La cultura comunicativa

La cultura tiene que ver con un comportamiento más o menos consciente pero que realizamos de una manera natural. Se adquiere, se difunde y se mantiene gracias a los procesos comunicativos. La vida es comunicación. Sin ella, no existimos, no tenemos razones para ser, para demostrar lo que queremos, lo que somos, lo que podemos, lo que sentimos… Además, ha de ser flujo comunicativo en positivo. Por lo tanto, el consejo que debemos practicar es el abandono del lenguaje derrotista. La comunicación nos une, debe, y eso nos fortalece en todos los ámbitos.

Procuremos, pues, alimentarnos con diálogos y conversaciones. Nos entretienen, nos informan, nos forman como personas, y nos hacen más adaptables a las circunstancias que nos regala la existencia. Debemos, en paralelo, procurar estirar los ánimos hasta ser flexibles de verdad y comprometidos con lo que tenemos. Digamos, igualmente, adiós a los convencionalismos y tratemos de aprovechar las estructuras para ser nosotros mismos, para conocernos, para ser felices con lo poco o lo mucho que poseemos.

Procuremos entendernos. Ésa ha de ser la máxima. Vale más un arreglo con pérdidas para todos que litigios permanentes, tenga quien tenga la razón. No perdamos inútilmente el tiempo, y persigamos ese conocimiento a través de las buenas acciones. No nos encerremos. Hemos aprender a ceder, a dar, a tratar de recibir. Además, hay satisfacción, siempre la hay, en el trabajo bien confeccionado. La vida es un cúmulo de circunstancias que hemos de direccional en positivo. Lo repetimos porque creemos en ello.

La cultura de la comunicación siempre triunfa. Hablemos. Contemos a los demás lo que consideramos que es, o ha de ser, una verdad compartida. En todos hay una dosis de razón, y debemos optimizarla, también para bien del conjunto de la sociedad. Aquí, de nuevo, la comunicación juega una partida interesante y decisiva. Lo solidario es básico. Gracias a la idea de compartir podemos llegar tan lejos como queramos, pues no estaremos solos. Pensemos que esta verdad que defendemos es menos efímera.

No establezcamos, por otro lado, lindes artificiales. Procuremos comprender y entender los criterios del otro, de los otros, de los demás. Todos debemos arrimar el hombro. Las causas comunes se mantienen en el tiempo y generan concordia, que es básica para la paz y la justicia. La vida está llena de oportunidades, pero, además de verlas, hemos de defenderlas. La contribución ha de ser cotidiana, sin que dejemos para mañana lo que podemos hacer hoy mismo.

Cultivemos las emociones, las inteligencias, las actitudes más bondadosas desde el afán de dar con las salidas hacia ese tono más querido y creíble. Tomemos esa parte que es el todo con las intenciones más deseables para el bien comunitario. No tratemos con desdén a los más desvalidos, a los que no son capaces de demostrar lo que saben, aunque, a menudo, sea mucho y de otra manera dispar a la nuestra. No juzguemos sin tener sentido de lo que hacemos. Los demás tienen unas circunstancias que puede que desconozcamos y que son fundamentales para entender sus comportamientos.

Estamos convencidos de muchas cosas. No olvidemos lo que puede aparecer desde la buena intención, que es, evidentemente, todo. Intentemos mirar con los mejores ojos posibles, con el corazón en la mano, en la mente y en todas nuestras actividades e iniciativas. Podemos ser mejores, si lo pensamos, si lo deseamos y si contribuimos a ello. La comunicación nos ha de convencer de ello. Hoy, mañana, todos los días. Como señalamos, es una cuestión cultural el creer en los procesos de intercambio informativo. No olvidemos que hemos de creer en su necesidad.