Las cantineli

Pequeño ensayo –entre emotivo y racional– sobre algunas de las sorpresas que podemos descubrir siguiendo el rastro de la genialidad creativa de nuestro congénere Wolfgang Amadeus Mozart.

Una vez leídas estas reflexiones y a pesar de lo que pueda parecer, el autor es consciente de que para la persona receptora u oyente son imprevisibles los gozos que La Música vaya, o no, a provocarle

Líneas dedicadas a la creatividad que se supone anida en toda profesión universitaria

Salzburgo (Austria), a las ocho de la tarde de un 27 de enero del año 1756 (mil y setecientos cincuenta y seis), que fue domingo …

… Hoy viernes 27, enero de 2006, se cumplen 250 años desde que el matrimonio formado por María Pertl y Leopoldo Mozart alumbrara su pequeñín séptimo hijo, con su carita de garbancete, como la de casi todos nosotros neonatos.

Con un solo día de estancia del pequeño en la luz en la que hoy también somos y nos movemos, lo bautizan en la iglesia colegiata de San Pedro, inscribiéndolo como Johannes-Chrysostomus Wolfgang Teophilus; la sociedad traducirá luego este último helenismo a un latinismo, Amadeus, porque eso quiere decir el nombre Teophilus, o los nuestros Teófilo/Teófila: queridos por Dios. Y así, su nombre final fue Wolfgang Amadeus Mozart; resonándonos sigue tal cual -después de que en el ínterin de estos largos 250 años hayan desaparecido para el futuro millones y millones de personas- y seguirá siéndolo durante otros 250 años, es decir, hasta que en este nuestro Globo Terráqueo sea de nuevo un 27 de enero, pero del año 2255 de nuestra Era, cuando todos seamos ya la nada o, como mucho, runrún del Universo.

[En unos cuantos tiempos

borrada será la Biosfera]

Pero lo maravilloso ahora es, que esa más que prodigiosa y hasta sublime capacidad para idear y organizar melodías y ritmos que le concedió la común Naturaleza, también seguirá produciendo asombro y gozo a decenas y decenas de millones de personas, y que a muchísimas les parecerán además gozos quasi infinitos, como le sucedió a su coetáneo, otro genio organizador de melodías y ritmos, Joseph Haydn, que por ser también maestro consumado en la escucha de La Música , se dio cuenta, y así lo dijo, de que su colega Wolfgang Amadeus era “el más grande de los compositores que hoy posee el mundo” (citado por J. y B. Massin, en Wolfgang Amadeus Mozart , de Turner; Madrid 1987; 1.537 páginas; pie de la ilustración nº 30). Por inevitable concomitancia, sin duda, con aquellas sensaciones y gozos del maestro Haydn de hace 250 años, ahora, en nuestros días y dentro del abigarrado jardín de las teorías sobre la Educación (es el educativo uno de los actos creativos más complejos y esforzados del Ser Humano), alguien que parece que sabe de qué van las funciones de La Música en nuestros humanos quehaceres del aprender, ha dejado escrito que “Mozart ha sido uno de los artistas con más talento de todos los tiempos (Howard Gardner: La educación de la mente y el conocimiento de las disciplinas ; pág.: 193).

Pero, claro, Wolfgang A. Mozart no fue el exclusivo creador de eso que acabamos de nombrar, y con mayúsculas, La Música” . ¿Qué nos aportó al ser nuestro de músicos permanentes aquel austríaco de asombrosa ‘plasticidad mental, rebelde y corajudo’? –las tres calificaciones las tomo de los biógrafos citados. Porque el Ser Humano, tan miserable y mentecato (mente-captus) como nos aparecemos a nosotros mismos tantas veces, lleva algo clavado en sí mismo: melodías y ritmos; sentimos que los transportamos en la sangre en nuestros caminares y, claro, cuando se explicitan o se nos hacen audibles, pueden hasta hacernos llorar.

En este momento no voy a entrar a describir cómo vivimos La Música desde que somos concebidos en los vientres de nuestras madres. Pero sí quiero dejar impreso un petiso comentario en relación con lo que anuncia el título con eso de “Las cantineli” , un modo inventado para referirme a tantas fáciles melodías de Mozart.

Si algo tienen los grandes creadores de La Música es una vena especialmente misteriosa para alumbrar tonadas atractivas y sincopados y/o contrapuntos que estremecen nuestro sistema nervioso, y hasta nuestra piel. Pero también hay grandes creadores de La Música que nos llevan los placeres auditivos más allá de las epidermis neuronales o de los primarios estremecimientos intestinales. Estoy queriendo referirme ahora a aquellos que hacen música compleja (tan genial, tan poderosa como la de J. S. Bach, que dejó perplejo y hasta colapsado durante años al mismo Wolfgang Amadeus cuando a él se refería o quería imitar su sistema de fugados), a aquellos que se les vienen a la cabeza multitud interminable de sonidos y compases y ritmos entrecruzados unos con otros a muchas alturas de la armonía corpórea y hasta cósmica , y, por supuesto, no rehuyen el ingente trabajo que les va a suponer llevarlos a grandes y múltiples pliegos, a enormes pliegos de papel pautado que en principio ‘son como negras rejas de celda de oscura cárcel, pero que ellos van llenando de cientos de miles de hormiguitas negruzcas’ (Peter Shaffer; Amadeus ); el contenido de todos esos barrotes ennegrecidos y rejuntados unos sobre otros, ha de quedar perfectamente organizado de arriba a abajo y de abajo a arriba, los unos con los otros, dándose el paso o entrada una hormiguita a la otra –y así, a miles de miles-, sin estorbarse, antes bien procurando el músico que toda esa patulea de negrecetes trazos negros que simulan malamente los miles y miles de sonidos y ataques de compás distintos que le bullen en su ser de luces, vayan a sonar luego, a asomarse a los oídos y sistemas nerviosos de los expectantes con esa luminaria que es tal como él la tiene en su cerebro y sistema neuronal o sensitivo. (“Corajudo”, bravura, dicen los Massin de nuestro Wolfgang; ¿no es ese uno de los matices de las cualidades existenciales del trabajo que se les supone a nuestros genios, a nuestros titanes de la creatividad?).

¡Querer plasmar armoniosamente su total borboteo musical atormentante!, he ahí uno de los rasgos más admirables, más maravillosos de ese inequívoco Ser Humano llamado Wolfgang Amadeus Mozart; y es que cuando oímos su música notamos, es verdad, que se nos pegan las melodías, las cantinelillas que afloran en el primer plano de los instrumentos, pero –y aquí podría estar mi idea de un aldabonazo en este especial día de enero de 2006- sería una temeridad nuestra, y hasta una injusticia con nuestra propia y exclusiva capacidad para gozar entendiendo el alcance de esas melodías y ritmos mozartianos, si no nos parásemos, muy sosegadamente, a indagar cuáles y cómo son los miliardos de armónicos y cabriolantes seres que hay detrás de esas cantinelas pegajosillas (¡ah los trasfondos orquestales de las arias y conjuntos vocales de sus suculentosas óperas!!); parece que no están, mas sí están ahí -y ¡de qué manera, Dios mío!-, aparentemente escondidos, mas, sin embargo, en forma de un entramado de locuaces lúmenes multicolores impresos en un hermoso cendal instrumental, o también, quizás, a la manera de tranquilos melismas estilosos, acordados unos con otros, de arriba a abajo, en sutiles brisas casi sobrehumanas, y, mientras, la cantinela principal nos la va dejando él andando y andando por nuestro cerebro y sensibilidad, incrustada en nuestra memoria para largas horas de la cotidianidad.

Wolfgang Amadeus, el salzburgués, dejó clavados, perpetrados a cincel de sangre y trabajo, miles de miles de sonidos melodiosos distintos en una sola partitura, en una sola pieza, detrás y debajo de canciones o arias (¡ay de nosotros, perezosos hasta del oír, si nos atrevemos a pasar por alto, por ejemplo, la brujería melódica y timbrada que nos ahormó, él solo, como audible y rebelde trasfondo de la historia del rey de Creta Idomeneo! ; ¡a veces no se sabe ni el porqué de legado cosmológico tal!). Superpone, unas a otras sin miedo, luces nuevas para entender los elementos ónticos de una historia y leyenda, aunque con mucho miedo, por supuesto, al primer aspecto de la pautada cárcel vacía que tiene frente a su ser, de lengua y habla musicales lleno. Sólo él sabía, cuando rasguñaba el papel (de arriba a abajo y de abajo a arriba) buscando la perfección comunicativa, que aunque pudieran aparecer distintos, incontrolados, los estaba haciendo andar, caminar, y hasta cabalgar como lo harían cientos de hermosas bestias a la vez, cada una a su repiqueteo, es cierto, pero siempre en la armonía sonora incontestable que sólo él presentía cuál debía ser, para gozo posterior y salvación quasi eterna de trillones de oídos y mentes de sus congéneres.

Creo que es una cualidad de la música engendrada en y por Wolfgang Amadeus Mozart que nos merece la pena descubrir en este aniversario: ese correlato inamovible en todos los pentagramas de incontables y distintas líneas melódicas …, lingüísticas, a compás del Vivir …, del Ser; aunque de cuando en cuando puedan parecernos (¡ojo!, sólo “puedan parecernos” ) extravíos argumentales. Y a propósito del vocablo “compás” : ¡qué bonita es esta palabra dicha por los angloparlantes!; un golpe musical de compás para ellos es un “beat” [pronunciado “bíit” ], que es la mismísima palabra, el mismísimo sonido mental y vocal que utilizan cuando hablan de los golpes de los “latidos” de los corazones, los “beats” [ bíits ]: la fuerza acompasada que marca el caminar de los corazones de todo ser vivo.

¡Hay que ver qué dentro y de qué forma tan sustantiva y callada llevamos La Música !; y nos lleva.

También a propósito de lo que nos es inevitable: existe otro sapientísimo artista que así nos lo viene diciendo a diario durante siglos: W. Shakespeare, en boca del príncipe Hamlet, acto 3º, escena 4ª, cuando, posado en el regazo de su pérfida madre y queriendo mostrarle compasión y perdón de hijo, acude a la imagen ‘del unísono permanente del latir de nuestros pulsos, madre, que saludable música es’ .