El peor de los mundos

Juan Tomás Frutos

 

Me duelen esas imágenes de un hambre y de una sed que no cumplen con el mandato evangélico de saciar al necesitado. Me apenan también porque estoy convencido de que hay soluciones objetivas, y me llenan de pesar porque aún hay muchos más criterios subjetivos para que esto no suceda.

 

Creo que lo que comunica en un ser humano es su pasión, su mirada, su corazón a través del rostro, pero ¿cómo comunicar cuando uno está entregado físicamente, mentalmente, espiritualmente, cuando la muerte asoma irremediablemente?

Se habla de cifras de muertos, que lo son ya, de posibles muertos, de infinitos muertos, de cifras que dan escalofríos, que me devoran por dentro y me envuelven por fuera con la impotencia de las contradicciones del ser humano.

No entiendo por qué se calcula lo evitable, por qué no se para la maquinaria de la muerte cuando las soluciones a las carencias o deficiencias existen en otras partes del globo terráqueo. No comprendo la ignominia que nos rodea por la acción u omisión a la hora de evitar todo esto.