El compromiso voluntario

Por Juan TOMÁS FRUTOS.

Hay mañanas en las que uno surge de la nada, o puede que de todo, y se pregunta qué hacer, hacia dónde ir, qué esperar o qué modificar incluso. Son mañanas, que llamo yo, de “aparente tránsito”. Luego resulta que el trámite no es tal. Cada jornada es importante, tiene su relevancia, posee sus esencias, y, en este sentido, es consecuencia de lo que fuimos y supone un diáfano avance de los pronósticos futuros.

Supongo, me digo, que se trata de dudas, de imprecisiones: son descansos que, con intención o no, nos tomamos para ser nosotros mismos, o probablemente sin ningún afán determinado. Hay “vaguadas” que nos sirven para optimizar, para mirar de otra guisa, para interpretar, para surgir en la fe de unos corazones que se experimentan mancomunados, a menudo sin saberlo. La existencia es un ciclo con picos de intereses variados.

Es el caso, por unos efímeros y eternos instantes, de este día en el que nos hallamos, que nos trae a colación cómo fue la semana. Los derroteros, con sus “martilleos y nanas”, no han sido ni malos ni buenos, no en sus valores absolutos. Han sido y se han mostrado sencillamente: hemos procurado que aportaran felicidad y destellos de bondad conducentes al amor. El contento, imagino, viene de que algo interesante hemos cosechado. La suerte siempre debe acompañar.

Hay alegría. Será así porque, mientras andamos absortos, la vida sigue fluyendo, por fortuna. Y en ese río vemos a amigos maravillosos, a gentes conocidas de las que aprendemos, a vecinos con los que nos hablamos, y sonrisas que nos hacen explicarnos la dirección emprendida. Estamos en el punto: lo humano es la medida de todas las cosas, y desde esa óptica hemos de conservar la Naturaleza, el ecosistema, y llorar y reír por lo que nos rodea buscando los pálpitos de la necesidad y sus convergentes resoluciones.

Mantengamos, por ende, en esta experiencia vital, el mejor deseo por y para nosotros. Hagamos propósito de enmienda cuando proceda y llevemos a feliz término los deberes pendientes, que siempre surgen algunos.

Amanece, como nos recuerda la película, que no es poco. La dosis de historia fructífera la tenemos que poner nosotros. Recordarlo no es una obligación: es un compromiso con nosotros y con la propia sociedad. Avancemos.

Buena perspectiva

Y, con esta perspectiva, que considero buena, miro alrededor. Todo es repetido, pero, al tiempo, se presenta nuevo. Desayuno en una soledad que inspira, que atrae, pues ofrece la óptica de entender muchas cuestiones que, las observemos o no, son básicas.

Oteo formatos y soportes y aprovecho para repasar los quehaceres sustanciales. Ha ido bien, va genial, porque progresa el devenir pese a las dificultades. Los amigos nos han regalado lo mejor de ellos, su cariño ante todo. Son fundamentales en la semántica de la vida, que hemos de trazar con argumentos y gramáticas que nos inviten a despertar de verdad.

Recuerdo el impacto de aquella imagen de Paco Rabal en Pajarico, cuando nos decía aquello de “¡qué bien se está cuando se está bien!” Me encanta reiterarme esta circunstancia. Tomo el café con corrientes y anhelos espirituales y personales que verdaderamente son regalos. Un estado así alberga un valor infinito.

Aprovecho esta altura de miras, esta sensación de paz real (recientemente hemos celebrado el Día de la Paz en un planeta que contabiliza más de 30 guerras que no paran de romper el sentido de la Humanidad, una catástrofe en pleno siglo XXI que debemos detener ya), para brindar por la nota de la amistad. La hemos de soñar como convengamos. Lo importante es que se perciba, que estemos en contacto con ella, que breguemos por su reflejo y su fin.

Hemos de dar las gracias a aquellos que forman parte de un sistema que, en su sencillez, es único. El propósito ha de ser disfrutar sin hacer daño a nadie. Insistamos: es un compromiso voluntario. ¿Te apuntas?