Advirtamos los detalles en las informaciones, pero sin exagerar

Juan Tomás Frutos

 

Pensemos. Vamos por la carretera, y no siempre advertimos el paisanaje, que decían los escritores de 1898, esto es, lo que ocurre anónimamente, a veces de manera insignificante, con compromisos variados, que no contemplamos en todo momento en las opciones que nos pueden brindar.

Tendríamos que ir disfrutando, con atención en la carretera, pero oteando lo que ocurre, lo que hacen otros conductores, lo que nos envuelve, lo que nos puede transmitir algo en el curso de la conducción. No se trata de fijarnos en todo, sino de empaparnos del entorno, del envoltorio del viaje, y para eso no podemos ir tan deprisa como a veces nos dicen las estadísticas, que se convierten en hechos inapelables. Una velocidad moderada puede ser el reflejo de nuestro espíritu y un buen espejo en el que mirarnos para dar con solvencias y soluciones más o menos variopintas.
Respetar la norma (todas las normas) no es sólo una virtud de convivencia: es una necesidad para vivir, para sobrevivir, nosotros, y los demás. Hemos de señalarlo, de protagonizarlo, de realizarlo, que es como convencemos a los otros de lo que reseñamos diariamente. Los hechos son las auténticas razones.
Gozar de la vida es reconocer que hay límites, y eso supone respeto y otros universales como son la solidaridad, la bondad, el amor, el buen deseo, la cooperación, la comprensión, la tolerancia, etc., como base para una convivencia pacífica y justa, dos elementos que cabalgan al unísono, o que deben. Es difícil que se dé el uno sin el otro. La paz es la consecuencia de la justicia, y ésta aparece cuando hay paz. Por ende, fomentar situaciones de equidad y de correspondencia es el sustento de un porvenir estupendo. En materia de seguridad vial hemos de incrementar las buenas experiencias y alejarnos de las malas, que seguramente habría que contar menos en los medios de comunicación masiva. Sería una buena praxis poner los modelos positivos y olvidarnos de los negativos, o, como mucho, tenerlos en cuenta para no volverlos a repetir.
Además, hemos de buscar empáticamente qué es lo que nos sucede, con valor, poniendo buenos ejemplos y paradigmas, siendo nosotros mismos, adecuando los contextos, que son los que dan avances, si es posible desde la mesura, a la comunicación misma. Hagamos caso a nuestro interior procurando que las cosas funcionen. Cuando veamos informaciones sobre seguridad vial que generen desasosiego y más y más intranquilidad, de una manera constante y repetida, es que no vamos por el buen camino. El hecho es que las vemos con demasiada permisividad y recurrencia.
Así, hemos de procurar fomentar la alegría frente a la pena, el dolor o la tristeza. Hagamos caso a nuestro interior sin complejos, en la necesidad, que también ha de ser un compromiso obligado, de reconocer que todos somos iguales, porque lo somos, porque tenemos los mismos derechos, y eso supone igualdad de opciones, de oportunidades. La cultura en materia de conducción y de convivencia vial ha de ser exponente de un buen hacer societario, y por ahí convendría laborar.
Por lo tanto, la cultura del riesgo, que algunos antropólogos ven como algo inevitable, hay que sustituirla por la cultura de la convivencia, y por eso no cabe que nos veamos en diferentes campos de batalla a la hora de afrontar la cohabitación vial. No hay más que una tierra, y ahí entramos, debemos, todos, desde la consideración de que los derechos no pueden aparecer eternamente en contradicción. La cooperación es sosiego, concordia y pacto entre todos para que el modelo funcione desde la cesión de cada cual en lo individual y, a veces, también en lo colectivo. No podemos consentir, como un hecho imposible de evitar, las víctimas en las carreteras y la proliferación de coches más y más potentes con conductas en la conducción cada vez más duras. El resultado es el que es, aunque a veces se maquillen las cifras.
No tenemos que asumir, por las buenas, desde la impotencia, que todos los años debe haber miles de muertos en las carreteras por fallos humanos y mecánicos. Sabemos que la mayoría de esos fallecidos son evitables. Hagamos todo lo posible para que sea así, como miembros de una ciudadanía responsable y, asimismo, anhelando otro papel de los medios de comunicación, que, en el caso de las víctimas que nos ocupan, han de ser más prudentes, racionales y coherentes. Hay que construir y no destruir. El morbo es un mal acompañante, y el desconocimiento de lo que hablamos también. Aunque no sean fruto de la norma, aparecen el uno y el otro.
En consecuencia, hemos de concebirnos todos como aliados: las empresas periodísticas, los profesionales y los consumidores de la información. No puede haber una sumisión total a las grandes audiencias a través del fomento del amarillismo. Si no optamos por cambios consensuados entre todos, será la pescadilla que se muerde la cola. Hay que girar ese sentido de la marcha y llegar todos juntos a la meta. Tenemos mucho en juego para que no lo meditemos así.