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Oír – escuchar

Haré el esfuerzo contención necesario para que los lectores de estas líneas se las tomen en serio; no saben ellos lo que duele ver cómo, de la forma y manera más irracional, todos los que hablan en público dan la impresión de que se hayan conchabado …, confabulado para echar al verbo oír de la hermosa corriente del español hablado. 

   Tengo que decirlo …, hay veces que grito de rabia y de indignación, o bien blando la zapatilla de estar en casa para lanzarla contra la tele. Sencillamente, no encuentro ninguna explicación para que miles de personas de habla pública, y que a muchas de ellas pueden aplicárseles aquello de periodistas áulicos, ignoren o arrinconen dicho verbo, cuando, de hecho, cumple una función complementaria sutilísima y hermosísima con su par mínimo: oír – escuchar.

   Así de finísima es nuestra lengua y habla. 

   ¿Por qué se está intentando …, qué fuerza satánica se esconde detrás para conseguir que desaparezca esa gracia en la expresión, en la comunicación? …, ahora que todos nos hemos convertido en comunicadores …, es decir, en maestros para millones de personas con sólo el hablar.

   Ampliando el tema.

   Decía el admirable Jardiel Poncela, y sostuvo la razonable teoría de que un artículo debiera ser publicado varias veces. Tenía razón. [La cinematografía de Alfonso Sánchez; libro de un servidor; página 34]

   Voy a hacer caso a esos dos sabios del periodismo y de la literatura y de la dramaturgia, Jardiel Poncela y Alfonso Sánchez (Martínez). ¿Y qué voy a hacer? … Pues reproducir casi al pie de la letra un tremendo y maravilloso artículo-queja que nos dejó un sabio Académico de la Lengua, don Javier Marías, diario El País, allá por el 5 de Febrero del 2017. Lo intitulaba: ¡OIGAN! … ¿Oír o escuchar? ¿Qué ha sucedido para que en el español de hoy todo se “escuche”, hasta las cosas más grotescas y menos escuchables? … Y comienza el cuerpo de la terrible queja:

 

   COMO quien oye llover. Dios te oiga. Oye tú, ¿qué te crees? Oiga, ¿me permite una pregunta? Oído (es decir, enterado). Oyó las campanadas del reloj, eran las dos. No quiero oír una queja más. Oí un ruido espantoso. He oído que tienes novia. Oír, ver y callar. Se oyeron disparos. Como lo oyes. No oigo bien con este oído. ¡Oiga usted!

 

   En el cuerpo del artículo o de las reflexiones dice: Todas estas expresiones están a punto de desaparecer o van desapareciendo de nuestra lengua. El porqué es un misterio. Resulta difícil determinar cuándo los cursis horteras (no son términos excluyentes, sino que con frecuencia van juntos) decidieron que el verbo “oír” era “malsonante” o por lo menos no “fino”, algo tan absurdo como dictaminar lo mismo respecto al verbo “ver”. A diferencia de cien mil otras aberraciones, esta no procede del inglés mal traducido: en esa lengua aún se distingue perfectamente entre “to hear” y “to listen to”, “oír” y “escuchar” respectivamente. ¿Qué ha sucedido para que en el español de hoy todo se “escuche”, hasta las cosas más grotescas y menos escuchables? Si me ocupo de la cuestión es, lo confieso, porque me saca especialmente de quicio. La suplantación se da por doquier: en los telediarios, en las películas y series (teóricamente escritas (y traducidas-dobladas) por guionistas que deberían conocer mínimamente su lengua), en el habla de la gente, hasta en novelas y en este diario …    Oigo o leo continuamente incongruencias de este calibre: “Escuché disparos”. “Se escuchó una explosión tremenda”. “El teléfono va mal, no te escucho”. “Me seguían, o al menos escuché pasos a mi espalda”. “Se escucharon las campanas de la iglesia”. “No te he escuchado llegar”. “Sin querer, escuché lo que le decías”. “Se escucha un gran alboroto”. Y quizá mi favorita: “Llego tarde porque no he escuchado el despertador” (oída, lo juro, en una veterana serie de televisión). 

   Da vergüenza explicar cosas obvias, pero es el signo de nuestros tiempos. (Tiempos inútiles, sin interés y sin avance, si hay que repasar el abecedario continuamente y en todos los ámbitos.) 

   “Oír” y “escuchar” se pueden usar indistintamente en algunas –pocas– ocasiones. Se puede oír o escuchar música, la radio, una conferencia, un discurso. Pero ni siquiera en esos casos los dos verbos son absolutos sinónimos. “Escuchar” implica siempre duración y deliberación. Es decir, que lo escuchado no sea efímero y que por parte del oyente haya voluntad de atender, de prestar cierta atención, aunque sea distraída. “Oír” no implica por fuerza ninguna de esas dos cosas, más bien presupone involuntariedad. Las explosiones, los tiros, los ruidos inesperados, los alaridos, el despertador, así pues, no se escuchan, sino que se oyen. Su sonido alcanza los oídos, independientemente de que éstos quieran o no oírlo. La distancia entre los verbos es parecida (no idéntica) a la existente entre “ver” y “mirar”. Nadie diría (aún): “Ayer miré a Jacinto entrar en un bar de putas”, sino “Ayer vi …” La acción de entrar es muy breve, no puede “mirarse”. Tampoco es que estuviéramos apostados a la puerta del bar para controlar quiénes entraban, sino que por casualidad –no intencionadamente– vimos a Jacinto en mal momento. De la misma forma, asegurar que se “escucharon” petardos, o pasos, o voces, es una sandez y una cursilería.

 

   Yo reconozco que esas cosas tan sandias y cursis dichas por la gente sencilla obedece a que las oyen constantemente en la Tele. Por tanto, la culpa es de los periodistas, los nuevos y supremos MAESTROS del IDIOMA ESPAÑOL; a algunos, incluso y como se ha dicho arriba, se les considera socialmente periodistas áulicos.

 

José Antonio Postigo Pascual   

(Murcia, primero de Junio del 2022)