¡Larga vida a Pedro Farias!

Por Juan TOMÁS FRUTOS.

Se me nubla la vista. Mi cuerpo flaquea. No sé qué decir, ni qué hacer, ni hacia dónde ir. Me experimento cual animal encerrado en la jaula de un cuerpo que choca con la naturaleza de las cosas, que no siempre comprendo. Es la situación que me inunda y me supera. Pedro Farias García, mi maestro, mi amigo, mi confesor de las últimas tres décadas, ha fallecido, y ahora uno no sabe cómo actuar, cuál puede ser la senda a seguir.
Las sonrisas de antaño, las que compartimos, se quedan mudas, y durante instantes eternos el universo se detiene sin que nos podamos bajar. Mi maestro se ha ido al Olimpo de los inmortales.
Siempre me recordó que somos polvo. De ahí su vitalidad desbordante. Durante décadas fue un político magnífico, un abogado como pocos, y un profesor con la solera de la Universidad. Vivía con honda sabiduría la Academia que tanto conocimiento ha traído a este Viejo Continente.
Apenas se conoce que fue uno de los más firmes defensores del Trasvase Tajo-Segura. Los más allegados sabemos igualmente que ganó en cuantos concursos de oratoria y de poesía intervino. Era lúcido, con una memora prodigiosa (él decía que tenía la inteligencia de los torpes: así concebía su superlativa capacidad de recordar), pero, ante todo, fue un demócrata convencido y amante del ser humano. Por eso tuvo íntimos, cercanos, amigos de todas las ideologías y tendencias, a los que comprendió, quiso, y con los que compartió el gran tesoro de la existencia, que de esta guisa la interpretó a lo largo de sus diversos estadios.
Catedrático de Libertades Públicas en la etapa que le conocí en la Universidad Complutense, hemos hablado de todo durante 30 años, y puedo decir que se halla entre esos maestros de los que aprendí mucho, sobre todo a intentar ser buena persona. Lo era. Me consta que ayudó y mucho a quienes se acercaron a él. Presumía de su murcianía, y siempre recordaba su Gebas natal, en Sierra Espuña, en el municipio de Alhama de Murcia.
Quería con locura a los suyos. Deja un enorme legado a través de sus escritos, con sus obras tangibles e intangibles, y, por supuesto, en sus hijos, Mercedes y Pedro, y en sus nietos, así como en personas próximas a las que adoró, mimó y enseñó con su ejemplo de vida.
Ahora nos abandona en esta dimensión. Por unos segundos eternos no sé qué hacer, ni qué referir, pero pronto me reconforto mediante una de sus citas reiteradas (creo que era de Francisco de Quevedo): Me recalcaba que somos polvo, sí, pero, fundamentalmente, polvo enamorado.
Efectivamente, estimado Pedro, nos dejas tanto amor que seguirás con nosotros por siempre. Gracias, amigo, por haber estado ahí, y por tu impagable apoyo. Prometo que continuaré tu ejemplo. ¡Larga vida a Pedro Farias García, mi querido maestro!