101-2-1968 Marga Zielinski

Los 100 años de Margarita Zielinski, una pionera que creó los primeros Laboratorios de idiomas de la Universidad de Murcia

El día 10 de marzo, a las 17’30 horas, recibirá un homenaje en el Hemiciclo de Letras

 Pascual Vera

 El cronista cierra los ojos y le parece que su interlocutora es una chica que rememora sus recuerdos universitarios. La voz aún joven y un tanto cantarina de quien habla inducen a pensarlo así. Sin embargo, se encuentra ante Margarita Zielinski Picquoin, historia viva de la Universidad de Murcia, nonagenaria más que cumplida, que en junio pasará a la categoría de centenaria. Hablar con ella, con doña Marga para sus centenares de antiguos alumnos, Marga para sus muchos amigos, es remontarse a la historia de nuestro centro, a 68 años atrás, cuando Margarita Zielinski se incorporó a la nómina de profesores de aquella aún diminuta Universidad de Murcia, integrada entonces por un único campus –el de la Merced-, apenas delimitado por el edificio de la facultad de Derecho y el de Ciencias, que acababa de ser inaugurado pocos años antes.En aquella Universidad de Murcia, Espinardo era aún una entelequia, y nadie había oído hablar todavía de la facultad de Letras, a cuyo edificio le faltaban diecisiete años para ser inaugurado oficialmente. De todo ello se acuerda Margarita Zielinski, y todo lo rememora con una precisión asombrosa. Fechas, nombres y circunstancias que va desgranando sin perder el hilo, sobre los que aporta tal nivel de detalle que se diría que va recordando hechos de la semana anterior.

Nadie sabía aún que Margarita Zielinski estaba llamada a revolucionar la enseñanza de la lengua extranjera en la Universidad de Murcia, montando un laboratorio de idiomas que fue pionero y modélico, todo ello urdido y organizado por ella, como antes había organizado el de la parisina universidad de la Sorbona, “pero mucho mejor, porque aquí pude hacerlo de la manera que yo quería”.

Margarita Zielinski en un momento de la entrevista 01 -min
Margarita Zielinski en un momento de la entrevista

No cabe duda de que Marga disfrutaba con su trabajo, tanto como ahora disfruta describiendo cada detalle de su dilatada y universitaria existencia, tan llena de anécdotas y recuerdos. Plena de vida, en definitiva, de esa vida que comenzó en Murcia en 1950. Y lo hizo con una primera sorpresa nada más bajar, junto a Manuel Muñoz Cortés –su esposo, que llegaba ese año a la Universidad como catedrático de Historia de la Lengua- y sus tres hijos, aún muy pequeños: María Teresa, Marga y Manuel, éste apenas un bebé, después nacería el cuarto, Juan Pablo, ya murciano-: la inexistencia de taxis en la ciudad: “había sólo media docena de carruajes que luego supimos que se llamaban galeras, y un solo vehículo a motor al que era muy difícil acceder, ya que había que reservarlo con tiempo”. Esto en cuanto a su percepción visual, ya que, nada más descender del tren, se encontró con unos sonidos que llamaron su atención: unos chasquidos que no supo identificar en un primer momento y que más tarde comprendió de donde provenían: de los látigos de los conductores de aquellas galeras, que pugnaban entre sí por llevar a aquellos clientes a su destino en su carruaje. La pugna acabó rápidamente cuando alguien comentó en voz alta que aquellos pasajeros venían a la Universidad de Murcia, y alguien se ofreció a llevarles. Eran situaciones que chocaban en aquella joven aspirante a profesora que llegaba a nuestra ciudad desde Madrid.

Por recordar, recuerda incluso una visita del cronista a su hogar, 22 años atrás, para entrevistar a su esposo –“antes tenía usted el pelo menos gris”, comenta, ante la risa del pequeño auditorio, compuesto por su hija Marga y la fotógrafa Ana Martín-. Pero hoy la protagonista absoluta es ella, la primera profesora de Francés de la Universidad de Murcia, cuando las profesoras eran aún una minoría absoluta en nuestro centro.

62 años separan ambas imágenes
62 años separan ambas imágenes [Fotografía: Ana Martín]

“Nunca me habían hecho entrevistas, y ahora todos quieren entrevistarme, la verdad es que me divierto mucho contando mis recuerdos”, comenta, y, tras referirle que su venida a Murcia se produjo comienzos de los 50, apostilla sin titubear: “El 2 de enero de 1950”.

 Primer encuentro con Murcia

 Aquel comienzo de año, hicieron su primer trayecto por las calles de aquella Murcia recoleta -que tantas veces habría de recorrer en las décadas siguientes-, cuyos adoquines y el trotar del caballo causaban un ruido que asustaba a los niños, como recuerda. Enseguida tuvo la primera visión murciana que le sedujo: una espléndida plaza entre naranjos que invitaba al paseo tranquilo, de la que luego supo su nombre: Belluga. “No me gusta la transformación que ha sufrido, aquella plaza que yo conocí era una delicia”.

Tras atravesar una trapería entoldada y una plaza de santo Domingo llena de jardines que también llamó su atención, llegaron a la que sería su primera vivienda en Murcia, el edificio de los Nueve Pisos, con diversas viviendas de alquiler que solían ser arrendadas a matrimonios jóvenes temporalmente en la ciudad, entre ellos, sus vecinos, el profesor y poeta Dictinio del Castillo y el comandante Ramón Salas Larrazábal, que había fundado cuatro años antes  la Escuela Militar de Paracaidismo de Alcantarilla.

Tras aquella casa los vecinos podían recrearse contemplando el diseño de lo que serían nuevas zonas de Murcia, entre ellas la Plaza circular, pero aquel terreno estaba delimitado exclusivamente por naranjos y limoneros. Era la Murcia de aquel tiempo, con una huerta que se adentraba hasta el mismísimo corazón de la ciudad, y que bordearía después la vivienda ya definitiva que adquirieron en los 60, en la plaza Juan XXIII, un lugar que tan sólo ofrecía dos posibilidades para ir desde allí a la Universidad: por Puerta Nueva, o “atravesando huertos y alguna que otra acequia”.

 Los primeros profesores

 Recuerda Margarita Zielinski, entre los profesores de aquella universidad, uno en concreto (“pero no pongas el nombre”), muy machista, que ponía reparos a las mujeres, pero reconoce que “era el único”, “nunca noté ningún tipo de discriminación hacia la mujer en la universidad”.

Desgrana nombres de algunos de los pioneros de la Universidad de Murcia, como Andrés Sobejano Alcayna, profesor de Lengua y Literatura españolas, y una de las personas que más dinamizaron la vida cultural de la Murcia de la primera mitad del siglo XX: “él fue quien se ocupó primero de nosotros, intentando buscarnos casa”, aunque la primera opción, por su lejanía a la capital, no satisfizo a Margarita: La Alberca, el lugar en el que precisamente se había instalado dos años antes otro ilustre profesor universitario: Enrique Tierno Galván. “Sobejano Era una persona maravillosa”, afirma: “tenía un montón de matices, era poeta, amigo de Dámaso y conocía la huerta como nadie”.

Dibujo casa de los 9 pisos Marga
Cuadro pintado por Margarita Zielinski desde la ventana de su vivienda en los Nueve Pisos.

Cita entre aquellos profesores de sus primeros momentos a Valbuena Prats y a un jovencísimo Mariano Baquero Goyanes, que se había convertido en uno de los catedráticos más jóvenes de la universidad española, también a Juan Barceló y a Eusebio Aranda, que editaría los autos sacramentales de los Reyes Magos de Churra.

Las largas vacaciones del 36 habían sido para Marga Zielinski un hecho, ya que la guerra interrumpió su entrada en la universidad durante los tres años que duró la contienda. En el otoño del 39 pudo comenzar sus estudios en la Complutense, en unas clases en las que tenían como profesor al poeta Dámaso Alonso (ella se refiere a él directamente por el nombre, ya que compartieron amistad), y en la que coincidió en el aula con numerosas compañeras, así como con un grupo de poetas que se sentaba en primera fila, y que fueron los que poco después comenzarían con la colección Adonáis.

 Sus comienzos en la Universidad de Murcia

 Una mujer de mente inquieta como Marga Zielinski no podía estar parada: “Al estar todo el día en casa, ésta me caía encima, mi ilusión era dedicarme a la enseñanza, sobre todo en la universidad”.  Sin embargo, fue en la Escuela de Comercio, durante dos años, donde comenzó como profesora, pero como profesora de inglés, un idioma que había estudiado durante tres años, junto al italiano, en aquellas forzosas vacaciones de los años 30.

Fue inmediatamente después, en el curso 1952-53, con Manuel Batlle como rector, cuando comenzó como profesora en la Universidad de Murcia, “era lo que más ilusión me producía”, y lo hizo al mismo tiempo que otra histórica de la facultad de Filosofía y Letras: Virginia de Mergelina, profesora de Historia del Arte. Allí estuvo Zielinski durante 17 años, concretamente hasta 1970, fecha en la que marchó a Munich junto a su marido, que fue nombrado director del Instituto de Cultura Hispánica, (más adelante pasaría a llamarse Instituto Cervantes).

Fueron los grandes conocimientos de Manuel Muñoz Cortés en literatura y lengua lo que llamó la atención del embajador de España en Alemania para proponerlo como director del centro, y también el hecho de que hablara alemán. Pero nadie pareció percatarse de algo igualmente importante: que su esposa era precisamente de origen alemán, y por supuesto, hablaba perfectamente aquel idioma. Ni siquiera el embajador reparó en ello, un hecho que habla a las claras de la escasa visibilidad que tenían entonces las féminas.

 Profesora de idiomas

 Se queja Marga Zielinski de que los idiomas se le han ido olvidando “de no usarlos”, pero asegura a continuación, tras pensarlo detenidamente, que, en realidad, le resulta relativamente fácil ir recordándolos cuando hace el esfuerzo de hablar con alguien, “el problema es que no puedo practicar el alemán, por ejemplo”.

Alemán, francés y español son los idiomas que habla de nacimiento, pero también se maneja en latín, italiano e inglés, y entiende el holandés, el sueco… “eran idiomas que a veces debía hablar en las recepciones que se ofrecían en el Instituto Español de Munich”. “Finlandés no entiendo, ni ruso, y no aprendí vasco, porque en aquel momento no se hablaba en San Sebastián”.

 Montando laboratorios de idiomas en París y la UMU

 La universidad de la Sorbona, en París, fue, de alguna manera, la precursora de lo que posteriormente serían los modernos laboratorios de idiomas que comenzaron en la segunda mitad de los sesenta en la Universidad de Murcia.

En 1960, cuando Margarita llegó a la universidad francesa, ya se hablaba de la entrada de la tecnología en la enseñanza de idiomas, pero aún no se utilizaba en la universidad. Allí tuvo ocasión de conocer cómo se comenzaba a enseñar los idiomas en París, y montó el primer laboratorio de idiomas de La Sorbona. “Puse en marcha el primer laboratorio de idiomas de París, pero no me gustó como quedó, porque no me consultaron sobre las necesidades concretas. Aquellas personas que montaron el laboratorio eran fabricantes, pero no eran pedagogos, no sabían lo que hacía falta realmente”.

Sin embargo, aquel primer intento fue definitivo para Zielinski, porque le sirvió para percatarse de cuáles eran los fallos que había que solventar y de lo que se podía conseguir con aquella nueva tecnología.

Fotografía: Ana Martín
Fotografía: Ana Martín

A la vuelta de París, dos años después, “hablé con Luciano de la Calzada, decano de la facultad de Filosofía y Letras, para comentarle las ventajas de ese tipo de instalación en la enseñanza de los idiomas”, pero la facultad estaba haciéndose y había reticencias con eso, “se pensaba que era algo demasiado fantasioso”. “Lo que yo pretendía, que no lo vi en París, pero que me di cuenta que sería muy beneficioso, era dividir el aula en dos partes, y dar primero una clase teórica para después pasar a las cabinas del laboratorio, que estaban totalmente aisladas e insonorizadas. Eran veinte cabinas, en lugar de las ocho que había en París, y en la Universidad de Murcia adaptaron exactamente las medidas que yo les pedí”.

El resultado fue el más innovador laboratorio de idiomas, y con un coste astronómico: medio millón de pesetas de la época. Y se instalaron en un lugar absolutamente apropiado: en uno de los extremos de la facultad de Letras, una sala con buena acústica y una veintena de cabinas cerradas por tres lados con tabiques recubiertos de losas especiales. Cada una de las cabinas estaba equipada con un magnetófono especial, un auricular de casco y un micrófono combinado en el que el estudiante podía escuchar o grabar su voz tantas veces como desease, así como conectar con el profesor y hacerle cuantas preguntas surgieran. Y al mando de todo aquello estaba su responsable, una profesora, hija de padre alemán y madre francesa, hoy murciana como el que más, pues más de la mitad de su dilatadísima vida ha transcurrido en la ciudad, tres de sus cuatro hijos viven en Murcia, así como buena parte de sus nietos, bisnietos y tataranietos. Sin duda una pionera.

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Fotografía: Ana Martín

El profesor Antonio González Alcaraz sería el profesor que la sustituyó al cargo de aquel Laboratorio de idiomas, cuando marcho a Munich “que no se le olvide ponerlo, por favor”, comenta.

 Comenzó con un pañuelo

 Entre las circunstancias, anécdotas y recuerdos que le gusta rememorar a Margarita Zielinski, hay una muy especial y muy querida a la que se refiere a menudo. Este cronista la conocía de boca de sus hijas, pero ahora la ha escuchado con todo detalle de la protagonista.

La historia de un pañuelo que bien pudo ser el comienzo de todo. La historia de un pañuelo, y también un gesto de coquetería. Sucedió a comienzos de la primera década del siglo XX, aunque para conocer el inicio de la saga habría que retroceder aún más: concretamente a 1870, cuando un joven francés fue herido por cuatro balazos aparentemente mortales en la guerra franco prusiana. Allí fue recogido por un soldado alemán, médico de profesión, que lo cuidó en su casa durante el año que duró el conflicto.

Aquel joven francés, ya repuesto, fundaría después una imprenta en París, tras el museo de Orsay. En aquella imprenta se criaron la madre de Marga y su tía, aleccionadas por su abuelo a que se recluyeran cuando vinieran los jóvenes escritores que acudían periódicamente a la imprenta.

Margarita Zielinski en un momento de la entrevista

En esos tiempos, el célebre bateau mouche, más que un transporte turístico, hacía de tranvía acuático en el Sena, llevando a las gentes hasta los puentes más cercanos. En aquellos acostumbrados trayectos que hacían la madre y la tía de Marga en esos barcos, coincidieron varias veces con un atractivo joven que despertó la atención de la mayor de ellas, ideando una –clásica- argucia para trabar relación con él: dejar caer descuidadamente un pañuelo. El joven lo recogió solícito y corrió a entregarlo, pero el destino –seguro que no fue casual- quiso que el hombre se dirigiera a la más joven, comenzando a hablar con ella. Se trataba de la futura madre de Marga.

Tras vivir un tiempo en París, la joven pareja y sus tres hijos se marcharon al comienzo de agosto de 1914 huyendo de la I Guerra Mundial en un tren desde la estación de Austerlitz. El destino, elegido entre Suiza y España, fue finalmente España, un país, donde, a decir de su padre, nunca habría una guerra, estableciéndose finalmente en San Sebastián, lugar donde nacería Margarita Zielinski Picquoin seis años más tarde