‘Making of': Amar el cine

La dedicatoria incluida al final del filme no hace más que reafirmar una evidencia que se pasea a lo largo de toda la proyección de ‘Making of’ : el director lo dedica a su padre por enseñarle a soñar en fotogramas. Y es que ‘Making of’ es la película de un enamorado del cine. Solo un apasionado por este arte ilógico que se empeña en enviar haces de luz a una pantalla blanca para invitar a soñar al personal desde hace más de un siglo, podría resistir durante años la presión de acometer un filme sin pasta –4 millones de pesetas no lo son- y con la sola ayuda de un puñado de apasionados adeptos/adictos a esto del cine.

Podría encabezar esta crítica –perdón: crónica- diciendo lo que no es este filme, que tiene el valor de no comulgar con modas y tendencias y que técnicamente se enfrenta a problemas irresolubles con el material del que parte. Pero prefiero hablar de lo que sí es: una idea brillante, un guión bien concebido y estructurado que se cierra perfectamente sobre sí mismo, algunos personajes bien trazados, situaciones cómicas que llevan a la sonrisa, elementos de lenguaje cinematográfico bien utilizados, y algunas ideas sugestivas y valientes.

El cine dentro del cine es todo un género que existe casi desde que nació el Séptimo Arte, y ‘Making of’ pertenece a él, pero sobrepasa esa tendencia. El filme es, un puro ejercicio de cinefilia en el que Josías Martínez Fajardo –auténtico hombre orquesta- desgrana su saber y su pasión.

Los insertos de los personajes explicando directamente a la cámara en primer plano la labor de cada uno de los elementos que integran un filme son casi un tratado cinematográfico basado en la pura práctica, pero destilando ironía al mismo tiempo. Martínez Fajardo se rie del psicokiller y de las telenovelas, de los críticos –perdón, señor, he pecado-, del cine de autor – En el cine de autor no sólo haces la película, también haces los bocadillo s-, de los cinéfilos de pacotilla, de Dogma –ellos prefieren Estigma-, y hasta del cine porno cuando se pone a tiro. Por cierto, nadie se había atrevido hasta ahora a rodar una escena en el reservado porno de un videoclub, y Martínez Fajardo no sólo la rueda, sino que se permite el lujo de desarrollar allí una conversación de dos aspirantes a Orson Welles, que hablan de técnicas cinematográficas, de puro lenguaje de cine, de planos y de secuencias, rodeados de cintas de sátiros en plena acción, de incestos y de orgías a tutiplen.

Los avatares y sinsabores de dos enamorados del cine que se lanzan en Lorca a la aventura de rodar –de intentarlo, más bien- un corto sin tener ni pajolera idea de los elementos técnicos, pero sintiendo que el celuloide corre por sus venas, son toda una película en sí mismos. Y sus personajes, por su ingenuidad, por su frescura, por ese pasear sin rumbo por las calles de una ciudad que siente como marcianos sus deseos de hacer un filme, llegan a hacerse queridos.

Por el camino se cruzan críticos de cine de voraz apetito lanzados a la caza del canapé en cuanto lo huelen –cuánta necesidad hay en esta profesión-, administradores para quienes no existen los administrados, entusiastas organizadores de fiestas, funcionarios ímprobos, antiguas glorias del cortometraje murciano y hasta algún padre desesperado por hacer de su hijo alguien de provecho. Por cierto, que Miguel Navarro se destapa como actor en un papel tan corto como intenso, metiéndose en la piel de desesperado padre que abronca a un hijo que no le trae más que disgustos. Si algún siglo de los venideros dejase de ser alcalde, tiene un hueco esperándole como actor de carácter de los que dejan huella

Uno de los protagonistas describe muy bien al comienzo del filme su necesidad de contar historias cinematográficas: “Están los que cuentan historias y los que las escuchan. Se encienden las luces y sale otra vida. Eso es cine”.

Y eso es lo que sentimos también los espectadores, por muchas carencias técnicas que posea la película: que nos encontramos ante dos vidas que merecen nuestra conmiserarión, nuestro apoyo, nuestra solidaridad…, y hasta nuestra gratitud por las sonrisas que nos hacen esbozar.