El compromiso del Periodismo

Juan Tomás Frutos

 

He ahí el gran compromiso, una obligación clara, diáfana, llena de responsabilidad. El deber de informar es un deber social, esto es, no es tan sólo del profesional ni mucho menos potestativo de un grupo o gremio. Su administración sí lo puede ser, pero no su posesión. La información pertenece a todos, a cada ser humano por el hecho de su misma naturaleza y condición. De ello se deriva su carácter esencial de cara a la comunidad, a la cual se ha de ofrecer en un afán de entrega. Hay una obligación con un recorrido de enorme responsabilidad. El periodismo de servicio es el periodismo de compromiso con la sociedad, que debe ver reconocidos sus derechos a estar bien informada, así como a recibir una conveniente formación, aparejada ésta de las oportunas dosis de entretenimiento que han de brindar los diversos medios de comunicación de masas. Todo se ha de presentar en armonía y equilibrio.
No olvidemos que hasta ahora las leyes han reconocido el valor de servicio público a la sociedad que tienen las empresas periodísticas. La base de ello es que el derecho a informar es un derecho de la ciudadanía, y lo que hacen los periodistas es recibir una especie de mandato tácito, como diría el maestro José María Desantes Guanter. Precisamente por ello el deber profesional para con la sociedad es mayor. También ésta, por otro lado, debe ser exigente en su cumplimiento.

El periodismo de servicio está en la misma base de la democracia, y por eso su reconocimiento es expreso en las Constituciones. Su presencia textual es por la necesidad de establecer garantías de defensa del resto de derechos fundamentales de la ciudadanía que necesita del cumplimiento del derecho a contar lo que sucede como base de que el sistema funciona, de modo que cuando no es así, cuando algo falla, cuando hay errores, intencionados o no, éstos han de ser denunciados y relatados.

Sin duda, el Periodismo presta una extraordinaria labor de servicio a toda la sociedad. Los medios de comunicación aportan diferentes hechos y aconteceres y desde diversas perspectivas, lo cual contribuye a generar lo que se conoce como opinión pública. Como no puede ser de otro modo, lo deseable siempre es la existencia de una pluralidad de medios y de visiones sobre lo que acontece.

La Escuela de Turismo de la Universidad de Murcia oferta el I Máster Oficial en Gestión Hotelera

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La Escuela de Turismo de la Universidad de Murcia ha presentado hoy en la Consejería de Cultura el I Máster Oficial en Gestión Hotelera, que se ofertará en el curso 2010-2011 con el objetivo de formar profesionales en el sector.

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Se clausuran las jornadas de cooperación de la Asociación Hispano Argentina de Medicina

Congreso Medicina

Mañana, día 10, la Asociación Hispano Argentina de Medicina y Ciencias Afines clausura las jornadas de cooperación que han congregado esta semana en la ciudad de Murcia a médicos y docentes españoles y argentinos para debatir sobre los últimos avances en la ciencia médica y odontológica.

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Regalar felicidad con la comunicación

Juan Tomás Frutos

 

La dicha es el mejor regalo que nos pueden dar o que podemos compartir con los demás. Vivimos el prólogo de una vida que se ha de sustentar en la misma trayectoria con su evolución y todo. Tentamos, una y otra vez, la suerte con más suerte aún, y vivimos en la requisitoria que busca espacios para contrastar lo que ocurre por unos lugares de sentimientos vencidos de antemano. Nos hemos consultado las apariencias con sus glorias más recias, y en adelante daremos con las travesías de indicadores más tardíos. Nos hemos superado, y eso quiere decir que tenemos propuestas de generaciones espontáneas para continuar con lo mejor, o con lo que nos parece que lo es.
No hagamos caso a cuanto nos viene dado con unas panorámicas de divertimentos en el más puro estilo del vacío existencial, que nos ha de confrontar con las ideas de antaño en la búsqueda ornamental de cuanto nos viene ofrecido con aficiones y gustos complejos. Saquemos intereses de donde pensamos que no los había. Entremos en esa considerada visión que nos ha de hacer escapar de cuanto nos sucede en negativo para adentrarnos en un buen número de sueños por experimentar. Sobrellevemos las caídas y aprendamos de ellas.

Las seguridades nos han de expresar los requisitos más sombríos con esos planteamientos de gracias que nos han de ayudar en todo cuanto hagamos. Poco a poco las ideas irán triunfando entre todos, y eso será señal de consejos que nos portarán muy comprometidos con lo que nos gusta y complace en el tono y en el mismo deseo. Las heridas de años que ya se consideran atrasados deben ser adecuaciones a las realidades más interesantes, que hemos de defender. Aprendamos, y para ello comuniquemos.

Las premisas de las viejas guardias nos han de conducir por sendas de buenas y queridas pasiones, que han de alimentar lo mejor de nosotros mismos para que se incrementen los niveles de bienestar a través de la propia comunicación de flujos experimentados y secuenciados en tiempo y forma. Hagamos caso con honor, con empatía, con todo lo que nos merece la pena. La vida es templanza y consideración de los triunfos como relativos porque lo son.

Insistamos con el corazón en la mano en todo lo que nos puede otorgar beneficios simpáticos y entrañables con los que socorrer cuanto será expresión de amor y de amistad. No paremos en esas iniciativas que nos han de regalar felicidad con grandes dosis de fortunas. Sigamos, siempre sigamos, y no nos cansemos: no nos cansemos nunca. Comuniquemos esa dicha sin pausa. Poco a poco, y también sin prisa, nos iremos dando otros semblantes.

Una etapa oportuna para comunicar

Juan Tomás Frutos

 

Veamos la vida en etapas, en fases, en momentos, en deseos entremezclados con opiniones definidas. Debemos tener claras aspiraciones: una de ellas es la de comunicar, y hacerlo bien. Deambulamos por este maravilloso mundo, lleno de agridulces elementos, con sus consecuencias variopintas y con sus perspectivas de amplia gama. De vez en cuando, además de mirar, vemos, y caemos en la cuenta de esa hermosura sobre la que teorizamos y que observamos y palpamos en primera línea en cuando le damos una clara oportunidad.  Es, pues, cuestión de intentarlo.
Los apuros de ciertas etapas (inevitables, por otro lado) se suspenden por unos instantes cuando damos con la complicidad que nos hace sentirnos con más vida. Nos manifestamos recurrentemente, o debemos, con unas actuaciones que nos dan fe a través de ciertas actividades que nos impulsan para seguir adelante propiciando y sacando partido a la existencia. Nos acercamos a algunas justificaciones cuando nos preparamos, cuando estamos preparados, para ello.
El esfuerzo de la mirada es básico para que nos regalemos la realidad del otro, de los demás, para que entendamos que todos tenemos una función,  y que ésta es digna y competente cuando nos mueve la intención buena, la buena intención.
El verano es una etapa oportuna para enfrascarnos en un determinado relajo que nos ayude a contemplar de verdad, con más propiedad, con el afán de ver al otro lado, de reconocer y de reconocernos con las experiencias que nos toca exprimir, que así ha de ser.
Tomemos, por lo tanto, cartas en los asuntos que nos envuelven y que nos llevan como si constituyeran un río tras una tormenta con aguas encabritadas, y concedámonos el beneficio de una existencia que tiene sentido verdadero con la belleza de quienes nos acompañan.  Seamos en el servicio a los convecinos.
Por eso, las miradas que propiciemos han de ser limpias, cargadas de confianza, procurando que ayude el contexto, que haya una retroalimentación (esto es, una respuesta), que nos impulsen a la actividad del entendimiento y de la comprensión, con aquiescencia, buscando el valor del silencio y de la escucha, con proporciones equitativas y equidistantes.  Con todo ello tendremos la necesaria complicidad, a la cual hemos de añadir los mejores ánimos que, con su ilusión consustancial, nos regalarán buenos presentes en busca incluso de un futuro aún mejor.
Quizá el verano, y puede incluso que tengamos que quitar el quizá, sí, el verano, con todo su ocio, con esa parada en la biología profesional, sea, es, una etapa para fomentar auténticas miradas, de ésas que divisan y advierten, que otean en el interior y que sacan lo óptimo de cada cual. A eso se le llama entrega (complicidad decíamos antes), o, en términos más comunicativos, empatía. No olvidemos que, sin ella, sin asumir quién es el otro, sin sus porqués y circunstancias, sin esa actitud de ponernos en su lugar, no hay verdadera comunicación, y a ella, como no puede ser de otra manera, debemos aspirar. El intento ha de ser constante, permanente, vehiculado con la mejor intención. El verano es una etapa adecuada. Supongo que el resto del año también. Vayamos por él.

Hasta siempre, Mariano

Juan Tomás Frutos

 

Mariano se ha ido, se nos ha ido. Su imaginación desbordante ha aterrizado en el paraíso de las voces de corazón. Todo ha sido tan repentino que no acierto a saber lo que ocurre, lo que ha pasado. ¿Por qué? Era tan joven, por dentro, por fuera, en su expresividad, y nos regalaba ese aspecto tan entrañable y esa panorámica tan divertida de la vida, que uno se queda pesaroso por la fatalidad del destino, que, en éste como en otros casos, nos golpea con una fuerza de la que es difícil sobreponerse.
La profesión periodística llora la ausencia de un locutor de radio extraordinario, de esos que han aprendido el oficio a fuerza de mucho trabajo, de un enorme pundonor, de dar brillo a la voz, al talento, al tiempo, aprovechado todo con hermosura y bondad. Sí, Mariano era buena gente, de esa gente querida a primera vista y luego, cuando lo tratabas, aún lo querías más, pues se mostraba como era, con buenos propósitos y con actitudes de mejora y de entrega a los demás.
Su voz, se ha dicho, era de las más famosas del espectro radiofónico. Es verdad, pero yo destacaría la cercanía que transmitía, su buen humor, el positivismo que trasladaba, lo cual hacía que, sin darte cuenta, te condujera con sencillez por los relatos, historias e informaciones que te contaba. Había ternura en su palabra y en sus tonos, en su lingüística y en su metalingüística. Fue un ejemplo para la profesión, para nuestro gremio, tan necesitado de puntos de apoyo en positivo como el que nos ofrecen gentes como Mariano.
Ahora tenemos por delante una etapa complicada, que es afrontar la vida sin su presencia física. Sí que poseemos sus ejemplos, sus delicadas miradas, sus improntas, su quehacer y sus magníficos directos glosándonos esa Región suya a la que tanto amaba, como nos demostraba cada día. Sabía elevar las anécdotas cotidianas a puras categorías, y por eso siempre le estaremos en deuda.
Lo bueno de las gentes que vivimos de la Comunicación es que sabemos que la Comunicación persiste, que se transforma de mil maneras diferentes, que todo lo importante permanece en el indeleble estadio y estado de las sensaciones y de los sentimientos. Mariano fue una persona apasionada y querida, y con esa imagen extraordinaria nos quedamos, así como guardaremos por siempre la obligación de intentar ser tan buena gente como él lo ha sido. Gracias, estimado Mariano, por tu quehacer. Tu voz, en nosotros, con nosotros, por nosotros, no se apagará nunca. Hasta siempre.

“El duende ferreño”

Juan Tomás Frutos

 

Heme aquí, compañeros del alma, amigos muchos, conocidos otros, enamorados del flamenco la gran mayoría, dispuesto de corazón y con toda mi alma para dar el pistoletazo de salida en una nueva edición del Festival de Cante Flamenco de lo Ferro.

Confieso que me llena de orgullo estar en esta atalaya, en este altar del arte para significar su importancia, sus valores, sus tesoros intangibles. Reconozco también que me da un poco de pavor caer en el tópico, el no dejar huella entre aquellos que sois la muestra viva del sentimiento en estado puro. Es una oportunidad única, pero también un riesgo. De momento os lanzo una pregunta que traigo con mucha humildad: ¿Dónde están los duendes flamencos de Lo Ferro? He preguntado en la misma puerta, y alguien me dice que apenas queda testimonio de una casa que, al parecer, los albergó, a los duendes, muy cerca de aquí.  La cuestión es que quizá hablamos de otros duendes. Bueno, que no quiero perderme, no tan pronto. Así, pues, con sentimientos ambivalentes y con la petición de una cierta benevolencia me dirijo a todos vosotros con el sabor de mis ancestros, con la pasión por ese “quejío” que es amor y encuentro, que es, sin duda, el flamenco, que sois todos vosotros. Definir el alma no es fácil. Uno la experimenta,  y ya está, ya vale. Los sentidos son los que son, e incluso son numerables en sus aspectos externos, pero internamente no hay dos iguales, porque no hay dos personas iguales. He ahí la dificultad de expresar qué es el arte, qué es el arte flamenco, qué es el sentimiento flamenco, definido, en una forma, como la exaltación y la agonía por los éxitos, por los fracasos, por los amores, por los desamores, por las voluntades que van y vienen. Me es más sencillo hablar de lo visible, del escenario, de las gentes que han puesto en marcha, con una impecable organización, un certamen que sabe a gloria. Estáis ahí, y no quiero nombraros porque no quiero dejarme a ninguno sin mencionar. Lo Ferro es pasión, Lo Ferro es fortaleza, Lo Ferro es silencio y parlamento, es todo eso en tonos diversos, apetecibles, entre sigilos y posturas que ennoblecen a quienes trabajaron las tierras, y con ellas cantaron y soñaron, y vivieron y se encerraron con finitas querencias que se plasman en su buen hacer, en su apertura al visitante. Tanto es así que recogieron las mieles de la historia para dar con este festival, que es familiar, que es salubre, que es cercano, que sabe a lo conocido. Por eso es un poco de todos. Para mí, Lo Ferro es recordar mi infancia, a mis familiares, que vivían y viven muy cerca de aquí. Lo Ferro forma parte de esa geografía que indica cuáles fueron mis primeros sueños, que permanecen en los recovecos del corazón, que es bruma y deseo incluso con el paso de los años. Creo que me siento como en casa respirando los mismos átomos de familiares que trabajaron y lloraron la tierra, que se endulzaron con ella en los buenos años, que se apegaron a sus sentidos, a sus sequedades, a sus durezas, también a sus intermitentes destellos. Esta panorámica parece tener incluso las mismas caras del flamenco, que se duele y se alegra del paso ligero de una vida que tiene aristas cortantes y prendas magníficas que vestir. Lo Ferro para mí ¡Ay, sí! Para mí, Lo Ferro es recordar a amigos que me enseñaron mucho, todo, que me hablaron cuando aprendía de mozo, que me consolidaron sus destrezas más estupendas. Vienen esas patrullas a menudo que nos aplican sus dones de excelencia. Siento la ternura de sus ojos conmigo, esta noche, con sus estrellas más o menos ocultas, con el dulzor de la Luna, con la belleza serena de quienes incluso no se hallan físicamente entre nosotros. El concepto tiempo y espacio no existe con la lógica matemática cuando hablamos de genuina amistad. Lo mismo le pasa al flamenco. Y en esto me pregunto de nuevo por los duendes, los de Lo Ferro, sí. Confío en que alguien me indique. Hace años en unas fiestas locales conocí el duende de alguien que cantaba como la gloria. Los recuerdos se diluyen. Uno no quiere aferrarse a ellos. Le preguntó el discípulo al maestro cuál era el camino. “No te referirás”, le contestó, “al que tienes ahí mismo”. Es la vida, señoras y señores, la que te enseña. Sólo con el tiempo, como el pececito, sabes qué es el océano. Lo que es el todo del principio se muda en el principio del todo, en el todo mismo, en lo que somos en definitiva. El agua, como el camino, como el aire, como los elementos fundamentales, los tenemos desde que llegamos al mundo, a esta dimensión, y es con el tiempo que los comprendemos. El camino, sí, ése que emprendieron esos enamorados del flamenco hace 150 años cuando empezó a cerrarse como tal. Existió desde siempre, desde tiempos inmemoriales, pero fue hace un siglo y medio cuando empezó a crearse una escuela no escrita de palos y talentos, de escenarios en los salones de aquellos que, por nacimiento, por afición, por arraigo o desarraigo, se enfrentaron con la nobleza de un arte espontáneo, surgido del sentimiento en estado puro. Décadas de idas y venidas, de palos de todo tipo, de cante hondo, de seguiriyas, de jaleos, de bulerías, de tarantas, de levantinas, de “soleás”, de  dimes y diretes, de cantes de vuelta, de mineras, de saetas, de farrucas, de malagueñas, de sevillanas, de cartageneras, de sentimientos, de suspiros que han evolucionado en todas partes, más en donde el trabajador se enfrentaba con cierta melancolía y “cansera” a su menester de cada día. Y en todo esto han aparecido unos locos que han consagrado sus carreras de cantaores, de bailaores, de guitarristas, de acompañantes de un cante que es gozo en un pozo de diversas densidades, que es navegación con un rumbo intuitivo que llamamos “duende”. ¡Ah, el duende! ¿Dónde estará? No sé si los habitantes durante más de 300.000 años en la Sima de las Palomas advirtieron el valor del cante, de lo que es singularidad mayúscula venida desde lo más recóndito del corazón. Sí sé que lo Ferro se ha ganado un espacio, que ya no es humilde como sus gentes, que apunta unas señas de identidad como pocos certámenes en el mundo flamenco. Apenas sus cientos de habitantes aciertan cada año en lo que es una labor titánica. Son muy pocos para remar en la misma dirección y hacer algo grande, pero lo hacen. Vitalidad del Festival Y por eso, en esta edición en concreto, podemos destacar sus más de 50 aspirantes, que son la media de cada año, dispuestos a ganar el Melón de Oro. Por cierto, cada vez lo obtienen artistas más jóvenes, que luego ganan en otros festivales de igual reputación, o incluso de más solera (son apenas dos o tres más). Y aquí no sólo se descubren jóvenes: también se destaca como en ningún otro lugar el papel de la mujer que canta y que baila y que aquí, en lo Ferro, con siglos de pasión a sus espaldas, saben interpretar como en pocos lugares. Será, indudablemente, el duende, que vive aquí. Lo vemos cada noche, como lo veremos en sucesivas noches, durante toda esta semana, en las capacidades de los 12 cantaores que han quedado finalistas. La ilusión está aquí, aunque suene a tópico, en estado puro. Como anticipo de ella tienen esta noche, con el permiso de los demás, a Victoria Cava, una alumna aventajada y que supera al maestro en todo y que nos hará un regalo muy especial con interpretaciones cargadas de garganta, de técnica y de brillo y presencia. Un don para los sentidos, para los aficionados. Es uno de esos jóvenes talentos que defiende Lo Ferro a capa y espada. Ella también nos acompañará en Octubre en el segundo encuentro dedicado al flamenco y a los medios de comunicación, un curso, un taller donde vendrán reconocidos expertos y teóricos del flamenco, pero también artistas que, en el día a día, nos ofrecen un cante tan ancestral como en plena ebullición y evolución. Hasta en eso Lo Ferro, Torre Pacheco, ha sido una adelantada, pues fue la primera en ofertar un curso de este género, el que se dio hace dos años, y ya le han salido imitadores, lo cual quiere decir que vamos por el buen camino. Este año el curso tendrá créditos europeos de libre configuración, como un incentivo más para el ambiente universitario. Más dudas. ¿Qué os puedo contar yo sobre el flamenco que no sepáis? Estoy aquí por mi cercanía con los que saben, por el amor que les profeso. Ellos son testigos de mi devoción, y por eso me han colocado esta noche ante vosotros, ante ustedes. Reconozco que el orgullo por poder venir a continuar aprendiendo me embarga y me ubica en una nave especial donde la comunión en lo personal y en lo espiritual es el todo. Para mí, el flamenco es perfecto, es el “summun” en la búsqueda de las raíces de unos ancestros que vinieron de los cuatro costados de la piel de toro, encontrando en este campo de Cartagena las razones de un crisol histórico donde no faltan ni razas, ni credos, ni pareceres, integrados todos ellos con lo mejor para entenderse: la palabra, y, más que eso, la palabra cantada. A ello unimos la sencillez de los términos, de las rimas, junto con el esfuerzo para pronunciar la queja o la alegría, para ese “quejío” interno que saca el duende y la naturaleza de unos seres humanos curtidos en la esperanza, en el dolor, en la entrega, en el afán de superación, en el anhelo por vivir, por sobrevivir, por dejar sus huellas. Arte del pueblo Todos sabéis tan bien como yo que nos hallamos ante un arte que reconoce como pocos el valor del pueblo llano, el valor de los que se quitan el hierro pesado de un destino que destapa el peso del trabajo, de los valores, de los sentimientos, y resuena como ningún otro a lo largo de la historia, superando barreras y organizando un destino universal en forma de cánticos que se entienden en toda época y lugar. Tanto es así que, en esta época de Internet, es uno de los cantes más conocidos en el planeta Tierra. Además, sus diversos palos nos recuerdan su capacidad para adaptarse, para amoldarse, a estados de ánimo, a interpretaciones y a momentos. Tan versátil es que, hoy en día, se entrega a mestizajes y maridajes con la naturalidad de los grandes géneros musicales, y lo hace con una hermosura que es difícil de superar. Hablaban Unamuno y Pío Baroja, en su ámbito literario, de una cierta escritura intuitiva y sin una técnica determinada. En el fondo, aunque ellos no fueran conscientes, había mucha técnica en sus obras. Lo mismo ocurre en el flamenco, que tiene reminiscencias con cánticos de diversos puntos africanos, que se encuentra en diversos períodos históricos de nuestra España más universal, que golpea instrumentos y corazones como lo hacen otros géneros, como el propio Jazz, y que se ha nutrido en sus idas y sus vueltas entre fronteras escritas o no definidas con el continente americano. El reto desde siempre ha sido bello, extraordinario, ingente. La cosecha lo ha sido igualmente. Lo que sí está claro es que ha tomado, el flamenco, lo mejor de los sentimientos de los últimos, de lo que iban a ser olvidados por la pobreza o por las desigualdades que fomentamos o consentimos los seres humanos. La solidaridad del cante flamenco ha sacado, desde sus orígenes, del ostracismo a quienes estaban condenados al olvido, en el cual no cayeron por unos cantes que recuperaron la dignidad que quiso robarles un destino cruel, superado gracias a los golpeteos de una música que superó la desesperanza y sacó rabia contenida direccionándola hacia un estado de mejoría singular. La receta, la mejor receta, fue el flamenco. La vida es transformación. Nada queda quieto.  Eso decía Heráclito, quien nos recordaba que “no podemos bañarnos dos veces en el mismo río”. Aunque nada permanece, en Lo Ferro sí quedan las raíces de quienes lo hicieron posible, de los Escudero, de los Rocas, de los anónimos, de los Juanito Valderrama, de los que mostraron talento artístico con unos carteles extraordinarios, como lo es este año el realizado por mi amiga Joaquina Illán, a la que adoro.  ¡Cómo le baila a la Luna querida! Pasión flamenca Bebamos en su honor el mejor elixir. Seamos sensaciones y puros sentidos en este negociado que abrimos esta noche, en esta  31 edición. Comenzamos la cuarta década de un certamen que abriga sinceras y genuinas esperanzas, más que fortalecidas ellas, sobre el futuro del arte flamenco, de su salubridad, de su diseño y expansión.  Suenan campanas, escribí para Victoria, que está predestinada por su nombre a llevar con letras bien altas y bonitas un arte que alberga, como sus padres y hermana, bien adentro, marcado por la pasión y el afán de superación. El duende del flamenco -me dicen ahora- deambula estas noches por lo Ferro, donde ha venido a recitar palabras llenas de encuentro y de amor, así como de música celestial de la mano de palmeros y guitarristas, y de otros acompañantes instrumentales. Todo, esta noche, es fruto de la casualidad, de ésa que no existe, por la que durante treinta años llevan laborando ferreños y entusiastas de Torre Pacheco, e incluso de otros lugares, para que este certamen lleve el mejor cuño posible, que lo porta, como han podido constatar. Flamenco es unión, es familia. En Lo Ferro, lo saben, y lo practican. Por eso, este año rinde homenaje al certamen mayor del flamenco, a su hermano mayor, a La Unión, con sus 50 años de festival a cuestas, con 150 de municipio, y con siglos de historia que conmueven y sirven de crisol, como hace el propio arte flamenco. Es un buen referente. Prueba de que los ferreños son una familia, es que una familia, y luego otra, y más tarde, otras, y, hoy en día, otras, todas juntas, con sus apellidos, con sus fuerzas, con su tiempo, con su dedicación, han hecho y hacen posible un certamen que ha crecido con reconocimientos y con un arte extraordinario, con mucho arte. En varias ocasiones han descubierto el talento que luego se ha corroborado en otros festivales flamencos, como ya se ha dicho. Es que, en Lo Ferro, tienen alma de pioneros. Aquí, creen, como pocos, en las generaciones más jóvenes, y por esto tienen su propia escuela, que miman, que cultivan, y por eso llegan muy lejos con todo lo que saben hacer. El reconocimiento internacional ya no es algo excepcional. Y son solidarios: ningún otro certamen tiene la patente reconocida con la leyenda flamenco solidario. Lo han demostrado en todos sus años de historia, recabando fondos para ONG´s y para numerosas organizaciones y entidades entregadas a la sociedad. Este mismo año han organizado una gala a favor de Haití, y esta semana dirigirán sus desvelos, sus voces y el dinero que se obtenga para el fomento de buenos menesteres.  El Festival tuvo acierto en los comienzos, acierto para continuar, acierto para los nombres de los premios, acierto para los presentadores y los jurados que por aquí han pasado. Son, han sido, y serán magníficos. Además, el gran premio, el melón de oro, es un galardón de gran reputación que da sabia a quienes lo ganan y que muestra el orgullo que sienten los paisanos del lugar por uno de sus productos emblemáticos, el melón, con una denominación de origen tan especial como el sello de los cantes que por aquí surgen y resurgen, y se expanden. Muchos triunfadores Los nombres de quienes han triunfado son numerosos. Y de quienes los han contemplado también. Hay nombres con mayúsculas sociales, esto es, de esos conocidos, como la Duquesa de Alba, pero destacan, fundamentalmente, los anónimos, los desconocidos, aquellos que hacen que la intrahistoria se desarrolle y sea del nivel tan alto como hallamos por estos lares. No podía imaginar Vicente Ferro cuando fundó el paraje que esta localidad iba a tener la altura de miras y la proyección de la que ahora hacemos gala. Es cierto que la historia hunde profundas y profusas raíces en este emplazamiento, donde ya hubo asentamientos romanos y de otra índole antes y después. La cercanía del mar y la riqueza de estas tierras siempre fueron focos de atracción y de deseo. Sin embargo, es en la actualidad cuando adquiere un fulgor especial por el paso del arte y el tronío de especiales estrellas de una expresión que no tiene, por fortuna, fronteras que le detenga. Y qué me dicen de su palo flamenco que ha maravillado hasta al propio Juanito Valderrama, quien se subraya como su inventor.  Tiene tono, tiene talento, tiene duende, de todo un poco, y así, con humildad llega a quien escucha. Y, en el final, vuelve la pregunta: ¿Dónde se hallarán los dichosos duendes? Ustedes saben, como yo, que están en cada uno de cuantos nos visitan, de cuantos han hecho posible que el cante siga, que estos cantaores y bailaores continúen adelante. Ustedes tienen el duende, ustedes son el duende, y yo, humildemente, en este pregón que será lo que tenga que ser, he venido, con el corazón en la mano, para darles las gracias por descubrírmelo cada vez que vengo a este lugar, que, con su permiso, considero un poco mío. ¡Que comience, pues, la música, que suenen las voces, que se oigan los corazones! Se inicia la 31 edición del Festival de Cante Flamenco de Lo Ferro. Que todos lo sepan. Buenas noches.

Brindis comunicativos

Juan Tomás Frutos

 

Brindemos por la comunicación y sigamos ese camino del cielo estrellado que nos regala esperanza en todo intercambio de información. Rastreamos el destino en busca de cómo comunicar ese futuro al que aspiramos con los mejores resultados societarios. Nos olvidamos de cuanto hemos sido en cuatro momentos que ya se fugaron. Ésa es la vida. Lo que toca es hacer un buen balance, aunque no siempre sea posible.
No debemos negarnos ese pan que nos debería adiestrar con las influencias más nobles y loables. La existencia es una docencia eterna que nos ha de conducir por lugares imperfectamente construidos por la voluntad de varias partes, que han de ser entregadas a las creencias más sensacionales. Las palabras nos han de complacer, y por eso las hemos de cuidar tanto como podamos.

Nos hemos de poner en guardia para llegar a ese bienestar con el que crecer en un momento de honra bendita. Las confluencias nos hacen invertir tiempos pretéritos con unas consumaciones de terminaciones enhiestas. Hemos de convenir en lo mejor, en lo que podamos, en las afectaciones que nos proponen fugas con sus cualidades extensibles.

No hemos hecho los deberes, pero los haremos. Los casos que no entendimos aparecerán con reflejos singulares que nos embellecerán. Hemos de pretender la hermosura, aunque ésta se zafe de nosotros en cuanto tiene oportunidad. Hagamos pronósticos sin ningún género de reservas hospitalarias. Hemos de aplaudir lo que consideremos mejor.

No nos pongamos en ese sitio que no terminamos de entender. Vayamos sin prisa hacia la sensación más permeable. La agudeza con su ingenio nos ayudará a entender qué es lo que está pasando, que será con remedio y todo. Nos hemos de acostumbrar a consumar ideas sin que estemos presos de tantos silencios anhelantes de la virtud. El riesgo moderado es hasta aconsejable. La sociedad se transforma así.

Las conclusiones se han de trocar en paradigmas para la acción, sin que dejemos nada atrás. Tengamos en cuenta todos y cada uno de los resortes que nos rodean para hacer oportunos paquetes de comunicaciones que nos den las perspectivas en las que nos moveremos con la gracia que nos infundirá buen humor y mejor ánimo.

Separemos lo que es de lo que será, y tengamos en cuenta las maravillas más imponentes. Las oportunidades que nos mueven hacia la sensación más querida nos invitan a tomar partido por todo cuanto nos ocurre, que ha de ser constructivo en la medida que podamos. Hagamos las cuentas de ese pasillo que nos sale con aprendizajes mutuos.

Hemos tomado las raíces de unos procesos que serán comunicativos por la firmeza con la que nos trasladamos constantemente de un lugar a otro. Hemos supuesto heridas que no se han producido, mientras que hay otras que nos han de sugerir posibilidades con tonalidades rotas y caracterizadas para brindar los mejores resultados. Las aspiraciones de hoy, como las de ayer, son legítimas. En comunicación igualmente. No hay mejor premio, ni mejor galardón, que la dicha de aprender y de enseñar a otros desde la humildad y la consideración de la cercanía y de la familiaridad bondadosa en los procesos de relación humana.

Convencimientos en la comunicación

Juan Tomás Frutos

 

Repasemos los parámetros que nos pueden hacer fuertes y seamos en la sensatez que nos pone palabras quietas y de largo alcance. Medimos esas palabras que nos han de transportar hacia el equilibrio de unas cuentas que nos deben presentar las mejores templanzas como axioma de una vida que nos hará eternos. Procuremos que las actitudes sean salubres.

 

Nos hemos de mantener con una gracia que nos infundirá todo el respeto que precisamos para dar con las claves más autóctonas. Nos hemos confundido en las reglas, pero, poco a poco, iremos aprendiendo. No tengamos prisa.

Las fortunas nos han de poner en ese trance que nos dictará las calladas respuestas como síntomas de todo cuanto está por acaecer. Nos hemos de contemplar con luces en los rostros. No hagamos caso únicamente a los objetivos superficiales.

Nos hemos de poner en la bruma de unos detalles que nos han de alcanzar con las ocupaciones más hermosas. No pongamos curtidas apariencias en los lugares de destilaciones en proceso. Vayamos hacia delante.

Ocupemos esos espacios que nos han de complacer con unas reparaciones de esos tiempos que nos dijeron por dónde ir. No quedemos en un punto trasero cuando hemos de hacer tanto por esos caminos de la eternidad en los cuales confiamos para nuestra estima, base de la comunicación que vamos a sostener.

Movamos las fichas que nos permiten entender el juego. Seamos capaces de conseguir que todo vaya un tanto mejor. Será. Convenzamos a nuestros espíritus contando lo que sucede. La comunicación está llena de sensaciones que hemos de poder alimentar con mesura y fortuna.

 

 

UNIVERSIDAD DE MURCIA