El perfil del periodista desde la óptica de su formación

En esta etapa nuestra en la que el saber apenas ocupa un lugar físico, pues todos los formatos reales, virtuales o de registro se aminoran más y más, sin olvidar que todo lo conocido está al alcance de un teclado, es obvio que hemos relativizado más de la cuenta el valor de la formación. Parece que ésta puede aparecer con un chasquido de los dedos, o con solo desearla. No es así, no es tan sencillo.

La formación, el aprendizaje, es algo que llega poco a poco, con una cierta lentitud, que hace que la cultura, la verdadera cultura, se vaya posando en nuestra manera de ser y de comportarnos. Además, ese poso se consigue con el paso de los años, con la experiencia, que también empieza a ser una cierta cenicienta en el ámbito en el que nos hallamos.

Siempre se ha dicho que la primera docencia es útil a lo largo de la historia de cada persona. Lo es porque nos impregna de valores, de tesón, de armonía y deseo por aprender, de voluntad, de ritmo, de itinerario para el estudio, etc. Por eso conviene insistir tanto en ella. Luego, cuando ya somos mayores, es la Universidad, si llegamos a este estadio, la que nos puede proporcionar un gran impulso, un segundo gran impulso, en la formación integral que nos ha de caracterizar en el ámbito profesional, y también, en esencia, en lo personal.

Así es. La formación universitaria es fundamental en una sociedad. Lo es siempre, y en todo lugar, porque ayuda a sostener los valores democráticos. Lo es aún más, si cabe, en el caso de los estudiantes de Comunicación, pues contribuye a un buen desempeño de la profesión de periodista y de los diversos quehaceres en las diferentes ramas o especificidades de un campo tan amplio como heterogéneo y atractivo. Una buena formación sirve de nexo al estudiante entre sus ilusiones y deseos y el mercado laboral que para él, en esa etapa de su vida, está a la vuelta de la esquina, y para el cual quiere y debe prepararse.

Por ello, esta carrera universitaria ha de tener muy bien equilibrados los aspectos teóricos y los prácticos, y, así, se debe ofrecer un aprendizaje lo más cercano a lo que un poco más tarde se van a encontrar los alumnos a la hora de afrontar un trabajo en este campo.

La capacitación profesional, junto a un sustento teórico interesante, es fundamental para que la incardinación oportuna del estudiante sea del modo más adecuado. Es preciso para ello que haya un mayor acercamiento entre el mundo laboral y el académico. La presencia de profesionales de empresas en la Universidad y la exposición de motivos y de aspectos formativos por parte del profesorado en las mismas empresas son dos ejes cruciales para que haya un entendimiento entre dos realidades que están llamadas a un entendimiento recíproco. Durante años ha habido, más en algunas carreras que otras, un distanciamiento entre las necesidades y los planteamientos, entre lo que se sabía y lo que se exigía para una conveniente colocación y ubicación en el mercado laboral. No debe seguir ocurriendo.

Ahora, en pleno siglo XXI, de lo que se trata es de romper las malas inercias, que, cada vez, afortunadamente, son menores, así como de afrontar la realidad de las necesidades formativas desde algo más que el voluntarismo mal entendido o poco prometedor. Precisamos conocer mejor los sectores donde se incardinan los estudiantes, al tiempo que hemos de saber los aspectos más fuertes y los más débiles del aprendizaje que les damos. No finjamos preocupaciones que no ejercemos, y pongámonos manos a la obra.

Debemos contactar con las empresas, con sus empleados, con sus responsables, y hemos de exigir de todos ellos informes que den cuenta de las ventajas y desventajas, de los vacíos y de las fortalezas que se detectan en las formaciones de los estudiantes que les enviamos a esas mismas organizaciones tanto a nivel de becarios o como en lo que se refiere a las prácticas durante su formación universitaria, teniendo presente que, más tarde, han de conseguir una relación laboral mucho más estable y mejor remunerada.

Tendríamos que hacer, desde las Universidades, seguimientos de las habilidades y capacidades que hemos desarrollado en nuestros alumnos. Habría que analizar los progresos que se desarrollan y los motivos de los triunfos o fracasos que se puedan suceder. La Comunicación, solemos repetir, es todo, y no podemos dejar ese todo en un momento temporal determinado. Debe haber un seguimiento.

Desarrollar todo tipo de habilidades

Con el mayor conocimiento de la realidad en todos los ámbitos y/o esferas que demandamos podemos conseguir ver con qué medios reales se trabaja, al tiempo que podemos aprender sobre los sistemas o modelos de laboriosidad que se utilizan de manera preferente. La Universidad, en determinadas profesionales como la de informador, periodista, comunicador, relaciones públicas, publicista, etc., debe preparar alumnos que tengan unas grandes dosis de teoría, pero, al mismo tiempo, sin que parezca una capacitación de taller neta la que procuramos, hemos de defender un aprendizaje que invite y permita que los alumnos no vean las diversas rutinas de trabajo como algo que solo conocen por libros, si es el caso. El saber, creemos, ha de ser universal, integrador, forjado desde las raíces mismas del deseo solidario de compartir la experiencia, la ciencia, la técnica, todo lo que nos enriquece.

La Universidad debe tener la habilidad de desarrollar unas materias y unas líneas de aprendizaje lo más apegadas a las necesidades reales, que, en primer término, hay que averiguar, así como todos debemos adaptarnos a ellas. Aún distinguiendo entre la capacidad profesional y la investigadora, que han de ser complementarias, con el propósito de hacer rentables las dos en la medida de lo posible, es claro que hemos de adecuar y de amoldar la docencia a lo que existe en el mercado, a sus demandas, a su realidad cotidiana. No olvidemos tampoco que el perfil curricular no se queda en la enumeración de las asignaturas, sino en las proyecciones reales de sus nomenclaturas.

Las metodologías han de basarse en aspectos teóricos, en lecturas frecuentes y variadas, en lo que piensan y defienden profesores de toda índole y calado, pero, asimismo, han de sustentarse en una cercanía a las necesidades de los mundos económico y laboral. Hemos de hacer visitas, así como debemos procurar que las prácticas docentes tengan como finalidad publicaciones y emisiones de los mejores trabajos.

Como quiera que los medios y los recursos, amén del profesorado, son escasos (siempre lo son), conviene que establezcamos planes de implantación, de búsqueda de bases para el desarrollo profesional e investigador, así como estrategias para priorizar y para establecer los objetivos claves. Aún no buscando resultados perfectos hemos de perseguir la excelencia y el fomento de algo tan intangible como necesario: la ilusión por el desempeño ético de una profesión que ha de establecer la virtud en el equilibrio entre la técnica y la humanidad. Nos debemos a ello, y, en ningún caso, hemos de renunciar a esa convergencia.

El esfuerzo en las próximas décadas, y para ello debemos empezar a esforzarnos ya, debe ser el dirigirnos al unísono atemperando los ritmos del aprendizaje de modo que todos podamos empatizar desde la sana moderación y con un balance oportuno entre lo teórico y lo práctico. Todo es bueno cuando el propósito, la intención y los resultados lo son. Busquemos sin prisa, y sin pausa, los efectos más queridos de la docencia y del aprendizaje, fundamentalmente en una profesión tan de servicio público como es la de comunicador, la de periodista. Todos nos sentiremos reconfortados por ello.

No olvidemos que el derecho que no ejercemos no se tiene. Confiemos en que la experiencia, que es “la madre de la ciencia”, según el saber popular, permita que vayamos viendo ese bosque de buenas intenciones y de mejores perspectivas donde nos aguarda la felicidad del aprendizaje desde el anhelo de compartir lo que tenemos, sobre todo si es intelectual. Miremos hacia delante.