Juan Tomás Frutos
Creo firmemente que la base de toda sociedad tiene que ver con la libertad de expresión y con el derecho que todos, absolutamente todos, tenemos a discernir y a discrepar respecto de lo que hacen y dicen los miembros de cualquier colectivo. La libertad de información y el ejercicio del parecer de cada cual están en el frontispicio de toda democracia que se precie.
No obstante, parece evidente, es evidente, que el ejercicio del habla y de la escritura tiene unos límites, o debería tenernos, en el sentido del respeto (insistimos en ello) de los derechos de los demás. La intimidad de cada ciudadano, el derecho a su buena imagen, la presunción de inocencia, el que pensemos que a todos nos mueve una estupenda intención en todo acto, al menos a priori, así como la buena educación en el trato a los otros, y la consideración del derecho de defensa o de réplica o respuesta, etc., son aspectos que configuran los cimientos de una sana convivencia.
Por eso, el ejercicio de las opiniones, necesario y esencial a la vez, en todo proceso y ámbito societario democrático, implica igualmente el respeto de unas normas de convivencia y de tolerancia a las personas que nos rodean, que han de ser tratadas, cuando menos, como a nosotros nos gustaría, y siempre teniendo presentes los derechos que la Constitución y las Leyes nos atribuyen a cada ser humano.
De ahí que no pueda entender que, en el ejercicio de la crítica, no se respete con esmero y tiento, con templanza y prudencia, con buen ánimo, todo cuanto dicen otros, que forman parte de la misma realidad. A veces incluso pasa, con el anonimato que permiten las Nuevas Tecnologías, que se muestran desafectos y expresiones de una tensión, desgana, despropósito y falta de lealtad y educación, que no sé yo si ese continente no acaba desmereciendo el buen criterio o el buen tino que se pudiera tener en el contenido expresado o que se quiere significar.
Estimo que es el momento de hacer un análisis de algunos comportamientos, y no en un ánimo reprobatorio, sino con el afán y deseo de convenir, si a ello podemos llegar, que necesitamos rebajar ciertas dosis de actitudes poco decorosas, por referenciarlas de alguna manera, procurando, al tiempo, construir un tanto la sociedad a la que nos debemos en lo individual y en lo colectivo.
Creemos en las opiniones diversas, pues buenas son. Creemos también en las críticas, sean más o menos constructivas, gusten más o menos, pero, en paralelo, apostamos por un nuevo caudal de respeto en las relaciones, en las negociaciones, en las defensas de determinadas posiciones, pues en los procesos comunicativos no deberían valer las descalificaciones gratuitas, las difamaciones, los términos provocativamente soeces y duros, y, en definitiva, no deberían producirse las actitudes de mala educación.
Puede que nos riamos de algunas composturas basadas en el “buenismo”, en lo positivo, en el optimismo a ultranza, en protocolos de educación que para algunos pueden ser muestras de una inocencia e ingenuidad que no casan, podrían decirnos, con la imagen del que mucho conoce, o debe, de muchas cosas. Creo firmemente que una buena acción siempre es una buena acción, y así debemos contemplarla y sustentarla. En el fondo, y en la forma, en nuestro interior, y seguramente externamente, a todos, a la mayoría, nos gustan las personas buenas por encima de las que tienen comportamientos nefastos y negativos. Puede que nos cueste reconocerlo, pero así es. Porque considero que es de esta guisa, pido respeto en la consideración de las opiniones de los demás, sean coincidentes o no, en la búsqueda de un crecimiento societario que a todos beneficiará.