Ser buenos antes que famosos

Hay veces en que las condiciones de los medios periodísticos alteran los mensajes. En tales casos hemos frenar algunas tendencias. Nos explicamos. Las prisas por llegar los primeros a la hora de informar nos han dejado, a los periodistas, con la credibilidad por los suelos, y sin esa valoración es difícil que podamos defender el campo de la información con el ahínco y el tesón que nos gustaría y que seguramente tanto precisamos.

Hemos de huir de las premuras, del sensacionalismo, del divertimento a ultranza, de las informaciones sin cautelas, y nos hemos de implicar mucho más por llegar a tiempo, pronto si es posible, pero, ante todo, debemos hacerlo en óptimas condiciones.

A menudo, cometemos ciertos errores, proferimos unas torturas que ocasionan que las víctimas se precipiten antes de ser juzgadas en el  abismo de un juicio que no tiene, ni mucho menos, las garantías mínimas constitucionales. Estamos, los profesionales de la información, para ser testigos, para trasladar lo que dicen instituciones y ciudadanos, pero con el debido contraste, sin acusar antes de que se produzcan resoluciones judiciales. No secuestremos la realidad, ni mucho menos la verdad, o las consecuencias serán muy duras para el sector, ya diezmado en su credibilidad.

Vivimos del crédito que nos da la ciudadanía, o que debería darnos. Sin él, no somos nadie como colectivo profesional. El periodista vive de decir la verdad, pero los ciudadanos y ciudadanas no piensan que la digamos, y así lo resaltan en las encuestas que hacemos al respecto. Hemos de cambiar de actitudes. La presunción de inocencia, el derecho a la intimidad, la preservación de la imagen, de los menores, de los más desfavorecidos y de los que precisan de garantías suficientes para tener una determinada presencia social han de sostener la estructura de la Comunicación y del Periodismo. El papel del periodista es esencial, y hemos de demostrar que lo es, que lo sigue siendo. Refresquemos conceptos.

Llegar los primeros no tiene sentido, si no decimos las cosas de manera adecuada. Debemos hacer los relatos contrastando las informaciones, destacando lo que sabemos, y lo que no conocemos con certeza ha de ser entrecomillado, puesto en cautela, con los términos de presunción que sean menester. Ya habrá tiempo de contar el resto de la información cuando sepamos las cosas con más precisión. Aparezcamos con los datos exactos, o esperemos a tenerlos. Las exclusivas hacen daño cuando no son tales, o cuando son frutos de mentiras, o cuando son medias verdades, que son las peores falsedades.

Además, cuando nos equivoquemos, hemos de saber pedir perdón, de dar las respuestas necesarias, de corregir los datos incorrectos, de dar las versiones adecuadas, procurando que la sociedad sepa en todo momento lo que sabemos de verdad. No tengamos prisa, por favor. El exhibicionismo, el amarillismo, la búsqueda de la truculencia,  a menudo para dar con más audiencia, hace un daño tremendo a los profesionales y al sector y nos introduce en una dinámica dañina y de tierra quemada.

No olvidemos que el derecho a informar tiene sus límites en el respeto de los derechos de la ciudadanía. Por otro lado, hemos de ponderar las libertades y las consideraciones de todos/as: cuando hagamos más daño que beneficio, en el caso de equivocarnos, hemos de mantener la información guardada hasta que sepamos que los datos son ciertos, o hasta que podamos complementar las visiones que tengamos del acontecer que nos ocupe.

Volamos muy alto (hemos de recordarlo), y tenemos una responsabilidad con la sociedad y con todos y cada uno de sus integrantes. No hagamos mal la labor periodística, o la interpretación que se tiene de nosotros perderá muchos enteros, quizá demasiados. Estamos a tiempo de enmendar la plana, y de ir con un poco de más sosiego. No infrinjamos torturas a posibles verdugos antes de saber si lo son, o, de lo contrario, si lo hacemos mal, se presentarán como víctimas anticipadas de un sistema que no terminamos de aprovechar en todas sus fases y elementos. Busquemos calidad, fundamentalmente, en vez de cantidades en todos sus extremos, que nunca son buenos.

Lo importante no es ser los mejores y los más famosos: lo importante es ser buenos. Lo que pedimos es autocontrol. El fin primero y último ha de ser la ciudadanía, a la cual servimos por mandado constitucional.