Comunicación frente a soledad

Juan TOMÁS FRUTOS

Solemos padecer por insuficiencias que resultan estar al alcance de la mano.Somos contradictorios. Me refiero a los seres humanos. Estamos, en el mal llamado Primer Mundo, en una etapa de sobreabundancia, pero, al mismo tiempo, nos faltan dinámicas para optimizar los recursos disponibles. La soledad es el drama, el gran problema, del siglo XXI. Es una gran paradoja que, en la era de las comunicaciones por antonomasia, nos hallemos en una encrucijada crítica de incomunicación de difícil salida.

Lo superficial, en muchos ámbitos, ha ganado la partida, lo material también, y nos hemos quedado en una zona de nadie que nos desconcierta y que nos colma de perplejidad. Lo cierto es que la salida es sencilla: ante la incomunicación sólo queda la comunicación, pero nos faltan agallas, o tiempo, o estrategia, o un poco de todo. Si el enunciado es diáfano, la respuesta también lo es.

Los medios tecnológicos, que imprimen prisas y permiten “salvar” distancias en tiempos infinitesimales, llevan consigo grandes dosis de soledad que, a menudo, se trasladan al individualismo, con lo que éste supone de frustración y de fracaso impuesto. El ser humano es genuinamente persona, de una guisa esencial, ubicado en sociedad, buscando superar en ella los obstáculos y los problemas que se van sucediendo.

Los medios de comunicación de masas ofrecen la ventaja de la universalidad

del conocimiento, pero, para que este proceso sea eficaz y eficiente, es preciso que desarrollemos unas medidas cautelares y que, en paralelo, interioricemos unos parámetros previos que nos permitan entender todo lo que nos llega, así como saber seleccionar lo importante de lo que no lo es.

Conviene que desde pequeños nuestro entorno se alíe, como refiere Paulo Freire, para que logremos ser buenas personas, lo mejor que podamos, todo cuanto se pueda. Hace falta que la familia se implique, y que sepa cómo hacerlo, así como las Administraciones Públicas, el sistema educativo, los propios medios de comunicación y sus profesionales, y todo ese bagaje que propicia que las modas basculen hacia un lado u otro. Hemos de poder fructificar entre todos, con todos, por todos.

Valores sociales

Es posible que no podamos evitar que se nos mire desde ciertos territorios como masas anónimas (en vez de como ciudadanos), pero sí podremos conseguir que se identifiquen los intereses y objetivos que nos son precisos de manera global y teniendo en cuenta también a las minorías y los diversos valores que podríamos considerar universales desde hace  3.000 años.

El dar con el equilibrio, largamente demandado, sigue siendo la virtud que nos

ha aportar un recorrido idóneo para el conocimiento del vecino, del próximo, del

que aspira, como nosotros, a la felicidad a través de la aceptación del contexto en el que nos hallemos cooperando para que haya unos mínimos de calidad y para corregir desigualdades. El amar al otro y el reconocerlo, mediante la comunicación en sentido pleno, es un buen camino, probablemente el fundamental.

Siempre lo es. Conforme lo transitamos oteamos con más transparencia la intensidad de este aserto. Ya se sabe que el movimiento se demuestra andando. Por eso. Pues eso.