Amor e identidades

Por Juan TOMÁS FRUTOS.

Siglos lleva el ser humano, llevamos, cantando las importancias del amor, sus devenires, sus causas, sus derrotas, sus éxitos, siempre relativos, sus altivas intenciones, sus tempestades, sus curas, sus ímpetus, sus anhelos, sus caricias, sus ausencias… Todo en el mundo es amor, todo es presencia o falta de cariño, todo se justifica y/o se explica por sus dosis suficientes o insuficientes.

Lo bueno del amor, de la estima, de la admiración, es que no hay dos casos iguales. Puede haber mimetismos, pero no igualitarismos, y eso nos hace especiales a todos y cada uno de los hombres y de las mujeres que en la historia han sido, o que son, y que serán.

En esta especie de locura colectiva en la que nos hemos introducido en el mundo moderno y supuestamente avanzado, el amor genuino, el auténtico, el que tiene el pelaje de la verdad, está en vías de extinción, o eso dicen algunos. La premura, las soledades, la búsqueda de materia únicamente superficial y otros tantos elementos insulsos han hecho del amor de la juventud (ése por el que todos pasamos y que tiene el valor incalculable de hacernos felices por siempre, o todo lo contrario) una especie, según subrayan ciertos agoreros, en vías de extinción.

Por ello, hay que protegerlo, porque es ese amor de años mozos el que traza todo lo que ha de venir, o no, después. Si no colocamos a tiempo la simiente de la amistad y del cariño en sus versiones ciertas y determinantes, luego es casi un imposible, aunque puede darse, claro, como un hecho milagroso, que también hay que ponderar.

Porque creemos en el amor buscamos la salvación humana, a menudo desde la identificación de nuestro interior y desde el análisis de nuestros propios actos. La sanación individual estaría, por ende, en el frontispicio de una actitud encaminada a la mejoría por dentro y por fuera de toda la sociedad desde el prisma inicial de cada persona, pero, como percibimos, el identificarnos no es un itinerario sencillo. Recurrentemente nos acontecen eventos que suelen romper muy mucho las estructuras a las que tratamos de asirnos.

Más vueltas de la cuenta

Puede que todo haya dado más vueltas de la cuenta. Eso ha precipitado respuestas que no siempre nos valen. Parece fácil saber quiénes somos. En principio es así, pero lo que ocurre es que no dedicamos tiempo suficiente para saber qué nos define y qué nos sucede ante circunstancias y condiciones que no suelen ser las “normales”, las cuales son las que verdaderamente nos caracterizan (insistimos: aludimos a las excepciones).

Nos conocemos, como se suele decir, en las complicaciones, ya que, para lo bueno, todos nos convocamos, e incluso acudimos. En estos dos márgenes hallamos claves, en ocasiones sin formular ninguna pregunta. Cuando se desarrolla en nuestro entorno algo pésimo descubrimos las esencias con las que viajamos constantemente. Lo comprobamos desde que somos infantes.

El amor, que también nos debería venir de la amistad, no siempre nos llega en los términos necesitados o meditados. En algunas oportunidades damos con las auténticas personalidades de supuestos amigos y de conocidos cuando la hostilidad o la dificultad aparecen alrededor. Ahí vemos valentías o cobardías, y hasta traiciones. De todo se aprende: de estas actitudes también. Es deseable poder identificar fundamentos existenciales.

Solemos decir que las gentes cambian. Sí, pero en muchas ocasiones, puede que en la mayoría, las transformaciones que nos sorprenden negativamente vienen del siguiente hecho: no hemos podido, sabido o querido identificar a los compañeros de viaje. La parte positiva de los comportamientos de singularidad torpe o “fragmentadora” es que dejamos atrás, aunque sea “por la fuerza”, a aquellos que son más lastre que otra cosa.

Por lo tanto, mi deseo, por interés también, es que sepamos dar con las personas oportunas, que, si no es de este modo, que tengamos valentía y suerte para abandonar a quienes nos dañan, y que avancemos, en paralelo, hacia el futuro con ímpetu, simpatía, bienestar, salud y mucha estima. Con el equilibrio de esos presentes podremos dar con los más extraordinarios oficios igualmente.

Sin obsesiones, hagamos recapitulación de lo que albergamos. No es cuestión de cantidad, sino de calidad. Por cierto, una manera de interpretar si nos aman los que nos rodean es viendo si somos sus prioridades. No nos demos excusas, por favor. Para tomar decisiones debemos saber qué tenemos y qué queremos.

Con esa identificación seguro que habrá un porvenir: éste se presenta, se introduce y se reinventa desde el cariño en sentido amplio, lo cual supone ver a los demás, fundamentalmente a los que vienen más rezagados. En algún instante y en función de la óptica empleada igualmente nosotros podremos estar entre ellos.