Abramos corazones y mentes

Juan Tomás Frutos

 

Sellemos el pacto de un proceso de comunicación basado en el amor, en el deseo hermoso y bello, en la virtud de entendernos.

Seamos con la estabilidad más linda, comprometiendo las expectativas con extensas caricias hacia ese momento que nos debe dar el amor más lindo, que nos ha de procurar la dicha eterna. Nos debemos querer sin rodeos, sin esperar nada a cambio, demostrando que la pasión es cosa de varios interlocutores, prestando atención a las debilidades para mejorarnos en el conjunto. Nos elevamos cada día, a menudo con constancia, con unas vertientes que nos plantean complementos con los que pasamos las mejores noches. Hagamos eternos los aires de libertad que nos distinguen entre premisas al viento. Hemos librado anhelos que ahora han de dar sus frutos. Los cosecharemos con detenimiento. Las conclusiones nos deben airear los mejores fines ante un panorama que nos debe permitir escapar de lo pernicioso. Restauremos los instantes que nos apuntalaron bien. Hemos baremado los procedimientos que han de ser ambiciosos en el mejor de los sentidos. Fundemos expresiones de experiencias. Separemos lo importante de cuanto parece no serlo. Estudiemos quiénes somos con avances poco extremos. Nos hemos de asegurar en etapas que han de afrontar las emergencias. Reaccionemos sin prisa. Ya llegaremos. Tengamos presentes las soluciones que funcionaron para otros. Las imágenes que vayamos gestando nos han de serenar. Anunciemos lo que queremos a todos, sin excepción, a cuantos más mejor, sin fugas de lo interesante. Combinemos las palabras y los silencios con consejos facilitados desde la dicha suficiente. Veamos dónde está la calidad. Descubramos las incógnitas con preguntas y respuestas oportunas. Abramos los corazones y las mentes.

No todo es economía

Juan Tomás Frutos

 

Estamos inmersos en una enorme crisis económica. No descubro nada. Es más: la noticia más recurrente en los últimos dos años es ésta: el término está presente en el 60 por ciento de las informaciones con mayor visibilidad. Tanto es así que hemos saturado en exceso, y todo lo que sea economía se ve con desconfianza y perplejidad, hasta el punto de que se percibe esta coyuntura, en algunos estadios y estamentos sociales, como insalvable, lo cual no es bueno.

Lo que ha ocurrido en nuestro país en los últimos años es que hemos crecido mucho y muy deprisa,  hecho que ha generado que dejemos por el camino valores que habíamos interpretado desde siempre como esenciales: nos parecía fundamental tener salud y amor, ser felices, contar con tiempo para los amigos y familiares, para descansar, para ser nosotros mismos, para analizar incluso cuanto hacemos… Muchas de estas cosas las hemos sacrificado por un cierto camino de la precipitación, y, cuando la economía ha fallado o faltado, o ambas cosas, nos hemos encontrado con la frustración del tiempo perdido de Marcel Proust, y eso asusta, queridos/as amigos/as. Por ello hemos de recoger la cosecha de esta puesta en cuestión, que es lo que significa en griego “krinei” (crisis), y, con un cierto propósito de enmienda, nos hemos de enfrentar a la situación actual en la idea de que, desde la generosidad y la solidaridad, podremos salir adelante. No debemos pensar en más alternativa que la búsqueda del equilibrio, de la justicia, de la equidad, refrescando los cruciales valores de la Democracia y de la buena convivencia. La vida es política y economía, pero todo no resume en estos bastiones. Fundamentalmente somos seres humanos: es nuestro principal activo, y, como tal, lo hemos de defender. Probemos. Quizá podamos ser más dichosos, y con esa dicha creceremos en lo personal, en lo afectivo, en lo profesional, y con seguridad también en lo económico, pues la vida son ciclos que, en todo caso, hemos de saber optimizar con mesura y con buenas prácticas. Intentemos tener un buen día.

La Universidad de Murcia investigará para la prevención y el tratamiento de las drogodependencias

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Foto de Juanchi López

La Universidad de Murcia ha firmado un convenio con la Fundación Solidaridad y Reinserción, que da soporte al Proyecto Hombre en Murcia, para la realización de proyectos de investigación en el ámbito de la prevención y el tratamiento de las drogodependencias.

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Reflexionemos sobre el audiovisual

Juan Tomás Frutos

 

En este mundo marcado por Internet y por la presencia de lo audiovisual, es más que necesario que aprendamos de una manera teórica, pero, fundamentalmente, práctica, las características de las comunicaciones en el ámbito audiovisual, ya sea con el soporte que proporciona la TDT como a través de los satélites, el cable y esa convergencia de medios que es Internet.

El triunfo de lo audiovisual, gracias a los avances técnicos y mecánicos, es el éxito de la inmediatez. Todo llega a todas partes en tiempo y forma. El problema es que se produce, por desgracia, una saturación y/o colmatación que pueden generar perjuicios o desvíos respecto de los objetivos básicos marcados por los mensajes, esto es, por sus contenidos. La apreciación de las condiciones y los condicionantes de lo audiovisual nos ha de permitir sacar un óptimo partido a sus posibilidades, a su transmisión y a su interpretación. Por todo ello debemos consolidar conceptos ya aprendidos y actuar en tiempo real a la hora de confeccionar una información, de transmitirla y de decodificarla. Procuremos, en este sentido, generar un método propio de mejora. Sobre todo, laboremos para que no nos falte la suficiente ética y responsabilidad a la hora de conseguir los resultados que a todos más convienen.

Payasos de hospital

Juan Tomás Frutos

 

No hay mayor incertidumbre que la que provoca el desconocimiento. Lo sabemos desde pequeños, desde que somos niños. Por eso, cuando asomamos por el campo de batalla de la vida sentimos una especie de vértigo en cuanto se nos escapan algunas cuestiones incontroladas.

El tener que pasar por una operación quirúrgica es un asunto que, aunque a veces se plantee como un mero trámite, no lo es. Se presenta, como poco, la duda sin método respecto a ese adormecimiento que nos ubica en un estado de cierta indefensión y de temor a lo que vendrá después, o en el entreacto… Cuando apenas somos unos críos el miedo puede ser mayor, porque todavía nos faltan más datos en torno a lo que va a suceder, a cómo nos lo cuentan, y sobre los posibles resultados. Así, cuando vamos de camino a una sala de operaciones, que es como la vida misma, un puro riesgo, pero viéndole al toro los cuernos, cuando vamos, digo, por ese túnel de esperanza y de falta de fe, cuando la inseguridad se apodera, o se puede apoderar, de nuestro cuerpo y de nuestra mente, a menudo se produce el milagro de una cara feliz al lado nuestro. Si son dos rostros, mucho mejor. Es el caso que pude comprobar recientemente sobre la inmensa e impagable labor de los payasos de hospital. Te miran, te sonríen, y te dicen sin decirte nada que la existencia humana es una oportunidad para alegrarnos, incluso cuando la opción parece no llegar, en los momentos de tinieblas, de apagones analógicos en pos de un remedio mejor, que puede llegar, o no… Ahí están: son los payasos de la vida, en este caso de un hospital de vida, procurando que nada falte en este valle inconmensurable de ocasiones para la sorpresa y la sonrisa en paralelo, aunque a menudo nos parezca imposible. Ellos, como nadie, te cuentan cuentos que no tienen fin, te expresan sus deseos más íntimos y sencillos, y procuran que no haya un atisbo de soledad hasta el momento mismo de la soledad, que se diluye en un espacio-tiempo sin tránsito. Son, sí, esos payasos que pasan un tanto desapercibidos hasta que los necesitas, hasta que ves en ellos a tus padres, a tus abuelos, a las gentes de bien que te quisieron, a los que te comunicaron las buenas venturas, las confianzas, las esperanzas, los milagros más sencillos, los mismos universales que nos vienen directamente de la Antigua Grecia. Te subrayan sin hablar apenas que la hermosura de un buen día está en el equilibrio de no faltarte una taza de té, un trozo de pan y una mano amiga, aunque sea desconocida, como la de ellos. Sin pretenderlo, sin auparnos a aceleraciones extrañas, te llevan, con sus caras y trajes de payaso, por un camino mágico hacia un Mundo de Oz sin mago, porque los magos son ellos. Y entonces, cuando se supera el trance, cuando todo vuelve a la normalidad, cuando la imagen del pasado parece que apenas ocurrió, uno se acuerda, como hoy, de los payasos, de los payasos de hospital en sentido amplio y más que figurado, de quienes hacen sonreír a niños, a adultos, a perdidos por la nebulosa de la fe en la misma nada, y, aún entre lágrimas de jovialidad, se jura y se promete a sí mismo que hará todo lo posible para que en el próximo trance, incluso en el más duro que pueda venir, nos hallemos con unos payasos de hospital a cada lado, aunque no los reconozcamos, aunque no vistan tal atuendo, aunque nada sea como les cuento yo ahora mismo. Lo importante es que, en un evento severo, tengamos la suerte de no estar solos, y que disfrutemos de unos payasos sonrientes que nos digan que todo ha merecido la pena, y que, a pesar de los pesares, este planeta y su gente son algo extraordinario. Ganémonos desde ya a esos payasos. Son un ejemplo de comunicación, pura y bella comunicación. P.D.: El niño sonríe cada día más, contagiado, quizá, de aquellos payasos.

La Primera Víctima

Juan Tomás Frutos

 

Se habla, hoy en día, de sistematizar las víctimas que se producen y también de catalogar aquellas otras que se desarrollan como consecuencia de la labor más o menos meditada de los medios de comunicación de masas. Ésa es una tarea pendiente, difícil de realizar, y con seguridad sin unos límites convenientemente marcados, habida cuenta de que irán surgiendo, si nos ponemos manos a la obra, más denominaciones y conceptualizaciones de las que pensamos.

La vida es lo que nosotros hacemos de ella, en función de lo que determinen las circunstancias que tengamos en cada momento. A menudo hay etapas cruciales, pocas, que caracterizan a las demás, esto es, a la mayoría de los días, meses y años que experimentamos. Ortega y Gasset decía que somos nosotros y nuestras circunstancias,  aludiendo a lo mismo que estamos diciendo aquí. Por eso, porque hay un yo en la reflexión del afamado filósofo, es precisamente en este punto donde debemos y queremos hallar “la primera posibilidad de víctima”. El que nos sintamos más o menos culpables, el que seamos más o menos felices, el que tengamos más o menos moral, el que seamos más o menos bondadosos y fieles a nuestras convicciones, el que toleremos, el que busquemos la belleza, el que disfrutemos con lo poco, el que tengamos mesura y comprensión hacia los otros, el que nos conformemos con lo que poseemos con la suficiente gratitud… el que seamos dichosos con lo que somos, en definitiva, influye en nuestra forma de vivir y de ser, en nuestras actitudes. La primera víctima en nuestras vivencias somos nosotros, si no somos capaces de ver con ojos plenos de hermosura, de comprensión, de compasión y en busca de alicientes sin más compromisos que esforzarnos para que las cosas vayan a mejor hasta donde sea posible. El intentarlo es ya un éxito. Lo que ocurre es que no siempre ponemos ese empeño. Por eso, la recomendación es amarnos primero a nosotros mismos, como diría Agustín, y a partir de ahí brotará el amor hacia la Naturaleza y hacia toda la Creación. Ya se sabe que es más fácil perdonar, creer, comprender, sentir, ver en positivo, etc., si amamos a los protagonistas de las acciones que tenemos que catalogar siempre teniendo como origen la estima interna y a nuestro propio ego como punto de fermento. Nosotros En este mundo de prisas, de competencias, de aceleraciones, donde el corto plazo es el rey, la primera víctima de lo que hacemos, de lo que omitimos, de aquello que es perjudicial, incluso de los triunfos, somos nosotros, pues pagamos un alto coste en perspectiva, en ánimo, y en visión de presente y de futuro. Por desgracia, a menudo el tiempo se pierde en cosas nimias, y, por ende, no siempre vemos lo importante. Además, consentimos recurrentemente en aplicar períodos de estudio a cuestiones que no nos sirven para avanzar, si acaso para gestar más enfrentamientos y frustraciones. Ante los fracasos reales o ficticios que nos rodean, lo primero que debemos defender es el equilibrio mental propio y de nuestro entorno, para que seamos capaces de enderezar el rumbo de aquellos eventos que no salen como queremos, o como pensamos que deberían suceder, amén de la serie de acontecimientos accidentales que se producen sin que les tengamos que dar más significación que el interiorizar que la vida es así, y, pese a todo, nos debemos insistir que hay que seguir. No podemos caer ni dejar caer, a las primeras de cambio, a nuestras almas, pues, si así sucede, detrás irán nuestros cuerpos. La primera fortaleza, consecuentemente, ha de ser interna. Hagamos acopio de energías para capear los períodos de crisis (inevitables, por otro lado), y para saborear el día a día con sus pequeñas y grandes opciones, que las hay. Saquemos provecho a lo cotidiano y evitemos ser víctimas innecesarias de nuestro propio afán o de la carencia de carácter. Por lo tanto, cuidemos las formas y los elementos internos, pues esa víctima interior que podemos llevar dentro es la más peligrosa, fundamentalmente por difícil de detectar. Vayamos adelante.

Por un uso responsable de Internet

Juan Tomás Frutos

 

Las etapas de la evolución humana se sustentan sobre hitos determinados, como son el descubrimiento del fuego, de la rueda, el uso de herramientas, la utilización del hierro y, luego, de otros metales, la llegada de una agricultura sistemática, la implantación de una industria más o menos precaria hasta los estadios actuales… Cada cierto lapsus de tiempo ha ocurrido, y sigue sucediendo, un cambio fundamental,  una transformación extraordinaria que nos lleva al género humano a realizar un paso de gigante. A veces más que eso.

En todos esos acontecimientos extraordinarios se daban toda una serie de pautas, de momentos, de trasiegos, de mejoras o de cambios que nos conducían con una velocidad más o menos sosegada a una era nueva de más brillo en lo que eran los logros intelectuales y manuales del ser humano en el planeta tierra. Ahora todo eso ha cambiado con Internet. Ese fenómeno de entrelazado de redes, que ya no es tan nuevo, pues se remonta a finales de la década de los 60, nos viene aupando, sobre todo en las últimos diez años, a una atalaya desde donde divisamos un ritmo frenético de crecimiento y de transformaciones en los órdenes más diversos. Es genial. Nada es comparable desde una óptica cualitativa y cuantitativa a lo que ha acontecido en nuestro devenir, a pesar de los hitos que hemos destacado. Como todo invento, como todo avance, hay un antes y un después. Las rutinas de trabajo, de ocio y de estudio, las familiares, las modas, las visiones del universo y de la existencia… todo tiene una perspectiva distinta desde que apareció Internet, desde que se metió en nuestras vidas, desde que forma parte del propio entorno, en lo físico, en lo mental, en lo real, en lo virtual, en lo que hacemos, en lo que pensamos, etc. En este sentido, no hay parangón, como hemos resaltado, con otros momentos históricos. El cambio ha sido radical, total, consiguiendo que el concepto de globalidad tenga sentido. Nada escapa a la red, que nos permite viajar por todas partes en tiempos paralelos. Accedemos a tanta información que nuestros ancestros pensarían que estamos soñando si fuéramos capaces de hacerles palpar lo que ahora experimentamos.  Nos dirían que es imposible. Y, sin embargo, es posible. Como todo invento, como todo desarrollo de una nueva panorámica cultural, Internet tiene sus lados buenos y aquellos otros que no lo son tanto. Depende del partido que le saquemos a todo ello, de los beneficios o perjuicios que seamos capaces de afrontar y optimizar. Ángeles y demonios se disputan el uso o el abuso o mal uso de este gran instrumento de labor en todos los órdenes que es la Red de Redes. Por eso es preciso que la normativa jurídica, que los usos sociales, que las demandas de todas las Organizaciones y Administraciones sean en la dirección de democratizar Internet en un sentido de amplio y cohesionado conocimiento de cuanto ocurre y se manifiesta en ella. Si estamos pendientes de que se optimicen los recursos, de que se generen los universales griegos más íntimos y solidarios, si corregimos los desniveles o perjuicios, fomentando unos usos responsables y equilibrados, seguro que haremos de este fenómeno algo mejor, al tiempo que el futuro también lo será, lo cual quiere decir que todos seremos más felices. Éste debería ser el fin primordial de Internet. Acaso lo sea. Hagámoslo.

Comunicación con nuestros semejantes

Juan Tomás Frutos

 

Evitemos la noche comunicativa. La luz ha de brillar ante las sombras que nos pueden impedir el conocimiento y una relación consolidada. Lo fugaz es enemigo del aprendizaje sencillo y amplio. No reparemos en esfuerzos por saber más de lo que nos sucede. De todo hemos de sacar una moraleja. La permisividad respecto de lo nimio puede llevarnos demasiado lejos sin que construyamos una realidad con varios vectores de influencia. Todo es relevante, incluso lo más pequeño.

Nos tenemos que sincerar cada día, a cada paso, con lo que nos acontece. Los planteamientos han de ser más absolutos. No aguardemos milagros que no somos capaces de demandar con energías propias. Separemos lo accesorio de lo importante. Las enseñanzas nos llegan de todas las premisas. Apuntemos hacia la concordia con el quehacer de compartir, de sumar, de añadir a los propósitos, que serán más y mejores si son colectivos. Las causas nos deben servir para comunicar con las conclusiones más acordes, con las que nos transforman para ser más joviales y serenos. Las vicisitudes de la existencia humana nos deben conducir por itinerarios que deberemos hacer comunes. Salgamos hacia el aprendizaje más conmovedor. Las sensaciones nos deben mover hacia un positivismo empático. Las comuniones desde las experiencias han de soportarse en elementos de un mayor valor. Todo es posible, si así lo observamos. Vivamos los pronósticos que embellecen como algo factible. Las fortunas tienen que ver más con lo intangible. No tenemos que ver todo, no tenemos que formalizar todo, no tiene que ser todo material. Lo abstracto nos diferencia, porque nos relaciona con lo no vivido, con el futuro incluso, y aquí la comunicación con nuestros semejantes es básica.

El amigo Félix, en la cercana nostalgia

Juan Tomás Frutos

 

Félix Rodríguez de la Fuente falleció hace 30 años, efeméride que se cumple este mes. Fue un mazazo, entonces, para toda la sociedad, especialmente para los amantes de la Naturaleza y de su flora y su fauna, y, cómo no, un golpe también para los niños, que veían en él un icono en lo humano, en su calidez, en su cercanía, en su honestidad y en su compromiso como buena persona y mejor profesional en un ámbito, el de la biología, desconocido para el gran público en esos albores de una lucha motivada por un nueva sensibilidad.

Félix, el amigo Félix, fue todo un símbolo para varias generaciones. Aunaba de una manera natural y hasta instintiva esos dones que hacen que alguien sea un comunicador nato: era pura sensibilidad (en la mejor y más excelente de las interpretaciones) y genuina cercanía. Pocos como él ha propiciado el medio televisivo, y menos aún en el específico terreno de los documentales sobre la Naturaleza, por ser capaz de mostrarnos una agradable sensación de formar parte de la familia, de conocerlo de toda la vida, de aproximarnos a su alma y a su intelecto, que tenía y mucho. Se fue hace tres décadas una gran personalidad, dejando el camino abierto para todo un género televisivo que ha vivido momentos gloriosos en cuanto a audiencias, una situación que ahora, por desgracia, no se repite. Ha transcurrido el tiempo como una exhalación desde que nos dejó un poco huérfanos. Los años discurren muy rápidamente. El legado es magnífico, pero aún lo puede ser más si somos capaces de seguir encendiendo la antorcha de su vocación y su entusiasmo por la vida y por todas sus formas de expresión en la Naturaleza. No lo olvidemos. De hacerlo, es olvidarnos un poco a nosotros mismos.

UNIVERSIDAD DE MURCIA