Ruido

Juan TOMÁS FRUTOS.

 

El fenómeno más pernicioso y contrario a una comunicación plena es la existencia de multitud de ruidos. Los hay por doquier, y duelen mucho. Por poner un ejemplo hay ruidos que podrían ser equivalentes a las prisas que hacen que no nos miremos a las caras, que no conozcamos a los vecinos, que nos enfanguemos en lo accesorio olvidando lo importante, que devoremos libros sin aprender lo suficiente, que sumemos dando como resultados minoraciones…
Hay también falta de métodos, de caminos, de itinerarios para llegar a los sitios acostumbrados o a otros nuevos. La experiencia, por no aprovechada, o por inexistente, es un débito que podemos traducir, igualmente, en ruido a la hora de comunicarnos, de relacionarnos, de negociar lo que queremos en positivo para nuestras vidas.
Padecemos más ruidos: saturamos para informar, decimos medias verdades para que crezca la increencia, nos doblamos ante los avatares de una vida que es más sencilla de cómo la planteamos en lo cotidiano. No tenemos hartura, seguramente como consecuencia de una codicia implantada por rostros que ya no son humanos, que ya no tienen ojos, que nos han acostumbrado a la inacción, a la pleitesía, a lo supuestamente correcto, olvidando en un cajón que la crítica mesurada y respetuosa es la base para transformar cualquier sistema, sobre todo cuando se halla en cuestión, esto es, en crisis. El ruido nos desborda con su “tam tam”.
La mirada perdida es un obstáculo, como lo es que no pensemos que las cosas pueden mejorar, o que no estimemos nuestros auténticos valores. Es también un ruido, en el sentido señalado, el trabajar para ayer, o en un súper corto plazo. Habría que vislumbrar el mañana en su modalidad de medio o largo espacio de tiempo.
Los excesos en los consumos, ya sean gastronómicos (unos más que otros), como tecnológicos, como con el resto de enseres o de supuestas utilidades que nos planteemos, nos distancian de la verdadera solución a los problemas individuales y colectivos.
Con la sabiduría del que conoce y no se entrega a lo superficial, con la que emana del que no rinde cuentas a quienes antes se las deberían proporcionar, hay una queja general del ruido de hoy en día, del que fluye de la misma incomprensión e insatisfacción. Si cuando comenzamos la jornada nos hallamos desdichados, es que las cosas no van bien: puede que tampoco las hagamos bien.
Busquemos la felicidad
El ruido es el gran enemigo de lo humano, de lo que podría ser su felicidad. Recordemos que a la dicha se consagraban las primeras Constituciones liberales. Quizá se nos ha olvidado que es la máxima de nuestra vida (o debe ser): nos referimos a la jovialidad y el amor de cada cual en y con los demás.
Es evidente que la falta de aprendizaje en torno al respeto propio y ajeno produce un ruido que se traduce en violencia e hipocresía, que son armas arrojadizas y malditas de una sociedad que no ha practicado el equilibrio y la transparencia en las realizaciones colectivas.
Así, con tanto ruido se transforman los “bienes sociales”… Todo se desbarata con el ruido, y en ese trayecto, puede que de caída, se produce más ruido, un estruendo que equivale a más inseguridad, que nos puede conducir incluso al miedo, clásico resultado de ese crujir de un sistema que titubea y se tambalea.
Puede que, entre tanto ruido, con esta hojarasca de pensamientos fragmentados, haya que mirar desde ese lenguaje gestual y oral propio de los niños para comprender que la paz y la justicia, en unívoca presencia y simbiosis, son el camino, escuchando, atendiendo, aprendiendo, hablando y dejando hablar, con la brisa de la palabra, de la comunicación, del entendimiento, de la solidaridad sin trampas. El engaño, a menudo el autoengaño, nos genera más ruido, y ahora no hay tiempo que perder.
Pactar sin dobles intenciones, contando lo que somos, lo que pretendemos y lo que debemos hacer entre todos, desde el reconocimiento societario de culpas, es la senda para evitar ya no solo ruidos, sino también la ignominia de las carencias de quienes crecen en nuestro entorno con sustracciones, siendo como son iguales a cualquier ser humano, aunque, por una oscura razón o hábito, nos cuesta trabajo reconocerlo. En esta sociedad, coincidamos al menos en ello, hay demasiado ruido, un ruido excesivo. Intentemos escuchar, escucharnos.