A propósito de la docta y querida Paquita Martínez Merinos

Docta y querida son los adjetivos que mejor la definen, o, al menos, yo la considero así. Paquita Martínez Merinos es un hechizo, es un hada madrina, como ya se le ha llamado por parte de alguno de sus amigos. Singularmente ella nos une y nos imprime el carácter de lo que es bueno en lo personal y, asimismo, en lo intelectual.

Hemos sellado, ella y cuantos le apreciamos (muchos), el camino juntos, en comandita, en más de una ocasión, en múltiples oportunidades, y nos hemos entendido con un gran número de personas de nuestro entorno próximo, esto es, con aquellos que nos ubicamos bajo el paraguas de la poesía, de la prosa poética, del canto bien llevado.

Paquita nos introduce de una manera sencilla, y puede que hasta intencionada (pero esto último está pendiente de que lo podamos demostrar), en el universo de las letras, de las palabras, de la literatura misma. Es buena gente, de una casta simpática, singular, única. No he hallado a lo largo de mi vida a más de un puñado de personas que tengan su belleza interior, que, como todos sabemos, es la más importante. Conviene resaltarlo. Si no existiera, habría que inventarla.

A Paquita la quiero porque ha sido siempre muy sincera, muy hermosa, muy sencilla, y muy humilde, así como ha estado presta a ayudar en el viaje vital, y, más concretamente, en el regocijo de la creación. Ha sido, el conocerla, uno de esos éxitos con los que comulgaré y me felicitaré durante el resto de mis días. Tuve suerte aquel instante en el que vino pidiéndome un apoyo solidario que yo convertí en mi referencia y en atalaya de conocimiento. Es extraordinaria, en el verdadero sentido de la palabra, y en la extensión más amplia de este término. Tengo razones para estimarla y valorarla por lo que es, y así lo manifiesto, devoción pura.

Hemos aprendido ambos a saber del bienestar mutuo, de ese bienestar que da el presentarnos bien acompañados a las diversas tareas intelectuales o a las cercanías creativas en las que nos vemos involucrados. Son ingentes. Es un tesoro contar con amistades como la que me regala Paquita, que es encrucijada y crisol de objetivos inmateriales. Suena su voz a sensaciones ya vividas, probablemente en la infancia, y con seguridad colmadas de ese regusto por un desayuno de sentimientos y de conformaciones de un cariño embriagador y saludable.

Es fácil escribir sobre las personas a las que se valora, aunque no es tan sencillo ser original. No lo es, pues hablamos con las mismas palabras que todos utilizamos, pero su impronta es otra. Albergan, esos términos utilizados, un intangible que no siempre se puede ponderar, pues tienen una subjetividad que nos supera a la hora de aprehenderla y difundirla.

Cuando doy con personas como Paquita, únicamente les pido que no cambien. Sé que en su caso no debo insistir, pues es como es, porque le parieron así, y así seguirá mientras viva. También me reclamó a mí mismo un deseo: seguir aprendiendo de lo que hace y tratar de emularla en lo que pueda. Que así sea. Paquita es todo un ejemplo personal y literario. Hemos de tener en cuenta que modelos en la sociedad actual no hallamos tantos. Por ello es un buen consejo que los persigamos cuando demos con uno tan claro como el que yo expongo. Es Paquita.