Bonhoeffer: fe y humanismo

Este año de 2006 se cumple el centenario del nacimiento de una de las grandes figuras del pensamiento ético del siglo XX. Nos detendremos en este caso profusamente en la biografía del personaje, pues consideramos que, en el caso de Dietrich Bonhoeffer, destaca la íntima imbricación entre su vida y su obra.

En este sentido, y a pesar de exponerse en apartados sucesivos, intentamos revelar hasta qué punto el nacimiento y educación de Bonhoeffer en una familia de la clase alta alemana, estrechamente vinculada al mundo de la “kultur mittel europea” , tuvo (al igual que otros casos similares, léase Wittgenstein o Zweiss) consecuencias directas en la formación del pensamiento del autor y su plasmación.

Resulta igualmente imposible dar una dimensión aproximada de este hombre sin una somera descripción de su mundo: Bonhoeffer llevó a cabo su oposición al régimen nacionalsocialista desde los centros mismos del poder, precisamente merced a las relaciones entabladas a través del medio familiar.

Intentamos de este modo poner en valor la actitud de compromiso y coherencia de quien asumió voluntariamente unas responsabilidades y deberes que entroncan directamente con el ideal aristocrático clásico (el deber en los aristoi ), mucho más allá de la concepción estamental moderna o de clases.

Bonhoeffer y su mundo

Dietrich Bonhoeffer nació el 4 de febrero de 1906 en Breslau. Como queda dicho, la familia, en la que se formó el joven Bonhoeffer, formaba parte de la élite cultural del Imperio alemán que a principios del pasado siglo se mostró en todo su apogeo. Su padre, Karl Bonhoeffer, catedrático de psiquiatría y neurología, procedía de una familia de orfebres, clérigos, médicos y regidores, asentada en Schwäbisch Hall desde el siglo XVI. Paula, su madre, pertenecía a una familia aristocrática: los von Hase. El abuelo materno era catedrático de teología, además de ejercer circunstancialmente como predicador en la corte del Kaiser Guillermo II.

En 1912 la familia Bonhoeffer se trasladó a Berlín, donde el padre ocupó la Cátedra más importante de Psiquiatría y Neurología de Alemania y, a la vez, gestionó la Charité , famosa clínica universitaria de neurología de la corona prusiana.

Tras iniciar sus estudios bajo la tutela de su propia madre, y posteriormente en el instituto berlinés de Grunewald, Dietrich Bonhoeffer ingresó en la facultad de Teología de la Universidad de Tubinga en 1923, prosiguiendo más tarde en Berlín su carrera. Fue discípulo de los teólogos Adolf Schlatter y Adolf von Harnack, quienes influyeron en su concepción del cristianismo de manera decisiva.

Finalizada su carrera en 1929, Bonhoeffer, residió durante un año en Barcelona, donde ejerció como vicario de una pequeña parroquia de habla alemana. El 5 de septiembre de 1930 se embarcó hacia Norteamérica becado para estudiar en el Union Theological de Nueva York, donde conoció a Reinhol Niebuhr, Frank Fisher, y al pastor francés Jean Lasserre. Todos ellos defendían los postulados del denominado “ Social Gospel” o evangelio social cristiano de marcada orientación social y política, que proponía, entre otras cosas, la fundación de comunidades o asociaciones donde se practicara la hermandad entre los hombres; el amor en vez de la competencia y la rivalidad; la ayuda mutua y la cooperación, en lugar de la lucha por la existencia.

Antes de su marcha de Alemania, Dietrich Bonhoeffer había ganado una plaza en la especialidad de “Teología Sistemática” en la Universidad Friedrich-Wilhelm de Berlín, siendo el docente no numerario más joven de la Universidad. Sus clases y seminarios se caracterizaron por un acercamiento poco convencional a las cuestiones de la fe cristiana.

Coetáneamente desarrolló con algunos amigos y estudiantes un proyecto para la creación de un centro juvenil para jóvenes desempleados por sugerencia de la “Asociación de Trabajo Social Berlín Este”. El proyecto no se llevó a cabo debido a la subida al poder del Partido Nacionalsocialista.

El 20 de julio de 1933, el Reich, con ayuda de los “Cristianos Alemanes”, agrupación vinculada al NSDAP ( Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei ), intentó asimilar la Iglesia Protestante al Estado, por lo cual procedió a unificar las diferentes iglesias regionales, hasta entonces independientes, en una iglesia centralizada. Las elecciones eclesiásticas marcaron el triunfo de los “Cristianos Alemanes”. Con posterioridad en el llamado “Sínodo Marrón” de la iglesia regional prusiana se decretó la “Ley Aria para La Comunidad Eclesiástica”. El 27 de septiembre de 1933, el Sínodo Nacional Alemán reunido en Wittenberg nombró obispo del Reich al pastor castrense Ludwig Müller.

Debido a ese intervencionismo en los asuntos internos de la Iglesia, así como a la casi total aceptación de la ideología nacionalsocialista por parte de los “Cristianos Alemanes”, se formó una oposición en el seno de la Iglesia, en la cual participó activamente Bonhoeffer. A partir de esta oposición se constituyó la Iglesia Confesional, que se disgregó del “Cristianismo Alemán” en los sínodos confesionales de Wuppertal-Barmen a principios de 1934 y de Berlín-Dahlem en octubre de 1934.

Los representantes más significativos de la Iglesia Confesional eran Karl Barth, autor de la Declaración de Barmen (en la que sostenía que la unión de la Fe y de la Iglesia está sujeta únicamente a “Jesucristo tal como se nos da a conocer en las Santas Escrituras” ) y el pastor de Dahlem, Martin Niemöller, fundador del “Pfarrernotbund” (una federación que apoyó decididamente a los pastores afectados por la represión de las autoridades eclesiásticas cristiano-alemanas o por la propia ley aria).

Tras la subida al poder de los nacionalsocialistas, Bonhoeffer intentó convencer a los representantes de las iglesias en las organizaciones ecuménicas de tomar una postura firme contra el gobierno oficial del Reich y contra el cristianismo alemán integrado en la estructura estatal. Sin embargo, las posturas oficiales resultaron tibias, cuando no indiferentes, por lo que en las reuniones ecuménicas Alemania continuó estando representada tanto por la Iglesia Confesional como por la Iglesia del Reich y por los Luteranos que se mantuvieron neutrales en esta controversia.

En 1933 Dietrich Bonhoeffer se marchó a Londres como pastor de dos parroquias de habla alemana. Había aceptado este cargo en el extranjero en parte por la decepción ante la casi total pasividad inicial de la oposición interna de la Iglesia frente a la política nacionalsocialista. Desde Inglaterra Bonhoeffer pretendió viajar a la India para visitar a Mahatma Gandhi, interesado en el movimiento de resistencia pasiva que éste último había iniciado para reclamar la independencia de su país. Había recibido una invitación por carta del propio Gandhi cuando fue reclamado en Alemania por la Iglesia Confesional.

A partir de abril de 1935, Dietrich Bonhoeffer dirigió el seminario de predicadores de Finkenwalde, cerca de Stettin/Pomerania, en el que preparó a los vicarios para su ordenación como pastores protestantes. Hacia finales de ese mismo año fueron declaradas ilegales todas las Escuelas Superiores y Seminarios de Predicadores de la Iglesia Confesional. Cuando la GESTAPO cerró Finkenwalde, en agosto de 1937, la formación ilegal de predicadores continuó durante un tiempo en vicarías clandestinas alternativas hasta poco después de estallar la guerra.

 

La lucha contra el III Reich: la resistencia activa

A esas alturas, muy pocos eran los cristianos que se oponían a la política de discriminación y conculcación sistemáticas de los Derechos Humanos emprendida por el III Reich; en particular de la población más afectada por las Leyes de Nüremberg: los judíos. Bonhoeffer fue uno de los primeros intelectuales que reconoció en esta postura el gran fracaso de la Iglesia, que sólo se había comprometido con la “cuestión judía” en la medida en que ésta afectaba a sus propios asuntos internos. En el sínodo de Steglitz y con respecto a las “Leyes Raciales de Nüremberg” la propia Iglesia Confesional se manifestó con poca determinación; en cuanto al pogromo de noviembre, más conocido como “noche de los cristales rotos” ni siquiera llegó a pronunciarse.

En mayo de 1939, Bonhoeffer fue llamado a filas. La situación cada vez más difícil de la Iglesia Confesional, así como el inminente cierre de los centros de predicadores en Pomerania, enfrentaron a Bonhoeffer a una situación completamente insostenible. Algunos amigos suyos de Nueva York lo llamaron para impartir clases en el Union Theological , por lo que finalmente decidió viajar a Estados Unidos. Aproximadamente un mes más tarde Bonhoeffer retornó a Alemania con el propósito de apoyar activamente a la resistencia política. Al igual que muchos de sus familiares, estaba convencido de que la resistencia sólo podría tener éxito si lograban ganar para su causa a algún alto cargo del ejército.

Por mediación de su cuñado Hans von Dohnanyi, que trabajaba como informante político en el departamento de “Países Extranjeros y Defensa” del Alto Mando de la Wehrmacht a cargo del almirante Wilhelm Canaris y del coronel Hans Oster, Bonhoeffer entró a formar parte de dicho departamento en calidad de colaborador civil. Oficialmente se ocupaba de cometidos militares, pero en realidad aprovechó este puesto para participar activamente en la oposición y resistencia contra el régimen nacionalsocialista.

En su condición de miembro del Departamento de Defensa, Bonhoeffer realizó varios viajes al extranjero para sondear, a través de sus contactos ecuménicos, las posibilidades y condiciones de una paz con los Aliados. Asimismo participó en el denominado “Proyecto 7″, que se ocuparía de sacar del país a judíos en peligro. Su puesto de trabajo estaba en Munich, circunstancia que aprovechó durante sus estancias para retirarse al monasterio de Ettal, donde redactó varias partes de su “Ética”, en el invierno de 1940 al 41.

 

Objetivo: acabar con Hitler

A raíz de su actividad, mantuvo estrechos contactos con Carl Friedrich Goerdeler y otros opositores alemanes al régimen nazi. Inicialmente habían ideado la detención y procesamiento de Hitler, planes que se mostraron inejecutables por falta de condiciones reales que sugiriesen una mínima posibilidad de éxito. Por otra parte, los triunfos militares de los primeros años de la guerra, así como la popularidad del Führer amparada en un magnífico aparato de propaganda ideado por Goebbels, tampoco hacían factible un golpe de estado; precisamente debido a la lealtad inquebrantable de grandes partes de la población y del ejército hacia Hitler.

Así surgió el plan del magnicidio, con la intención de desarticular de este modo el poderoso aparato nacionalsocialista, por decapitación del líder de un sistema político sostenido en el culto a la personalidad. Sin embargo, todos los atentados contra Adolf Hitler fracasaron.

Tras dos atentados frustrados, en los que estaba involucrado el grupo opositor formado en torno al almirante Canaris, La GESTAPO ( Geheime Staatspolizei) detuvo a Bonhoeffer el 5 de abril de 1943 en la casa paterna en Berlín; al mismo tiempo que a su cuñado Hans von Dohnanyi y a su hermana Christine, esposa de aquél.

Bonhoeffer fue internado en la prisión militar de Tegel. Junto a von Dohnanyi y al Dr. Müller, otros colaboradores del Departamento de Defensa en Munich, Bonhoeffer fue procesado por alta traición.

Las esperanzas que Dietrich Bonhoeffer, su familia y sus amigos albergaban en un golpe de estado en Alemania quedaron definitivamente rotas el 20 de julio de 1944. Tras frustrarse esta postrer tentativa, Schenk von Stauffenberg y doce conspiradores más fueron fusilados aquella misma tarde. El general von Beck fue obligado a suicidarse. Otros colaboradores en el atentado fallido fueron condenados por el Tribunal del Pueblo de Roland Freisler y ejecutados en Plötzensee. Entre ellos se encontraba también el Comandante de la ciudad de Berlín, Paul von Hase, tío de Bonhoeffer. Su hermano Klaus Bonhoeffer y su cuñado Rüdiger Schleicher fueron detenidos y fusilados poco antes de terminar la guerra.

La situación del propio Bonhoeffer también empeoró ya que en el transcurso de las investigaciones subsiguientes la GESTAPO encontró expedientes que probaban inequívocamente que el grupo de Canaris había participado en la conspiración. Este “hallazgo de expedientes de Zossen” incluía graves pruebas de cargo contra todo el Departamento de Defensa, y por descontado también contra Bonhoeffer.

Antes de su detención, Bonhoeffer se había prometido con Maria von Wedemayer, hija de un terrateniente de Pomerania. A pesar de las difíciles circunstancias que agobiaron en todo momento a la pareja, esta relación con una muchacha 18 años más joven que él fue un gran apoyo para Bonhoeffer. Gracias a Maria logró superar su primera fase de depresión en la cárcel, recobrando la esperanza y las ganas de luchar. Durante dos años su relación se redujo a un intercambio epistolar y a breves visitas en la prisión. Maria de Wedemayer fue la única persona, además de sus propios padres, que obtuvo un permiso para escribir y visitar a Bonhoeffer.

La correspondencia entre Dietrich Bonhoeffer y Maria von Wedemayer, publicada bajo el título de “Cartas de novia Celda 92″ documenta esta relación única.

El 8 de octubre de 1944, Bonhoeffer fue internado en los calabozos de la GESTAPO sitos en la Oficina Principal de Seguridad del Reich, en la calle Prinz-Albrecht de Berlín con el objeto de someterlo a nuevos interrogatorios.

El 7 de febrero de 1945 fue trasladado al campo de concentración de Buchenwald, cerca de Weimar.

En una reunión celebrada el 5 de abril de 1945, Hitler tomó la determinación de ejecutar a todos los conspiradores del grupo del almirante Canaris para impedir que ninguno de ellos tuviese la oportunidad de conocer la derrota del Reich.

Hans von Dohnanyi fue ejecutado el 8 ó 9 de abril de 1945 en el campo de concentración de Sachsenhausen. Esa misma noche, Bonhoeffer fue trasladado al campo de concentración de Flossenbürg/Alto Palatinado. En la madrugada del 9 de abril de 1945, Bonhoeffer, junto al almirante Canaris, el coronel Oster y otros miembros de la resistencia, fue asesinado, ahorcado de un clavo largo. Según los testigos que asistieron a la ejecución, con anterioridad había estado arrodillado rezando con una gran serenidad. Su cadáver fue quemado posteriormente.

 

Resistencia y sumisión

 

“¡No se trata de unir a las víctimas bajo la rueda, sino de parar la rueda para bloquear sus radios!”

Dietrich Bonhoeffer

 

La obra de Bonhoeffer aparece enmarcada en dos grandes ejes. Por un lado la concepción ecuménica de la cristiandad. Así, en su intervención en el Consejo Mundial para la Praxis Cristiana de 1934 manifiesta :”¿Cómo se podrá establecer la paz? ¿Quién llamará a la paz, de modo que el mundo entero se vea obligado a escuchar su voz y los pueblos se sientan felices por su mensaje?… Solo un gran concilio ecuménico de la Santa Iglesia de Cristo de toda la tierra puede proclamar que el mundo entero deberá escuchar, aún a regañadientes, la palabra de la paz, y que todos los pueblos deberán sentirse felices de que esa iglesia, en nombre de Cristo, les quite a sus hijos sus armas de las manos, les prohiba la guerra y proclame la paz de Cristo sobre un mundo tan exacerbado.”

Por otra parte, la plasmación de su Fe a partir de las proclamaciones ínsitas en el Sermón de la Montaña: “Creo tener la certeza de que no lograré la clarividencia y la sinceridad interiores a menos que empiece a actuar consecuentemente con el Sermón de la Montaña… Y es que hay cosas por las que merece la pena comprometerse del todo. Y me parece que la paz y la justicia social, o sea Cristo en el fondo, lo merecen.”

(Dietrich Bonhoeffer: Carta dirigida, el 14 de enero de 1935, a su hermano Karl-Friedrich).

Desde esta doble perspectiva Bonhoeffer adopta una posición de cercanía respecto a los grandes problemas de su tiempo. Como muestra de esta actitud coherente con sus ideas baste señalar que en abril de 1933, en una conferencia ante los pastores berlineses, Bonhoeffer ya había insistido en que la resistencia política se hacía imprescindible como reacción a la privación de derechos que sufrían los judíos. Con fecha de 9 de noviembre de 1938, en su Biblia se encuentran subrayados dos versos de un Salmo, en los que expresa toda su consternación por los pogromos reiterados que vive la nación: “Queman todas las casas de Dios en el país.” Por ello sostendrá desde un principio, con enorme valentía y clarividencia que “¡Sólo aquél que grite a favor de los judíos, también podrá entonar los cantos gregorianos!”

Asimismo, fue uno de los primeros en evidenciar y denunciar la insultante ausencia de reacción de las iglesias oficiales ante este problema de índole universal: “La Iglesia permanecía muda, cuando tenía que haber gritado… La Iglesia reconoce haber sido testigo del abuso de la violencia brutal, del sufrimiento físico y psíquico de un sinfín de inocentes, de la opresión, el odio y el homicidio, sin haber alzado su voz por ellos, sin haber encontrado los medios de acudir en su ayuda. Es culpable de las vidas de los hermanos más débiles e indefensos de Jesucristo.”

(Dietrich Bonhoeffer, Ética)

 

En la obra “Resistencia y Sumisión” ( Widerstand und Ergebung, Ediciones Sígueme, 1983) , escrita en la cárcel y en la que se reúnen cartas dirigidas a sus familiares y algunos de sus más estrechos colaboradores, Bonhoeffer analiza con penetrante inteligencia algunos de los problemas más acuciantes del género humano tras el surgimiento de las dos grandes ideologías del siglo XX y sus respectivos ascensos al poder, que finalmente desembocarían en la Segunda Guerra Mundial.

El universalismo del pensamiento de Bonhoeffer trasciende el ámbito del creyente. Con su lenguaje claro y sin ambages nos enfrenta a algunas de las más importantes cuestiones, de las que los seres humanos somos, tal y como puso de manifiesto Albert Speer en sus “Memorias”, herederos forzosos y necesarios tras la hecatombe acaecida durante la tercera y cuarta décadas del pasado siglo.

Así, Bonhoeffer se plantea: ¿Ha habido alguna vez en la historia personas que en el presente tuviesen tan poco suelo bajo los pies, y para quienes todas las alternativas posibles del presente apareciesen igualmente insoportables, contrarias a la vida y carentes de sentido?” (Resistencia y sumisión, Ed Sígueme 1983. pág 13) .

“La gran mascarada del mal ha trastornado todos los conceptos éticos. . . el hecho de que el mal aparezca bajo el aspecto de la luz, de la acción benéfica, de la necesidad histórica, de la justicia social, es sencillamente perturbador.” (Ibidem pag 14).

A partir de estos pensamientos germinales se nos da cuenta del fracaso del hombre “sensato”, el que pretende componer con la razón el armazón de un mundo desvencijado. También del fracaso del “fanático ético” enredado en lo accesorio en su lucha contra el mal. No escapa al juicio el “hombre de conciencia” que acaba contentándose, no con una buena conciencia, sino con una conciencia tranquila (es decir, engañada) ante la envergadura de los males a los que se enfrenta.

Tampoco merece mejor opinión el hombre “libre” que da más valor al acto necesario que a la pureza de su conciencia; pues acabará aceptando lo malo para evitar lo peor. Ni aquél que se refugia en la inacción de la “virtud individual”.

Bonhoeffer trata la cuestión del “coraje cívico” en tiempos difíciles, pero también el problema del éxito, que considera imposible de considerar neutralmente desde el punto de vista ético. Sostiene que ante una derrota inevitable la última cuestión responsable no es cómo evadirse heroicamente del asunto, sino cómo debe continuar viviendo una generación venidera.

Implacable es su crítica de la necedad, entendida ésta no como defecto intelectual sino humano y puesto en relación con las situaciones de poder: Para el bien, la necedad constituye un enemigo más poderoso que la maldad… frente a la necedad carecemos de toda defensa, el necio, a diferencia del malo, se siente enteramente satisfecho de sí mismo, e incluso puede hacerse peligroso cuando, levemente irritado pasa al ataque. . . Si ponemos mayor atención, observaremos que todo fuerte desarrollo externo del poder, tanto de índole política como religiosa, trata a gran parte de la humanidad de necios.” (op. cit. págs. 16 y ss).

Una de las percepciones más preclaras de Bonhoeffer tiene que ver con lo que denomina Noción de Cualidad. En este sentido, admite que sin el valor necesario para restablecer un auténtico sentido de las distancias humanas caeremos en una anarquía de los valores humanos. Es preciso analizar esta afirmación desde la perspectiva de quien reivindica constantemente los derechos del hombre de la forma más insistente, para comprender la “conciliabilidad” de ambas posturas: “ La insolencia, cuya esencia es el desdén de todas las distancias humanas, es una característica de la chusma, al igual que la inseguridad interna, el compadreo y coqueteo por obtener el favor del insolente y la propia identificación con la chusma, es el camino para convertirnos nosotros mismos en chusma. . . Cuando para salvaguardar unas comodidades materiales toleramos que la insolencia se nos acerque demasiado, entonces ya hemos capitulado…La cualidad es el mayor enemigo de toda clase de masificación. En el aspecto social, esto significa la renuncia a la caza de la posición, la ruptura con todo el culto de la personalidad, la mirada libre hacia arriba y hacia abajo. En el plano cultural, la vivencia de la cualidad significa el retorno desde el periódico y la radio, al libro; de la prisa, al ocio y al silencio; de la distracción, a la concentración; de la sensación, a la meditación; del ideal del virtuosismo, al arte; del esnobismo, a la modestia; de la desmesura, a la mesura. Las cantidades se disputan el espacio; las cualidades se complementan mutuamente.” (op cit. págs. 19 y ss).

Terminaremos con una cita que nos causa especial conmoción: “Si el “hombre de cultura enciclopédica” desaparece al final del siglo XVIII, si en el siglo XIX la formación intensiva sustituye a la extensiva, y si de aquella formación intensiva surge a finales del pasado siglo el “especialista”, hoy día todos nosotros ya somos sólo “técnicos”, incluso en el arte (en música de gran talla; pero en pintura y poesía sólo muy mediocres.) Pero de este modo, nuestra existencia intelectual y espiritual queda truncada.” ( ibidem pág. 159).

Tal vez lo más doloroso, sin duda lo más alarmante, tras una lectura de Bonhoeffer, reside en que todos y cada uno de los problemas tratados por él, lejos de desaparecer, se han ido enraizando con el decurso de los tiempos. Nuestra civilización no solamente no parece dispuesta a aprender de los funestos errores pasados y empero recientes, sino que evidencia haber asumido los mismos como parte ineludible de un extraño sentido del progreso humano. Hemos adido la herencia a que hace mención Speer en sus memorias, sin tan siquiera hacer beneficio de inventario; pero además la hemos universalizado, más allá de nuestra propia civilización, al resto del planeta. Por ello coincidimos con Rudolf Kropf al afirmar que: “Ante las preguntas y retos actuales dirigidos tanto a las iglesias como a la sociedad, conviene recordar las tradiciones importantes de nuestra Historia. La vida y obra de Dietrich Bonhoeffer constituyen una parte esencial de esas tradiciones históricas.”