El uso del coche

Juan Tomás Frutos

Compiten, sin desearlo, las Comunidades Autónomas por el uso del coche, esto es, por el número de ciudadanos y ciudadanas que prefieren el vehículo a motor. Eso parece, pese a los intentos de instaurar usos más saludables como la bicicleta, o dar sencillos, apasionantes y muy recomendables “paseos”. La complejidad en los movimientos de multitud de coches transcurre entre excesos, para sufrimiento de las grandes metrópolis, y, por ende, de sus habitantes, que se ven sometidos a fuertes episodios de estrés y de contaminación. Los medios de locomoción híbridos, o los netamente basados en la electricidad, son una alternativa, pero constatamos que progresa lentamente por muchos motivos, entre ellos, según entendemos, los de calado económico.
En todo caso, hay quien dice que la utilización del coche, y, por supuesto, sus consecuencias (que no son un mal divino) constituyen un asunto, quizá un problema, de costumbres. Nos gusta, al parecer, meternos en nuestro castillo, que es el vehículo en cuestión, y encaminarnos para donde sea, y luego, encima, pretendemos buscar un aparcamiento, que ésa es otra…
No importa que las estadísticas del Ministerio de Fomento glosen que el 60 por ciento de la población tiene (tenemos) muy a mano un transporte público para poder utilizarlo, en vez de realizar los dementes traslados individuales. No se trata únicamente de un perfil económico, como destacamos, ni tampoco creo que pensemos tanto en la comodidad como se reseña. Ha de interpretarse como un hábito, como una actitud que defiende la intimidad del transporte diario a capa y espada. Es verdad que no se persiguen, desde las Administraciones Públicas, otras opciones, aparcamientos disuasorios, pero no es menos cierto que nos hemos acostumbrado a salir de casa en coche con el fin de intentar llegar en él hasta la puerta del trabajo o el comercio favorito. ¡Y porque no podemos introducirnos en el propio destino o meta!
Es de locos, puesto que no hay sitio para tanta gente, mas seguimos en la misma tesitura y con idéntico ademán. Eso de subir al coche, al propio, es un ritual. Tenemos dentro de él, al menos en teoría, un ambiente propicio para estar a placer, o eso estimamos. Llevamos música, nuestros papeles, un sinfín de cosas que no sirven para nada, el “muñequito” de aquellas personas que nos “marcan”, que es un acompañante que sabe más de nosotros que nosotros mismos, así como ese parasol que nunca utilizamos, sin olvidar esas herramientas que nos miran mientras las oteamos, esos paquetes de pañuelos que nos llenan cualquier rincón, esos bolígrafos que no funcionan jamás por falta de uso, esa documentación que no puede estar más desordenada, esos cassettes o CD´s que nos distraen en los viajes más largos, o esos recuerdos robados al destino… Es como nuestra guarida especial.
Mejoremos el comportamiento
Dentro de nuestro vehículo a motor nos sentimos como más importantes, como dueños del presente y del futuro, un poco más libres. Seguramente lo somos, o lo parecemos, pero no dosificamos siempre bien esa independencia, ya que a menudo viajamos a más velocidad de la permitida, gritamos al de al lado, aceleramos para contaminar más, hablamos con el móvil, poniendo en riesgo nuestra conducción, nuestras existencias y las de los demás, etc. De vez en cuando incluso “acechamos inconvenientemente” para ganar al coche más próximo en una carrera semi-suicida que no porta a parte alguna, ya que tenemos que detenernos en el siguiente semáforo.
Además, hemos de destacar la locura (a horas, digamos, complicadas) que implican esas “pasadas” por donde menos te lo esperas y a velocidades de vértigo. Lo peor son los cruces, los atascos provocados, y un interminable número de ejemplos que nos ponen la carne de gallina y las pulsaciones a cien; y, total, para nada.
Entendamos que todo podría ser “un poco diverso” con algo de educación, de respeto y de ponernos en el lugar del otro. Ciertamente debo reconocer, en un tono personal, que me encanta el coche, el conducirlo. No obstante, convendría pensar en buscar fórmulas para usarlo lo justo, en aras de una mejor convivencia, de menos nerviosismo y de un ahorro energético elevado, como decisivo y preciso es que reduzcamos la contaminación.
Bueno, puede que haya sido un poco exagerado, pero seguro que hay alguna moraleja en todo esto que el primero en aplicar debo ser yo mismo. ¡Que ustedes conduzcan bien!