Gracias por estar ahí

Por Juan TOMÁS FRUTOS.

Hace tiempo que deseo decirte, incluso sin conocerte, gracias. Es un reconocimiento sencillo, como la vida misma, que, a tenor de esta crisis, por lo que vemos en ella, la hemos complicado en exceso desde parámetros que podrían haber alimentado estancias más placenteras. Los seres humanos, como diría mi amigo Carlos, a veces son, somos, así.

Te agradezco sinceramente que estés ahí sin más pretensiones que acompañarme, que decirme que mantenemos una comunión espiritual. Nos aportamos bastante sin que lo reconozcamos con el conveniente dinamismo, pero de esta guisa es. Es posible que sea timidez.

Podemos comprobar muchas situaciones en las que, lejos de vivir en la soledad, nos hemos sentido arropados por la presencia quieta o inquieta del otro, de ti, que me has confortado. No es bueno experimentarse solo, aunque en ocasiones debamos estarlo, como ahora, para rememorar lo que hemos sido y hecho y apuntalar lo más relevante.

Formas parte de mi vida, que forjas y animas con implicaciones cotidianas de creencias en uno mismo. Eres un tesoro que no voy a valorar tangiblemente. La amistad es algo impagable. Además, no quiero que nada, ni una pontificación nominal ni un baremo más o menos acertado estropeen lo que poseemos, que es ideal.

Hemos de ir hacia las causas que nos unen en ese quehacer colectivo de dar con almas afines, que lo somos. Podremos invitarnos a ese encuentro (no una cita como tal) que nos hará reconocernos en cualquier etapa y ubicación.

Sin duda, me has dado mucho. En momentos de fractura me has arreglado, me has aupado, me has recompuesto, y has permitido que vuelva a ser yo mismo. Hace tiempo que quería decírtelo: sin ti nada de lo que ahora disfruto estaría presente, y, por lo tanto, sin ti nada sería igual. Lo sabes. Lo sé.