Afrontar las informaciones de seguridad o sobre los accidentes de tráfico

Juan Tomás Frutos

 

Aglutinar los intereses informativos, los las empresas periodísticas, los de los profesionales de la comunicación, los de la ciudadanía, y los de las víctimas de los accidentes de tráfico, amén de otras consideraciones, no es un asunto fácil, sobre todo porque, en los vértices de las actividades de cada colectivo, hay un fin que, con independencia de que sea principal o accesorio, se superpone, o lo intenta, a los objetivos de los demás. Hay demasiados intereses en juego, a menudo financieros, que son los más complicados de soslayar.

En todo caso, en este trabajo vamos a defender lo obvio, es decir, la dignidad de las personas, su honor, su intimidad, su derecho a un recogimiento, a un luto, a mostrarse como seres humanos, y a serlo, hasta el final. Por ello, todo lo que se cuente, cuando esté bajo investigación (como se suele decir “sub iudice”), ha de presentarse con cautela, con presunciones de hechos y de inocencias de los mismos. Es más: cuando algunos hechos no sean demostrables, hemos de omitirlos, salvo que los contextualicemos bien y nos sean precisos para el relato o historia, eso sí, siempre evitando hacer el mal a alguno de los protagonistas. Ponderar derechos es crucial. Por supuesto, no podemos inferir ni deducir porque sí, ni podemos fomentar explicaciones, ni mucho menos direccionar el sentido de la marcha de las investigaciones o sus resultados. Por eso, tengamos especial cuidado con las preguntas, con sus sesgos, y tengamos en cuenta los condicionantes que ponemos, o podemos poner, en las respuestas a raíz de los cuestionamientos que formulamos y de los resúmenes que desarrollamos. A veces ocurre que deterioramos la realidad. Una contestación a medias puede ser dañina, y eso puede ocasionar una mayor victimización o incluso otras víctimas.
Las fuentes, en éste y en otros casos, son cruciales para dar una noticia de manera oportuna. Hay que fomentarlas, valorarlas, usarlas, cuidarlas, respetarlas… Evitemos, asimismo, el sensacionalismo, la truculencia, ese amarillismo morboso y mordaz que supera las sospechas, los rumores, y  hasta los mismos indicios, en busca de resultados oportunistas. No hagamos un tipo de periodismo que practique la tierra quemada. No todo vale. Los resultados negativos o en vacío pueden ocasionar un deterioro atroz.
Cuidado también con los elementos verbales. No todas las palabras significan lo mismo. Ponderemos también los potentes adjetivos o adverbios, que pueden distorsionar los resultados. Pongamos lo necesario, lo que informa de veras, y no tanto lo que no desempeña ese papel. Por señalar un ejemplo, a menudo hablamos de nacionalidades cuando en sí no aportan información, y sí el morbo de esos efectos estereotipados que surgen en el sentido de atribuir falta de cultura o de educación, si fuera el caso. Parece que algunas “castas” son más propicias a vivir en el desastre o el accidente, o incluso a tolerar este tipo de situaciones, cuando no es así, salvo por la injusticia temporal y espacial.
Igualmente, hemos de tener muy presentes los apoyos gráficos. Los iconos suelen ofrecer destellos que nos pueden deslumbrar. Las imágenes significan demasiado para no pensar en su verdadero valor. Procuremos no poner esos primeros planos aberrantes que sugieren emociones contrapuestas y que no aportan información pura y propiamente dicha. Tengamos en cuenta todas las sensibilidades: primero las de los intervinientes en un suceso y las de sus familiares, y, por supuesto, las de los colectivos que debemos proteger especialmente, como es el caso de los menores. A menudo no pensamos que, cuando ponemos una foto de un accidente de tráfico con muertos en una primera página de un periódico, al pasar por delante de un quiosco la puede ver cualquiera. La influencia nefasta está ahí, y debemos reconocer que es de esta guisa para tomar algún tipo de medida siempre desde la autorregulación. El equilibrio informativo y el respeto, además del conocimiento de lo acaecido, es garantía de una buena noticia, de un buen planteamiento, que, asimismo, ha de tener una buena arquitectura, una óptima técnica, un léxico rico y una conceptualización atrayente. Cuando tratamos informaciones que tienen que ver con la sensibilidad, todo esto lo hemos de exponer y aplicar al máximo. Los daños que se pueden derivar de malas prácticas, de malas interpretaciones, de ligerezas, de inseguridades, de consentimientos, de negligencias, de limitaciones en el saber, de vaguedades, etc., son difíciles de cuantificar. Por ello, los debemos evitar especialmente.