El copago

Juan Tomás Frutos

 

Creo que hay términos que debemos desmenuzar, descifrar y escrutar antes de que, a fuerza de su uso, o de su mal uso, signifiquen algo distinto a lo que hemos entendido históricamente. Es el caso del “copago”, sujeto a polémica, a controversia, y a una serie de apreciaciones sobre lo que, sobre el papel, debería ser muy sencillo de comprender, y, seguramente, no es tan simple de asumir. En cuanto a su tradicional significado, yo al menos entiendo que quiere decir que se abona de manera participada una cantidad en función de un criterio equitativo o proporcional, de modo que un bien o servicio, con independencia del uso que se haga de él, está siempre ofrecido y cubierto al cien por cien.  Así, la Sanidad, que se nutre de nuestros impuestos universales en función de lo que consumimos o de lo que tenemos o ganamos, se abastece, en cuanto a ingresos, de esas tributaciones o aportaciones ciudadanas y empresariales que generan un sistema que es también universal y, por lo tanto, ante ciertas o inciertas circunstancias, justo. Ya es bastante que uno tenga que utilizar el sistema de salud como para que vayamos diciendo que lo tiene que pagar más quien más lo usa.
Los enfermos crónicos, los enfermos terminales, los ancianos, así como colectivos determinados en zonas o con condiciones más o menos concretas, tienen ante sí el temor a que deban contribuir más por una desgracia congénita o sobrevenida. A una dolencia, a un mal del porvenir, se podría sumar una iniciativa desequilibrada, desequilibradora más bien.
Duele pensar que esto pueda pasar en un mundo donde el progreso compartido ha sido nuestro máximo logro. Nos hemos preocupado más, en las pasadas décadas, de los últimos, y eso nos ha dignificado a todos. Por ello no cabe pensar en la regresión del sistema. Creo.
No digo yo que no tengamos que llamar la atención a quien no ponga esa atención debida en el uso de bienes colectivos, pero es claro que no pueden pagar justos por pecadores. De lo que se trata es de mejorar el modelo, ahora que hace aguas, no de transformarlo para empeorarlo, que es lo que ocurriría, a mi juicio, si los que más necesitan curarse tuvieran que pagar más, sobre todo en esta etapa de contingencias y de crisis con importantes pérdidas del poder adquisitivo que debilitan más a la ciudadanía.
Por todo ello, estimo que conviene que recordemos que el copago existe ya, pues todos pagamos el sistema sanitario actual con el dinero que sale de nuestros propios bolsillos, y lo hacemos de acuerdo a una cierta proporcionalidad. A mi entender, de lo que se trata es de conseguir que el sistema sea viable con los cambios que se deban hacer, pero manteniendo el derecho universal a la salud, al acceso a los instrumentos que la procuran, y con una equidad en el sostenimiento y en los costes de la Sanidad Pública. Generar zozobra con esto (no lo olvidemos) puede perjudicar nuestra Salud, que, según la Constitución, es un bien esencial que ha de preservar la Administración a toda costa, con independencia de las condiciones que tengan, en cada momento, los componentes de la ciudadanía (todos somos iguales, según el artículo 14 de la Carta Magna).  Conviene insistir en ello.