El Dolor de la Guerra

Juan TOMÁS FRUTOS

Bajo banderas de humo que ocultan a los poetas presos, surgen banderas blancas, banderas que piden perdón y tregua, que claman por una segunda oportunidad. La nostalgia de la infancia feliz nos ampara durante segundos, y en esos segundos se disparan los recuerdos y se activa la memoria de un mundo que no volverá a ser lo que fue. ¡Ojalá se diera la perfección que elucubramos!El humo lo oculta todo, incluso a las tropas que disparan: somos más esclavos en la locura de esta sociedad contradictoria. Hemos fallado. El verso se rebela, empapa, y entramos en el misterio, como diría José Hierro. Andamos despistados. Perdonen, nos decimos, por un aprendizaje malo y tardío.

Nos imbuyen de un ardor guerrero que deja las tripas en cualquier fosa común. Espanta lo que vemos, y morimos en cinco minutos sin poder soportar la visión. Nos libramos como podemos. Reclamamos la Paz de una manera angustiosa y tajante, pero el Diablo sin maneras, sin figura, sin talante, prosigue sus pasos. Es sorprendentemente trágico. Invocamos al Dios de Abraham: Todos nos equivocamos cuando no logramos detener esta lacra.

Lloraría ese Padre vocalizado si nos viera: probablemente nos ve, y seguramente llora. La miseria del Ser Humano ha constatado un nuevo acuse de recibo, una flamante vuelta de tuerca. Amemos a nuestro prójimo, a nuestro próximo, a nuestro vecino, por encima de todas las cosas. La persona es la mayor experiencia, el mejor alucinógeno, la droga perfecta, la aventura sin límites, la sensación más increíble… Frente a ello, como contrincante envenenado, tenemos el “fanatismo”. Trastocamos la conciencia y disparamos a matar, y matamos, lamentablemente.

El Derecho de los Pueblos cae entre reclamaciones a los espíritus de todo tipo. No puede ser. Mientras unos pocos demuestran “quién manda aquí”, miles, quizá millones, de refugiados comienzan una vida aún más incierta. No adivinamos el horizonte ni consolidamos ninguna estructura salvadora. El “factor más nefasto” nos deja maniatados: perdemos la ventaja con mucha impaciencia.

Las ideas deberían estar para unirnos con entusiasmo a la calma, a la Justicia, a la equidad, al respeto. El mayor enemigo de la guerra es la guerra en sí, leemos en Marea Roja. Vivimos cercados en un error. Hemos de buscar la máxima transparencia, lo que supone buenas intenciones, y más que eso: demostración real de que la alegría, la defensa de los últimos, está por delante de otros propósitos.

Falta coherencia

Crece, entretanto, la inestabilidad en los mercados financieros, y las calles se llenan de velas y de peticiones de un “alto el fuego”. No hay coherencia, sino más bien dramatismo. Somos cómplices de un destino universal sin futuro. ¡Ojalá el Gran Dios esté de parte de todos, de todas las partes! De lo contrario, no habrá final. La concordia, la paz, es el camino, como decía Gandhi. La pugna sólo gesta conflicto, y éste nos lleva a la derrota, aunque parezca que ganamos.

Hemos perdido la tranquilidad, y ya parece que hay menos motivos para celebrar la llegada de la Fiesta. Los Cristos crucificados tienen más razón para el sufrimiento, y las grandes y hermosas Vírgenes de la Angustia, de la Amargura, del Consuelo y de los Dolores padecen con más “rabia”, la que les estamos provocando con esta Guerra y con otras que nos asolan.