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Entrevista Montxo Armendáriz: “El mío no es el cine que se lleva, pero hago las películas que me gustan”

Desde los mismos comienzos de su cine, -‘Tasio’-, la filmografía de Montxo Armendáriz se ha caracterizado por abordar vidas de seres próximos, sencillos, en historias ambientadas a menudo del mundo rural que aborda con una sensibilidad encomiable. Armendáriz sabe alejarse de ese cine mareante tan de consumo hoy para ofrecer historias parsimoniosas que se presentan al espectador con el ritmo suave y sosegado de un poema.‘Las cartas de Alou’, ‘Secretos del corazón’ o ‘Silencio roto’ son algunos de sus títulos. En su último filme, ‘Obaba’, adapta una de las novelas más conocidas del escritor vasco Bernardo Atxaga, ‘Ababoak’, que le valió a éste el premio de la critica y el Nacional de Narrativa.

También el filme ha valido a su director su candidatura para representar a España en la próxima ceremonia de los oscars.
 -Pregunta: El suyo es un cine muy interior, hecho, en buena medida, de sentimientos. En un mundo en el que el cine de palomitas y persecuciones es lo que parece primar ¿No le parece que va un poco a contracorriente?-Respuesta: En cierto modo sí. El mío no es precisamente el cine que se lleva, ese que persigue las grandes taquillas. Pero hago las películas que me gustan y con las que disfruto. Mientras pueda, seguiré haciéndolas. Ese tipo de cine que me subyuga cuando lo veo en otras personas.

Soy de la opinión de que puede y debe existir todo tipo de cine. Cada cual tiene derecho a ver el tipo de películas que le gustan.

-P: Y de hecho se ve, porque sus películas han funcionado bien en general a nivel de público.

-R: Sí, desde luego. Este cine tiene su público. En mi caso ese público me da un margen de taquilla que me permite amortizar las películas y seguir trabajando.

-P: Su cine es un cine de miradas. En ‘Secretos del corazón’, era impresionante lo que podía sugerir con los ojos del niño protagonistas. Lo curioso es que consigue decir más con esos ojos que miran que otros con interminables diálogos.

-R: El cine es sobre todo mirada, imagen. Lo que le distingue fundamentalmente de la literatura es que ésta debe describir a los personajes, contarnos cómo son, mientras que en el cine los vemos y, en cierto modo, sus propias miradas nos describen su personalidad. En la mayoría de las ocasiones es la propia expresión de los personajes la que nos transmite lo que están sintiendo.

Tanto en cine como en la vida, me creo más lo que me transmite una persona que lo que me dice. Todos podemos engañar con lo que decimos, pero es difícil -salvo que uno sea un gran actor- que seamos capaces de engañar con la mirada y con la expresión. A mí me interesa ese tipo de cine, hecho de miradas y expresiones, que es también el que más me interesó en mi juventud.

-P: Usted hace un cine interior, intimista, pero también social. Le interesa hablar de la situación del mundo…

-R: Yo creo que si hablas de la persona estás hablando de la sociedad. A menudo dicen que hago cine social, o cine político, o cine ideológico, pero no lo hago de manera consciente. Quizás mi película más explícita en ese sentido sea ‘Silencio roto’, pero en el resto, lo que más me interesa es la peripecia humana de los personajes. Lo que ocurre es que esos personajes están imbuidos de un ambiente, de una realidad social que, en cierto modo, determina su propia forma de ser. En esa medida, hablo de lo que es la sociedad y de lo que ocurre alrededor de esos personajes.

-P: Usted habla mucho de amar el cine ¿Cuáles son, las razones que nos pueden impulsar a amar el cine?

-R: El cine ofrece la posibilidad de reflejar retazos de la realidad, de poder conocer otras realidades y otras vidas.

En la primera época de mi vida yo creo que lo amaba porque me daba la posibilidad de conocer otros mundos a los que no tenía acceso. Otras geografías, otras formas de ser, otros personajes, otras formas de comportarnos… Era como una ventana a la vida, como un aprendizaje más allá de ese pequeño mundo al que se circunsribía mi barrio. De alguna manera, yo creo que el cine sigue ofreciendo esa posibilidad.

-P: Todavía recuerdo, hace veinte años, a Elías Querejeta hablando en Murcia con entusiasmo de su primer filme y diciéndome que usted daría mucho que hablar en los años siguientes, que podría aportar muchas cosas al cine español ¿Qué impulsó a Querejeta creer en su proyecto?.

-R: Elías siempre ha sido una persona muy intuitiva. Esa intuición es la que le ha permitido descubrir a muchos directores. Él sabe transmitir y sacar lo mejor que uno tiene para el cine. Seguramente han sido las muchas horas de conversación con él lo que hizo que me conociera. Él intuyó qué es lo que llevaba dentro yo. También a mí me dio la oportunidad de saber cómo veía él el cine. Y quizás ya en ‘Tasio’ no diéramos cuenta de que los dos participábamos en la misma forma de entender el cine como un medio de comunicación y de expresión en la vida.

-P: -No creo que exista nadie en el cine español que haya sabido sacar tanta sustancia, tanta pasión a un bosque y, en general, al mundo rural, como lo hace usted. ¿Por qué se siente tan atraido por estos ambientes?

-R: Quizás por el hecho de que yo provengo de ese mundo. Aunque sólo estuve en él hasta lo seis años, pero yo creo que eso es algo que marca bastante. Después he vivido en una pequeña ciudad de provincias como Pamplona, pero me sigue gustando mucho volver a la naturaleza. No sólo los bosques, también a las playas y, en general, a la naturaleza. Navarra es una provincia con mucho bosque, con mucho pueblo, donde las zonas rurales poseen una gran importancia. El conocimiento de todo eso, de alguna manera de condiciona, aunque sea inconscientemente.

Sin embargo, a la hora de elegir una historia yo no pienso conscientemente en elegir una historia rural o una historia ambientada en un bosque. Lo primero que debe atraerme es la propia peripecia vital de los personajes.

De todas formas, si sacamos la cuenta, yo he hecho cuatro películas ambientadas en ambientes rurales y tres en urbano. La cosa está más o menos equilibrada, pero, curiosamente, se me identifica más con el medio rural.

-P: -Para ese tipo de cine parsimonioso que hace usted, la fotografía, la iluminación, la ambientación, desempeñan un papel fundamental. ¿Cómo se plantea esto?

-R: Siempre que puedo repito con los técnicos. A veces también con los actores, aunque no siempre es posible.

Yo creo que una película es un conjunto. No se trata solo de una interpretación, una planificación del director o una puesta en escena. Se trata de un trabajo técnico y artístico de un equipo. La fotografía es una parte fundamental porque, de alguna forma, recrea el clima, el ambiente que uno quiere construir para esos personajes y que ayudan a dar sentido a la historia. Como también le da sentido a un personaje el vestuario, la ambientación, el sonido, la música, etc. Todo forma parte de un conjunto que es el que uno pretende reflejar en una película. La recreación de un clima, de un ambiente a nivel de luz, es algo que ayuda muchísimo a la creación de la historia.

P-¿Por qué caminos llega a las historias que plasma en la pantalla? ¿Qué debe contener una historia como para que le interese hasta el punto de llevarla convertirla en una película?

-R: Lo que más me atrae es la lucha de la persona con el medio, con la vida, con la sociedad, con todo aquello que le rodea.

Todos estamos inmersos en un constante enfrentamiento con el medio para buscar la estabilidad, eso que llaman felicidad.-P: En Obaba, su último filme, ha cambiado personajes, ha unido historias, ha dado saltos en el tiempo y de lugar, ha sido infiel a Atxaga para acabar siendo de una fidelidad pasmosa. ¿Cómo se planteó la historia?

-R: Yo creo que cuando se adapta una novela, lo fundamental es mantener el espíritu, el sentido del relato. Lo que pretendía era que el espectador que hubiese leído ‘Obabakoak’ y que después hubiese visto la película, sintiese lo mismo, que tuviese la sensación de estar en el mismo territorio, ese territorio inventado por Bernardo Atxaga. En ese sentido –y tengo que reconocer que Bernardo ha sido muy generoso, y que lo veía exactamente igual- es necesario que todo lo que se describe literariamente sea trasladado a imágenes, a una estructura narrativa completamente distinta, que es el audiovisual.-P: ¿Es más fácil partir de un guión original, se siente uno más libre, o, por el contrario prefiere una novela como punto de partida?

-R: Yo sólo he hecho dos adaptaciones, ‘Historias del Kronen’, de Mañas y ‘Obabakoak’, de Atxaga, y a mí personalmente me ha resultado más facil en estos casos.

En mi última película, a pesar de que había que inventarse un hilo conductor que diera coherencia a los relatos independientes que había en ‘Obabakoak’, una vez elegidos los cuentos, ya contaba con unos personajes y con una trayectoria dramática de ellos, no era necesario inventar todo, estaban ahí y para mí eso resulta más fácil.

-P: Y ahora, una película tan intimista como ‘Obaba’ se sitúa en el disparadero de los oscar, superando al menos el primer escalón, que no es poco ¿Qué impresión te produce esto?

-R: Es una gran satisfacción para todas las personas que hemos trabajado en la película por lo que supone de reconocimiento por parte de los miembros de la Academia. Por otro lado, también supone una gran responsabilidad, y un trabajo añadido para intentar que los académicos de Hollywood conozcan la película y se fijen en ella y que les guste lo suficiente como para poder pasar la criba de las cinco finalistas. En ello estamos.

-P: ¿Tienes ya planes para el futuro?

-R: Siempre tengo esbozos de guiones y argumentos, pero normalmente siempre que estoy con una película todo se queda en el cajón, y hasta el final de su trayectoria, la película me absorbe totalmente. Cuando acabe totalmente este proceso será el momento de dejar definitivamente ‘Obaba’ y desempolvar otras historias, pero aun no ha llegado el momento.

Obaba: el paraíso perdidoMontxo Armendariz es dueño de un tempo cinematográfico pausado, sereno. El director navarro se siente a sus anchas por las calles empedradas y húmedas de villorrios casi deshabitados, rodeados de bosques mágicos. El suyo es el cine del sosiego y de la contemplación. Era, probablemente, un director más que indicado para afrontar una obra de un escritor tan amante de la reflexión como Bernardo Atxaga.

Atxaga creó un pueblo imaginario, a modo del Macondo de García Marques: Obaba -a menudo paraíso encontrado, aunque a veces infierno opresivo-, colgado entre intrincados y montañosos verdes norteños. A Armendáriz le cabe el honor de haber delimitado con imágenes reales ese paraíso imaginario, pero también la culpa de haber delineado sus contornos, de haberle puesto puertas a los límites de la imaginación, que es el mejor lugar en el que puede instalarse un lugar hecho para ser ansiado.

Armendáriz ha desbrozado, limado y relacionado una veintena de cuentos inconexos que componen el libro en el que se basa su nuevo filme, hasta reducirlo a ocho sucesos, cuyos personajes traspasan sus particulares umbrales de acción para relacionarse entre sí, para amarse, para odiarse, para intuirse… Los seres de estos cuentos pasean juntos por las calles de Obaba, van en bici, hacen excursiones por el río, van a la escuela o buscan lagartos por las curvas del pueblo. Sus vidas se entrecruzan por las calles de Obaba. A veces no son más que fantasmas imaginarios, seres que pisaron los adoquines de una Obaba anterior, cuyo halo parece haber quedado prendido en el ambiente, a modo de recuerdo real y tangible.

El hilo conductor de este mosaico de historias es una joven estudiante de cine en prácticas. La joven intenta escudriñar en la memoria de un pasado colectivo que va cobrando sentido gracias a las confesiones de los moradores de este pueblo. El montaje de este trabajo es también el montaje de un puzzle gigantesco hecho de vidas y de generaciones.

El filme traspasa los límites de la coralidad para convertirse en un retrato plural y vital ¿Quién es el protagonista de la película? ¿la maestra apocada que ve escapar su juventud sin que el hombre de su vida salga a su encuentro? ¿el dueño del hotel obsesionado por los lagartos? ¿el niño grande que llegó tarde a su educación por tener que dedicarse a sus ovejas? ¿la mujer cegada por el odio? ¿los fantasmas de los seres que quedaron en el camino? ¿el ingeniero alemán aislado en su refinamiento de un pueblo que intuye instalado en la barbarie?. El protagonista es otro, mucho más indefinido y amplio: Obaba, un pueblo que irradia magnetismo y poesía, un lugar instalado en el misterio, como la bruma que rodea el lugar.