El vuelo de la poesía de Luis Alberto Cuenca

Juan Tomás Frutos

 

Los poetas son gentes excepcionales. Esta aseveración se cumple en el caso que nos ocupa. Luis Alberto de Cuenca sabe, como buen escribidor que es de versos, de pájaros y de mensajeros, de ausencias, de amores oscuros, de rosas, de hachas, de cuentas pendientes…, de todo, como muchos mortales, pero, viviendo, quizá, como todos, no se expresa como todos. A las pruebas, que son sus poemas, nos podemos remitir.

Sesenta años lleva contando lo que ve, incluso antes de saber contarlo, antes de llegar a la filología clásica y moderna, antes de anticiparse a sus tiempos y a sus formaciones, a sus gentes. Los que tienen visión del  porvenir y de la vida antes de vivirla, en paralelo a su discurrir, acaban mostrando unas dotes singulares para significar cuanto les acontece. La escuela, la existencia, la sociedad, el amor, el desierto de los sentimientos, lo imposible, y más, mucho más: todo acude a sus escritos, a sus citas literarias con los asuntos cruciales del ser humano. Así, aparece en los encuentros verbales más vitales como él mismo, como poeta, como sabedor del valor de las palabras. Por eso se ha ganado la vida como traductor y ensayista. Arrima los significados a los significantes como pocos conocen. La sabiduría sí le ha hecho sabio a este escribidor que dice adiós a la chica de las mil caras, y a la que quizás aún persigue. Siempre sorprende. Por eso atrae. Lo hace con unos vocablos que, en su interrelación, suponen unos méritos difíciles de catalogar. Pocos como Luis Alberto saben referir tanto con tan poco, con unas cuantas palabras. Vean la muestra siguiente, que hallamos en el frontispicio de su portal: Dedicatoria La tierra estaba seca. No había ríos ni fuentes. Y brotó de tus ojos el agua, toda el agua. (Se nota que este poema le gusta al poeta, porque lo destaca cuando habla de su obra). Los ojos de este poeta son como los pétalos de luz de su amada, que miran, que ven más allá, que envuelven con ternura sentidos y sentimientos de gozo y de agonía, de soledad y de serenidad por tenerlos, en un momento determinado, cerca, aunque no siempre sucede. Es, por la interpretación que aquí hacemos, una comunicación de ida y de vuelta, de placeres concéntricos que no siempre se observan, que no se admiten en paz, pues el amor es conflicto, como bien nos destaca en sus versos. Unas veces se gana y otras se pierde. La existencia es de esta guisa, inevitablemente. Nuestro autor se siente un rey destronado, y no le importa, pues vive a caballo de muchas leguas de distancia, de muchas vicisitudes, aprestándose a cambios que le hacen madurar al ritmo de las emociones, unas veces triunfadoras, y otras no tan reparadoras. Ir de ronda es, para él, alumbrar el destino incierto con palabras, intentando conocer ropas interiores de un verde esperanza.  Como todos, a menudo se mueve con las alas rotas, pero sabe que, antes o después, se da, damos, con alguien que ilumina la noche y la llena de esperanza y de ternura. Hay talento en su obra, por supuesto; y hay una inteligencia sutil y fina que ha sido premiada en más de una ocasión. Es normal que haya sido así. Luis Alberto de Cuenca ha obtenido numerosos galardones y reconocimientos, como el prestigioso Premio de la Crítica, gracias a su obra “La caja de plata”, que data del año 1985. Es un poemario tan singular como maravilloso. También sabe descifrar de manera excepcional la poesía en otras lenguas, y de ahí algunos merecimientos añadidos a su extenso currículum, que podemos consultar en muchas páginas de Internet que repasan su extensa trayectoria, entre ellas wikipedia y su propio portal. A estas fuentes nos remitimos.
Hay, en él, intensos escritos, otros que dan cuenta de lo que experimenta, de lo que fue y de lo que es. Ha laborado mucho, sí, pero ha sido y es exigente con lo que realiza, con lo que obtiene y saca de su interior. No se desnuda así como así ante su audiencia. Por ello, para ello, ha sido muy selectivo a la hora de baremar y de mostrar lo que ha considerado más hermoso. En su web, él destaca lo que considera más deslumbrante de de su obra poética. De este modo, cita, entre lo más relevante de su quehacer literario, “Los retratos”, escrito en 1971, “Elsinore”, publicado en  1972, “Scholia”, de 1978, “Necrofilia”, de un año muy interesante para él, como es 1983, “El otro sueño”, que conocimos en 1987, y “El hacha y la rosa”, un poemario que data de 1993.
Una de sus obras más recientes es “Sin miedo ni esperanza”, donde recoge, en seis partes, sesenta poemas escritos entre los años 1996 y 2002. Se nota, en este último caso, que su poesía ha evolucionado hacia un estadio mucho más seguro y maduro.  El sabor es otro, más implementado, firme y sereno. Las contradicciones y controversias de la vida se resumen en algunas etapas, y es bueno que suceda de esta forma. Creemos que es el caso que nos ocupa, pues el escritor va incrementado su potencia y sus devociones literarias con una enorme maestría.
Si repasamos sus poemas, en los esbozados trayectos literarios principales (a través de las obras referenciadas), vemos que los temas de la soledad, del amor, de los encuentros y desencuentros, de la amistad, del futuro, del presente, del pasado… devoran sus sienes y su corazón hasta el punto de hallar la frescura de un sentimiento a flor de piel que nos encumbra, que nos conmueve, que nos aligera el equipaje, para, como el autor que aquí descuella, dar con las claves existenciales, tan difíciles de desmenuzar. Es una persona excepcional.
Un poeta de altos vuelos Ponderar una existencia no es sencillo, sobre todo cuando se trata de conocer lo mejor de cuanto ha brindado un escritor de fama y éxito. Con Cuenca tenemos suerte, y nos podemos topar con una compilación maravillosa. Gustó en su momento de aglutinar sus poemarios, y el resultado ha sido inconmensurable. De esta guisa, si queremos conocer su poesía completa hasta 1996, la podemos encontrar en “Los mundos y los días”, un título tan intenso como su propia vida personal y literaria. Hay una profunda huella espiritual aquí, bañada por el amor en sus diversas facciones, vertientes y perfiles. Aparece aquí un resumen de su ideario, de su técnica, de sus fricciones, de sus encuentros, de lo que es y de lo que no es, al menos para él. El universo gira en torno a las jornadas diarias que se plasman en multitud de análisis, en interpretaciones, en sentimientos, en raciocinio, en lo real, en lo imaginario… Todo eso se palpa de modo singular en los poemas de un escritor que destaca por su cultura y por su técnica, tan sumamente estética. Es, como podríamos definirlo, un poeta de altos vuelos. Leer a Cuenca es volver a esas esencias en las que la sencillez nos hace ser más nosotros mismos. Nos adueñamos de las experiencias pretéritas con su poesía, y hacemos propio aquello que es por designación divina, sentimental, por el azar mismo. Nos engatusamos en sus diestras experiencias gracias a las venerables causas que nos comunican sus intereses con las vertientes de unos sucesos experimentados, revividos quizá, gracias, en este caso, a Luis Alberto, y en él somos fe y confianza. Como venimos reiterando, hemos conocido mucho mediante sus vocablos, donde nos reconocemos con timidez, con un brillo sereno, como su misma gracia, transmitida con el simple saber de una energía que hacemos linda, conmutativa y versátil. Puede que sus versos sean tan idílicos que se conviertan en ese fuego del que nos habla, de ese fuego que funde nieves y metales duros. No quiere vivir, Luis Alberto, un duelo eterno que nos nuble la fe y las convicciones por un cambio mayor o menor. Hemos de adiestrarnos en las fuentes de un ardor que han de converger en ese anhelo de plenitud que recorre las venas del poeta. No siempre se da, o incluso puede que sea efímeramente, pero lo importante es que, cuando se persiguen unos objetivos y unas realidades con ganas de cambio, el milagro, de algún modo, sucede; y, entonces, el poeta, por un tiempo rápido, transitorio y fugaz, lo es más que nunca. Sí, lo es Luis Alberto de Cuenca, con sabores que nos nutren el alma y el raciocinio. Así nos lo cuenta en sus obras, que, como en él, nos regalan unas hermosas ideas en constantes y evolutivas encrucijadas, siempre en majestuoso vuelo.