Verdad dice quien dice sombra

1. Con Fuga de la muerte (Todesfuge) comienza la obra de Celan. Atrás quedaba su primer nombre, Paul Antschel, nacido el 23 de noviembre de 1920 en Czernowitz, Bucovina, una antigua provincia del Imperio de los Habsburgo, “ahora ya salida de la historia” como afirma en el Discurso de Bremen .

De aquel territorio donde vivían “hombres y libros” quedaba la lengua, accesible, próxima, en medio de todo lo que hubo de perderse. La muerte de sus padres, deportados al campo de Michalovka, era parte de aquella historia que marcaría con una herida profunda, nunca cerrada, y un dolor que incendiaría toda su obra posterior, transformándola en uno de los lugares esenciales de la poesía del siglo XX. Él mismo lo confesará en su intervención en Bremen de 1958: “Quedaba la lengua, sí, salvaguardada, a pesar de todo. Pero hubo entonces que atravesar su propia falta de respuestas, atravesar un terrible mutismo, atravesar las mil espesas tinieblas de un discurso homicida. Atravesó sin encontrar palabras para lo que sucedía. Atravesó el lugar del Acontecimiento, lo atravesó y pudo regresar al día enriquecida por todo ello. Es ése el lenguaje en el que, durante esos años y los años siguientes, he tratado de escribir mis poemas”. Una historia nunca cegada que se impondrá desde su violencia extrema y que hará imposible regresar ni por una sola vez al lugar pacífico de la lengua del verdugo y que hará necesaria la construcción de otra lengua que, desde los límites mismos del lenguaje, derive paso a paso, violentando su cuerpo, su sintaxis, que permita decir la historia, el terrible acontecimiento que otros intentarían callar u olvidar. Se trataría de cumplir el paso de la noche a la palabra, para así restituir a la lengua el poder de decir, de expresar lo acontecido, la historia y sus hechos. “La muerte es un Maestro que viene de Alemania”, leemos en Todesfuge , y es por eso que la lucha se da en la lengua, en la necesaria restauración de una lengua capaz de invocar la realidad. De esta tensión y de esta verdad, que marcan su compromiso como escritor, da cuenta en una carta a su amigo Erich Einhorn, ya en Moscú: “Jamás he escrito una sola línea que no tenga que ver con mi existencia. Soy, a mi manera, un realista, como puedes ver”.

2. La poesía de Celan permanece confinada en el lenguaje de una forma deliberada. Su fuerza crítica nace de esta reflexión sobre el lenguaje mismo, en el regreso sobre su propia estructura, sus juegos, su disponibilidad, su errancia. Celan es de los poetas el que lleva más lejos la experiencia de esta errancia espectral, accediendo así a la verdad de la lengua. En efecto, crear una lengua es darle un cuerpo nuevo, aparecer y desaparecer como en un ausentarse elíptico, que dice Derrida. En este sentido, Celan es un poeta ejemplar. En su escritura hay un cruce de culturas, de memorias literarias, de referencias complejas que él mismo ha construido cuidadosamente, y que dan a su escritura un nivel de condensación extrema. Pero esta misma construcción se ve atravesada por una reflexión política explícita, que hace de su concepción de la escritura un instrumento de reconocimiento de una alteridad que nunca se nos da, y que sólo la lengua puede acercarnos. Él, que podía confesar: “sólo tengo una lengua y no es la mía”, hará suyo el camino de quien persigue la errancia espectral de las palabras en sus juegos y precisiones varias, siempre cercanas a una búsqueda cada vez más radical, más cercana a la lengua pura. No en vano, en uno de sus textos principales en lo que a sus ideas poéticas se refiere, El meridiano , correspondiente al discurso en la recepción del Premio Georg Büchner, tenido lugar en Darmstadt, el 22 de octubre de 1960, podía escribir: “Pensar Mallarmé… hasta el final, en su lógica”, lo que significaba para él rehacer una lengua capaz de enunciar todas sus sumisiones y la monstruosidad inherente a la misma.

Celan realiza así lo que parecía imposible, “escribir en las cenizas del lenguaje”, para llegar a otra poesía que es la suya. Atraviesa el lugar de la lengua descentrando su orden, agrega y desmembra palabras, crea cantidad de neologismos exacerbados, fuerza la sintaxis y destruye una posible legitimación fundadora al llevar hasta el límite los propios recursos de la lengua. Construye esas increíbles “fugues” y “strette” como cadencias musicales interrumpidas, forzadas, rotas, como fallas geológicas. Hay en su escritura algo de lapidario, definitivo, pero que al mismo tiempo es la metáfora de una eternidad fallida o de una muerte que permanece “inquieta”, no vengada, observa Andrea Zanzotto. Frente a una tradición que va de Hölderlin a Trakl, y que ha resultado imposible continuar, Celan suma un elemento hebraico profundo, progresivamente asumido y presente en toda su obra. Queda en sus páginas la huella (traza) de un esfuerzo inmenso y de un don excepcional de creación y de amor a favor de una escritura que hace suyos los giros y experimentos más fecundos, definidos siempre desde aquellos límites que la poesía nunca podía olvidar. Y si no, qué otra relación podría establecerse entre historia y palabra, poética. Celan nada tiene que ver con Adorno a la hora de definir la función de la poesía después de Auschwitz. Celan, contra Adorno, es de los que piensan que hay que nombrar el magnicidio y la poesía debe realizar esta invocación.

Celan, tan cercano de Ossip Mandelstam, a quien dedicará Die Niemandsrose (La rosa de nadie) de 1963, estará próximo a la idea de un trabajo poético en el que se “exponga” el acontecimiento, ese tembloroso acontecer de la vida y la historia. “La poesía no se impone, se expone”, dirá sabedor del complejo viaje de formas que asume la historia que camina en direcciones paralelas, con efectos devastadores, y de la que queda apenas el rastro de objetivizaciones desfigurantes que pasan a la “exposición” de la escritura a través de páginas cortadas, suspendidas, como en escaleras, condenadas casi siempre a gravitar sobre una identidad no resuelta, errante, cuyo sentido y verdad debe exponerse en su dimensión real, es decir, en su acontecer. Mallarmé y Celan también cercanos en este aspecto, aunque será Celan quien recorra más de cerca el campo vasto y desolado de aquello que no puede expresarse dentro del tiempo, y que fuerza a la poesía a su transformación o al silencio.