El deber de mejorar la comunicación

Podemos mejorar cada día. Interpretemos que esto es incluso un deber mágico y hermoso, y mucho más si hablamos de comunicación. Nos llenamos de agradecimientos con los que ofrecer una realidad más constructiva, más ágil, más complementaria de los excesos o los defectos en los que nos hallamos.

Hemos de girar en el mejor de los sentidos y con los sentimientos puestos en el espejo de la sociedad, que nos espera con extraordinarios afanes, en la idea de darnos una ocasión nunca perdida. Nos hemos de empujar hacia los tesones claves, hacia ese escenario en el que nos perdemos con litigios de preferencias incrustadas en varios episodios de levedad y de cariz variopinto.

La comunicación es ese sostén ante todo lo que ocurre, que nos versiona la realidad con un distingo de pasatiempos edificantes, con los que hemos de aventurarnos en la memoria fortalecida y no frágil. Hemos de apostar por un espectáculo de equilibrios racionales, donde nos podamos ver con una verificación de intereses y objetivos. Podemos sentarnos en una nueva comunicación, que será lo que deseemos entre todos. Amoldemos fines y estupendos pronósticos.

Apostemos por la convención y seamos todo lo sensatos que podamos en la pretensión de que juntos podemos llegar un poco más a la esfera en la que nos atendemos con requisitos que nos harán profundizar en la escuela y en los deberes de apostar, o de poder hacerlo, por el sentido común que, a menudo, es el menos común de aquellos intereses intelectuales en los que nos queremos enfrascar. Hemos aterrizado en las creencias en las que sumaremos para prestarnos un valor añadido. No anidemos en campos sin búsqueda de logros compartidos.

El deambular humano ha de recoger todos los logros que pueda, en la medida que sea posible, haciendo el bien, procurando adecuar los contextos y explicarlos. No intentemos hacer lo que no es consensuado, y, si lo hacemos, no partamos de hechos sin explicarlos previamente. No hay nada sabido “a priori”, o no debe haberlo. El conocimiento ha de ser la grandeza con la que ir incrementando las dosis de interconexión y de mudanza. La sociedad ha de avanzar.

Confiemos las cifras de ilusión y de creencia en la empatía, en la evolución, en las sugerentes dichas que nos rodean, con un conformismo que nos ha de inundar de preferencias y de superiores consideraciones con las que aunar todos los esfuerzos, que han de buscar como motivo las implicaciones más provechosas, que nos han de anegar, igualmente, de superaciones. El optimismo nos ayuda, y mucho, para progresar. No nos ciñamos a las preguntas que nos hacen otros. Formulemos las propias con el fin de aprender, de que otros aprendan y de que las cuestiones sean obra de todos, así como las oportunas solvencias. Claro que podemos comunicar más y mejor. El intento se espera cada día. El beneficio de la comunicación, de ese maravilloso proceso, de sus claves más o menos implícitas o explícitas, está en nuestras manos, en nuestros comportamientos, en nuestras mentes.