Foto 1 Alfonso Rodríguez, Manuel Saura

“Los antiguos medios audiovisuales eran el sermón y el teatro” (Alfonso Rodríguez, nuevo doctor Honoris Causa por la UMU)

“A comienzos de los 60, cuando nadie lo conocía en España, puse de moda el Manierismo en nuestro país”

Pascual Vera

Fotografías por Manuel Saura

Es uno de nuestros historiadores del Arte más veteranos. A sus casi 89 años, continúa activo en su tesón por investigar y seguir enseñando sobre lo que más le apasiona: el mundo del arte.Alfonso Rodríguez G. de Ceballos, religioso de la Compañía de Jesús, formado en los 50 en las universidades de Comillas y Complutense, profesor de Historia del Arte durante décadas en la Universidad Autónoma de Madrid, académico director de la Biblioteca, Archivo y Publicaciones de la Real Academia de Bellas Artes de san Fernando, ha investigado, publicado y formado a historiadores del arte durante 60 años, y aún hoy, a sus 88 años, sigue escribiendo e investigando.

Discípulo del también historiador del Arte José Camón Aznar, Alfonso Rodríguez pudo conocer de primera mano en Roma, durante los últimos años 50, el arte y los estudios de los principales arquitectos italianos, que impregnaron con su obra, durante mucho tiempo, la arquitectura española.

Y también en la ciudad de Múnich de los primeros 60, donde los profesores Hans Sedlmayr y Wolfgang Braunfels, le abrieron las puertas de las principales bibliotecas de la Universidad a aquel joven historiador que quedaría prendado del Manierismo, comenzando a difundir este estilo en una España en la que apenas se le conocía.

El Renacimiento y el Barroco, el Manierismo, su incidencia en la arquitectura, la escultura y la pintura, el arte de los jesuitas (un tema en el que se basó su tesis doctoral), el Renacimiento y el Barroco en Salamanca, cuya modélica plaza Mayor conoce como nadie, así como las fiestas, sermones, el teatro, su escenografía y su tramoya, en  cuanto a incipientes medios de masas que configuran mentalidades particulares e imaginarios colectivos, han sido los principales temas sobre los que ha girado su ingente obra investigadora.

Alfonso Rodríguez es el nuevo doctor Honoris Causa de la Universidad de Murcia, el número 62 de una nómina que se abrió hace 43 años con el músico lorquino  Narciso Yepes.

 -P: ¿A cuándo se remontan sus relaciones con Murcia y su Universidad? ¿A qué profesores conoce aquí?

-R: A la primera mitad de los años 60. Yo estaba haciendo entonces la Tesis Doctoral bajo la dirección del catedrático de la Universidad Complutense José Camón Aznar sobre los edificios e iglesias de la Compañía de Jesús en España, y tuve que viajar a Murcia para estudiar y tomar unos datos y fotografías de lo que es ahora el Gobierno Regional, la iglesia de San Esteban y el antiguo colegio jesuita, cuyos patios todavía creo que se conservan. Ese fue mi primer contacto.

Luego he ido tantísimas veces a Murcia que para mí es una ciudad de especial predilección, y tengo en ella muchísimos amigos. Recuerdo, con verdadera nostalgia a Francisco Javier de la Plaza Santiago, entonces catedrático de Historia del Arte de la Universidad de Murcia, vallisoletano, conocía los lugares más típicos no sólo de la ciudad sino también de la huerta. Murcia es una ciudad de la que tengo recuerdos muy agradables.

-P: ¿Qué supone para usted el hecho de ser investido doctor Honoris Causa por la Universidad de Murcia?

-R: Me produce una inmensa satisfacción. Y además, la persona que ha promovido todo esto es Concha de la Peña Velasco, que ha sido alumna mía y me admira demasiado, excesivamente. Ella ha sido la que ha movido prácticamente todo para que yo reciba ese honor, que realmente no creo que merezca. Y no porque no quiera serlo, porque admiro mucho a la ciudad, tan agradable y acogedora, y a sus gentes, sino porque no creo que merezca este título tan fantástico: Doctor Honoris Causa por la Universidad de Murcia.

 -P: Usted que ha conocido la Universidad de los años 50, ¿qué diferencias encuentra entre la de entonces y la actual? ¿En qué hemos ganado y en qué hemos perdido?

-R: Yo creo que se ha ganado mucho, porque, por ejemplo, en aquellos tiempos no existían los departamentos de Historia del Arte específicamente La Historia del Arte se estudiaba en las carreras de Historia como una de las asignaturas, pero no existía como actividad específica como existe ahora en prácticamente todas las universidades.

-P: Como ha comentado, hizo su tesis con José Camón Aznar, una figura impresionante en el mundo de la Historia del Arte en España. ¿Qué recuerda de él?

-R: Camón Aznar era muy efusivo. Él Era profesor de Historia del Arte Medieval Cristiano y musulmán en la Complutense. Cuando nos leía el cuadernillo nos aburríamos mucho, pero cuando se deshacía de él y empezaba a disertar por su cuenta, era verdaderamente magnífico. Yo tomaba muchísimos apuntes, escribía todo lo que iba diciendo cuando improvisaba, desgraciadamente esos apuntes los dejé un día en el aula y desaparecieron, alguien los cogió y vio que estaban muy bien hechos porque yo cogía perfectamente lo que decía. Y sentí enormemente la pérdida de aquel cuadernillo.

A él le interesaba mucho lo que se llamaba la arquitectura tridentina, le interesaba con aquel énfasis que él ponía en todo, como buen aragonés que era.

Era un gran profesor y, además, teníamos una gran amistad, porque era muy amigo de un tío mío, a quien conoció cuando fue catedrático en Salamanca.

A don José le debo una serie de becas de la Fundación Lázaro Galdiano por las que pude realizar varios viajes muy importantes en mi formación.

Con una de esas becas estuve en Roma por primera vez. Fue en 1958, el año en el que murió Pío XII y eligieron Papa a Juan XXIII. Tuve la suerte de estar entonces en Roma y ver como salía al balcón por primera vez Juan XXIII. Es una cosa que no olvidaré en la vida.

Y luego, también con otras becas de Camón Aznar, pude estar en Múnich. Pasé bastantes veranos estudiando en aquella Universidad, donde hay un Instituto de Historia del Arte celebérrimo.

-P: Usted es un auténtico experto en la influencia de la arquitectura italiana en el arte español, ¿qué nos puede decir de esa relación?

-R: El arte italiano está presente en toda la arquitectura, no solamente española sino francesa, alemana, inglesa, en todo. En el mundo del arte, los italianos son un referente obligatorio y de primerísima categoría. Su influencia en España fue muy grande. Pensemos que aquí vinieron a trabajar muchísimos artistas italianos. El mismo Escorial sería inexplicable si Juan de Herrera no hubiera conocido la arquitectura antigua a través de los escritos y de los tratados de arquitectura de la antigüedad, que habían sido editados por los italianos, o la vida de los artistas italianos de Vasari, cuya traducción se hizo muy pronto en España, y se trata de una obra fundamental para la historia del arte.

-P:¿Por qué otros caminos penetró en España la influencia de ese arte europeo?

-R: Hay libros y grabados, pero sobre todo, es porque los mismos artistas, si podían, a través de mecenas y patronos que les costeaban el viaje, iban a Italia. Este viaje suponía para ellos descubrir un nuevo mundo. Después de ese viaje venían a España y, efectivamente, todo lo que habían visto y aprendido allí, lo reflejaban en las obras que hacían en España.

Juan de Herrera, por ejemplo, no estuvo en Italia, pero a través de aquellos viajeros, escritores o tratadistas que escribieron sobre el arte italiano, conocía aquel arte como si hubiese estado allí.

Lo mismo le pasó, por ejemplo, a Ventura Rodríguez, un arquitecto extraordinario, el que más trabajó en la España de finales del siglo XVIII. Ventura Rodríguez nunca estuvo en Italia, pero a través de los grabados y de las láminas, en ediciones maravillosas hechas en aquel país, conoció profundamente el arte que hacía en ese país. Fue a través de muchas ilustraciones como los arquitectos y artistas españoles aprendieron cómo era el arte italiano.

Foto 2 Alfonso Rodríguez de Manuel Saura

Los antiguos ‘medios audiovisuales’

-P: Usted asegura que las fiestas, los sermones y el teatro fueron incipientes medios de masas de otras épocas, eran esos medios los que, de alguna manera, conformaban el imaginario colectivo.

-R: Sí, es cierto. Dámaso Alonso decía que los sermones y el teatro era lo que realmente educaba a la gente, porque todo el mundo iba al teatro y escuchaba los sermones. Y entre los sermones que predicaba la iglesia, con aquellas descripciones, lo que más conmovía en la oratoria cristiana era la infancia de Cristo, la Anunciación, el Nacimiento, los Reyes Magos, todo el ciclo de la vida de Cristo y, luego, su pasión. Y todo eso lo aprendía la gente a través de la predicación, por una parte, pero también a través del teatro, que escenificaba todas esas cosas. De esta manera, la gente aprendía más que por el catecismo a través de los medios audiovisuales de la época que eran el sermón y el teatro. Esto no solamente era sobre lo cristiano o la epopeya de los apóstoles sino también, en general, del mundo antiguo.

-P: Hablaba al principio de los viajes que hizo a otros lugares europeos como Roma o Múnich, ¿qué supusieron esos viajes para un joven licenciado como usted?

-R: Supusieron muchísimo. Yo podía haber hecho Teología en España, pero tuve la suerte de que me destinaran a hacerla a la ciudad austríaca de Innsbruck, que está, precisamente, en el camino que une París con Viena. A unos 100 kilómetros de Innsbruck se encuentra la ciudad de Hamburgo, donde nació Mozart, un lugar bellísimo, no sólo por el paisaje sino por la arquitectura de la propia ciudad. Pero es que además tenía a tres cuartos de hora en tren la ciudad de Múnich.

Estuve allí los cuatro veranos que permanecí en Alemania, estudiando con un profesor extraordinario, uno de los grandes profesores de Historia del Arte que habían fecundado, por así decirlo, la ciudad de Viena: Hans Sedlmayr, con quien aprendí muchísimo.

Cuando iba a Alemania en vacaciones, me dejaba hasta la llave del seminario de historia del arte de la universidad de Múnich, y me decía: si usted no encuentra el libro que le recomiendo, dígamelo y se lo conseguimos. Me recomendó acudir al Instituto de Historia del Arte donde había cualquier libro y en cualquier idioma sobre Historia del Arte. Y podía sacarlo sin problemas, y si no lo tenían, lo buscaban en cualquier parte de Alemania, y te lo traían, y tu podías gozar de la lectura de ese libro el tiempo que quisieses. Hacías una ficha y devolvías el libro cuando lo habías acabado. Me fueron de mucho provecho para mis investigaciones estas relaciones con Hans Sedlmayr, y también con Wolfgang Braunfels, que me recibieron amablemente y me orientaron durante los veranos de 1962 y 1963 sobre distintos temas, permitiéndome acceder a la mejor documentación que había en Europa sobre manierismo, un tema que traje a España y puse de moda cuando nadie lo estudiaba todavía en nuestro país.

 -P: Y usted que conoce la Plaza Mayor de Salamanca como la palma de su mano, como demuestra su modélico libro publicado en 1966 titulado “La plaza mayor de Salamanca” ¿qué puede decir de esa joya que está considerada la plaza más armoniosa de España?

-R: Es cierto. Esto fue un poco casual. Yo soy salamantino, como usted sabe, y, además, mi padre tenía una farmacia en la plaza Mayor, desde cuyo primer piso se veía toda la plaza, que por aquel entonces tenía jardines y un quiosco de música.

Yo tenía la clave de acceso a muchísimos documentos del archivo de protocolos de Salamanca, porque los había reunido subrepticiamente el marido de la archivera en un libro que nadie podía consultar, pero tuve la suerte de trabar una gran amistad con aquel hombre. Gracias a esto pude hacer la historia de la Plaza Mayor.

Por otra parte, tuve también la suerte de encontrar en el Archivo de Simancas todas las cuentas, porque se trataba de una obra que se había realizado con dinero público, y todo estaba documentado. También encontré en el Archivo Histórico Nacional los planos originales nada menos que de Alberto de Churriguera y de su sobrino Manuel de Lara Churriguera, que continuó la obra cuando su tío se marchó a Orgaz para hacer la iglesia de ese pueblecito toledano.

Gracias a todo eso pude documentarme espléndidamente para hacer aquella obra, de la que estoy muy satisfecho.