, puede ser un terreno fértil y, no sólo eso, casi una obligación preguntarse hoy por la esperanza, algo que inevitablemente explotan los distintos mercaderes que se mueven en la sociedad, pero que tenemos ahora que concebir lejos de ingenuos progresismos e ilusiones sin memoria. Los lugares donde indagar pueden ser variados, porque efectivamente hay una corriente crítica dentro de muchos sectores a la que no es ajena una buena producción del arte de nuestros días. ¿Quién no se conmovió ante las fotos de Li Zhensheng en la Casa Díaz-Cassou y deseó otro mundo en el que no ocurrieran determinados hechos? ¿Qué cabe hacer ante un mundo de violencia? ¿Podemos abstraernos de lo que ocurre a nuestro alrededor? Cabello/Carceller ya nos recordaban el pasado verano en Verónicas que las nuevas identidades y nuestro futuro están “en construcción”, una idea también vigente en exposiciones tan destacadas como Laocoonte devorado, donde se indicaban pequeñas utopías realizadas bajo una lúcida sombra: las grandes narraciones ya no son posibles, por lo que se abre un camino destinado a despertar una conciencia crítica en el espectador en pos de una posible transformación social que vaya de abajo arriba. En el fondo, todas estas manifestaciones intelectuales, tanto si cobran una forma u otra, abordan modos de ver que van a implicar una percepción de la realidad, pero también su posible deriva a través de un proyecto futuro o una acción inmediata.

Walter Bejamin concluía su libro sobre las Afinidades electivas de Goethe reclamando un tipo de justicia sobre la historia con una frase: “ La esperanza sólo nos ha sido dada por aquellos que no la tienen”. No estamos ante las puertas del Inferno de Dante ante el que debían abandonar toda esperanza los que entraban: “Lasciate ogni speranza voi ch’entrate”. Así que, incluso si no olvidamos la “heurística del miedo” que procuró Hans Jonas para corregir los excesos de una esperanza omnipotente, prefiero proponer una que –como sugiriera Ernst Bloch– sea como el aire, invisible e impalpable, pero sin la cual no podríamos respirar.

Por ello mismo, querría concluir recordando el centenario del nacimiento de Elías Canetti, escritor de origen sefardí en lengua alemana, cegado siempre por el resplandor del incendio del Palacio de Justicia vienés y enorme erudito que supo como nadie de qué forma se mueven y generan las masas. Fue premio Nobel en 1981 en cuya ceremonia homenajeó a Karl Kraus, Franz Kafka, Robert Musil y Hermann Broch, cuatro de esos escritores que no viven del premio y que dejan penetrantes raíces e imperativos irrenunciables a una época carente de cordura y reflexión. Puede ser, pues, una buena referencia para pensar y respirar la esperanza desde los avatares de una época, probablemente partiendo de la “provincia del hombre”, con el convencimiento de que desde la más sombría de las realidades puede surgir la esperanza.