mogambo

Ava en Mogambo, por ejemplo

Por Mary Kate García

Salvo en algunas películas de Almodóvar o de Godard, que recuerde ahora, el cine no cuenta la parte cotidiana de las vidas de sus personajes. No se les ve afeitarse, vestirse o hacer sus necesidades primarias en la intimidad de un aseo. […]

Uno agradece esa censura, prefiere que lo observado tenga un contenido menos prosaico y adquiera, aún a riesgo de que roce la incredulidad, tintes más épicos o líricos. Amamos esa falsedad, la aceptamos sin chistar. No se desea que la cámara hurgue donde no está invitada, no pedimos que todo sea rigurosamente realista. Quizá duele a la vista (por no ver lo que uno querría y por no tener coherencia narrativa alguna) que la mujer, al levantarse de la cama tras yacer con su pareja, se tape los senos con las manos o se envuelva en la sábana y corra a saltitos al cuarto de baño, con todo el pudor del que es capaz de exhibir. No se nos dejó atisbar esa intimidad, no permitieron que la realidad fluyese. Nunca vimos a Ingrid Bergman lavarse los dientes en Encadenados o a Stewart Granger acomodarse el calzón en El prisionero de Zenda. Quizá no interese esa restitución doméstica de la ficción a la que tanto le exigimos. Queremos que nos engañen (la vida a veces es demasiado gris) pero nos molesta que todo sea demasiado idealizado, rebajando aquí y allá los trazos toscos, lo que no es deseable ver o lo que no aporta nada a la trama. Nadie, en ese hilo de las cosas, echaría en falta que la cámara hubiese seguido a la Ava Gardner de Mogambo con más fiereza. Ver con qué bostezo dejaría la tienda de campaña en la jungla o donde hacía sus abluciones en ese incómodo lugar del mundo. No sé qué nos hemos perdido o qué gana el buen aficionado al cine cuando el director suprime deliberadamente toda este irreflexivo volcado de la realidad pura, sin el trabajo posterior que se ejerce sobre ella para que sobrevivan únicamente los aspectos idílicos, los que significan algo y hacen que la trama (ya digo) no se distraiga con lo que no debe. Lo de las sábanas cubriendo a los amantes no siempre cuadra, no se resuelve con la habilidad debida. Imagino a Lubitsch, sí, el de las puertas, haciendo una elipsis que no caiga en el marrón estético y moral de las sábanas, pero claro, es que he dicho Lubitsch.