El mestizaje estival

La mezcla es propia de todo el año, pero en determinados compartimentos del año lo ha de ser mucho más. No olvidemos que en la etapa veraniega todo es posible. Siempre lo he pensado, y aún sigo resaltándolo como exponente de vida. Quizá cuando uno lleva el corazón abierto tiene más ocasiones de ver lo que ocurre en el entorno. Puede que estos días más largos del verano ayuden a que veamos un poco más allá de las prisas cotidianas, que, por otro lado, parece que son menores, o deberían serlo, durante la etapa estival. El caso es que, con más tiempo para uno mismo, para mirarse en el espejo, para ponerse moreno, para hacer visitas culturales, para apreciar un buen libro, para mitigar el estrés perdiendo las horas en todo y en nada…, el caso, digo, es que uno parece descubrir, o destacar, o destapar, o lo que sea, esa textura que está a tiro de piedra, pegada a nosotros, a pocos metros o kilómetros, y, por arte de casi magia, da y se auto-regala las señas de una identidad que creía dormida, perdida o ausente.

Sí, uno pasea por la calle, o por la playa, o por la esquina de hace años, o por ese jardín tan próximo como bonito pero que apenas visitamos, o, sencillamente, recibe un correo de alguien que nos entronca con sueños que tuvimos, con personas que significaron algo, con sueños que nos brindaron fuerzas y hasta estandartes para acercarnos a realidades que no se dejaron vencer con facilidad… Uno va por ahí, y sucede: así de fácil se produce ese milagro que nos ubica, o recoloca, en nuestro sitio vital, y nos dice lo que fue, lo que pudo haber sido, lo que nos ilusionó y casi fue mejor que no pasará. Es más sencillo enarbolar batallas que nunca se produjeron o que no se agotaron. Les podemos poner, de este modo, las caras que queramos.

La existencia regala la fortuna de unos cruces singulares con los que, si aún conservamos fuerzas y complicidades espirituales, podemos llenarnos de ilusiones para seguir adelante. Con los años, y es normal, todo parece más simple. Incluso lo importante se localiza mejor, se detecta de formas más óptimas y con más azar. Todo se entiende cuando nos sentimos preparados para ello. Los mestizajes o los maridajes del destino nos ofertan unos “holas” renovados que saben a comienzos auténticos. Tenemos más valores de los que a menudo apreciamos. Nos damos cuenta de ello cuando aparecen gentes que nos recuerdan quiénes fuimos, y para quiénes, y cuáles fueron nuestros afanes juveniles, si acaso también infantiles, y nos hacen, por ende, rememorar que, en la vida, la salud y el querer son los baluartes más relevantes que hemos de ondear en la corta, en la mediana y en la larga distancia.

Así, pues, aprovechemos cuando determinadas personas aparezcan como “por milagro”, efímeramente, en segundos de placeres espirituales que sabemos que no se repetirán pero que nos alegrarán las horas, los días y puede que algunos meses. Probablemente pasen otras largas temporadas antes de que nos veamos o crucemos con ellas. No nos importa. Sin esperar nada, ni siquiera estas ocasiones a las que aludimos, mereció la pena el trecho andado, y así nos lo subrayamos, como nos sentimos orgullosos de lo que supusimos, de lo que soñamos, de lo que dijimos, de lo que realizamos, de lo que no llegamos a efectuar, en definitiva de lo que fue nuestra vida, y es. Nos complacen estos cruces, que nos enseñan un poco más quiénes somos. Cosas, quizá, del verano… De vez en cuando, aparecen los milagros, y con toda seguridad el deseo ha de ser optimizarlos. Debemos hacerlo. El maridaje de sentimientos es un campo abonado para las ocasiones, que han de crecer como las mismas estrellas en el cielo.