Enzo Traverso, historiador italiano

Enzo Traverso, historiador italiano:

‘Quienes se oponen a la recuperación de la memoria histórica tienen algo que ocultar del pasado’

‘Reconocer a las víctimas es una forma de redimirlas’
    

Piamontino de nacimiento, francés por dedicación historiadora en la universidad de Picardía, y europeo por convicción, el historiador Enzo Traverso es un reputado especialista en temas relacionados con el nazismo, el antisemitismo, la filosofía judía alemana y las dos guerras mundiales.
 
Traverso está convencido de que resulta imposible reparar las violencias del pasado, pero conocerlas, reconocerlas, y profundizar sobre ellas, supone un primer paso para la redención de las víctimas y una forma de ajustar cuentas con el pasado.
 
El historiador asegura que es imposible una Europa democrática auténtica sin la conciencia de un pasado compartido y la convergencia en la búsqueda de determinados valores comunes: ‘No podríamos ser ciudadanos –en el sentido más noble de la palabra–, sin ser portadores de la memoria de este siglo y sin ser conscientes de la parte de responsabilidad histórica que nos concierne como europeos’.
Enzo Traverso intervino en el IX Congreso de la Asociación de Historia Conetemporánea que, organizado por la Asociación de Historia Contemporánea, y bajo el lema ‘Ayeres en discusión’, se celebró en la Facultad de Letras entre los días 17 al 19 de septiembre.

                                       
          

-Pregunta: El tema sobre el que ha versado su charla ha sido ‘La historiografía y la elaboración de una memoria europea ¿Qué papel juega la memoria en nuestra conciencia de ciudadanos europeos?

-R: Para existir auténticamente, una sociedad democrática tiene que estar arraigada en un pasado y estar construida a partir de una conciencia de ese pasado. Para construir una Europa democrática, sería útil y necesario una memoria europea, pero eso no significa que haya que homegeneizar al memoria europea, pues ésta contiene segmentos muy diferentes, incluso puntos de vista contradictorios. Pero si no hay una convergencia en la búsqueda de valores compartidos será difícil construir una Europa democrática.

La tendencia dominante hoy es a construir Europa como un conjunto de instituciones financieras comunes, y después no tenemos una visión de una federación europea. Desde ese punto de vista la memoria son conmemoraciones vacías de contenido, pero si pensamos en la construcción de una Europa democrática auténtica, como proceso político de construcción, no se puede disociar de la construcción de una memoria europea como conciencia de un pasado compartido.

-P: ¿Es posible reparar las violencias del pasado?

-R: No es posible reparar las violencias.

          

Memoria e Historia

-P: ¿Pero reconocerlas podría ser un paso adelante en este sentido?

-R: Reconocerlas es una manera de rescatar a las víctimas, una forma de redimirlas. Es algo fundamental, más que por las víctimas, por nosotros mismos, para los ciudadanos europeos de hoy.

Pero al mismo tiempo hay que tener en cuenta que hoy existe una obsesión memorial alrededor de las víctimas de guerra y de genocidios, porque durante mucho tiempo ese pasado se ocultó, o se reprimió. Como reacción a ese largo tiempo de ocultación, ahora se produce el fenómeno contrario: una obsesión alrededor de las víctimas. Eso es problemático para la comprensión del pasado, y hablo como historiador, porque el pasado no está hecho por el enfrentamiento entre verdugos y víctimas: hay multitud de actores. Existe un riesgo de marginarlos por esa focalización de las víctimas como únicos héroes del pasado.
      

Desde ese punto de vista hay una interferencia entre la memoria como representación del pasado que se construye en la sociedad y la historia como investigación, elucidación y discurso crítico sobre el pasado. Hay una intersección entre los dos que puede ser fructífera, pero que tiene sus peligros. La historia se alimenta de la memoria, pero es otra cosa. Si no se hace una distinción entre las dos se corre el riesgo de deformar la perspectiva.

-P: En España nos encontramos en estos momentos sumidos en pleno debate de la Ley de Memoria Histórica. Quienes se oponen a ella, le achacan que abrirá cicatrices que parecían cerradas…

-R: Ese es el discurso clásico y típico de quienes tienen algo que ocultar del pasado. Para ellos es mejor no removerlo. Pero son los mismos que hasta hace poco tiempo idealizaban un pasado que ahora quieren poner entre paréntesis porque sería peligroso para desgarrar la sociedad.

En España, en el momento de la Transición a la democracia, hubo un miedo muy fuerte de recaer en un conflicto. En aquel momento se habló de un pacto de olvido, un pacto que no tenía nada de oficial, porque a nadie se le impedía escribir libros sobre la historia de la guerra civil o del franquismo. Pero no había una demanda social de conocimiento. Existía el deseo de acabar con este pasado y construir una sociedad nueva y democrática para reconciliar la sociedad.

Hoy hay una obsesión sobre el pasado, sobre la guerra, sobre la violencia, sobre las víctimas. Yo creo que eso se produce porque en la España de hoy no existe riesgo de guerra civil. La democracia es fuerte, está consolidada, y todos lo reconocen. En estas condiciones es normal que surja una demanda social de conocimiento, ya no más olvido. Hay nuevas generaciones que no han conocido el franquismo y que quieren saber lo que pasó. Esta demanda es más que legítima, y exige una contestación.
                    
                  
Reconocer a las víctimas es fundamental, pero más que por ellas por nosotros mismos, para los ciudadanos europeos de hoy.

Hoy existe una obsesión memorial alrededor de las víctimas de guerra y de genocidios.

La historia se alimenta de la memoria, pero es otra cosa.

Quienes se oponen a la recuperación de la memoria tienen algo que ocultar del pasado.

Para interpretar el pasado es necesario saber qué es lo que ocurrió, y hay muchas cosas que se ocultaron.

La historiografía antifranquista no pudo investigar durante largo tiempo porque no tenía acceso a las fuentes.

                                          

La Ley de Memoria Histórica establece las cosas de manera objetiva, para que se pueda discutir lo que fue la violencia de ambos bandos.

La memoria del fascismo es la memoria de la destrucción de las democracias en Europa.

Para llegar a una Europa plenamente democrática es necesaria la construcción de una memoria europea como conciencia de un pasado compartido.

El progreso desemboca en bombas atómicas, armas de destrucción masiva, campos de exterminio…

El papel del historiador no es juzgar a los actores de la historia, es un papel de clarificación.

El pasado no está hecho por el enfrentamiento entre verdugos y víctimas: hay multitud de actores

Hay nuevas generaciones que no han conocido el franquismo y que quieren saber lo que pasó.

 
-P: ¿Cuál es el papel del historiador en este tema?

-R: Los historiadores, como investigadores sociales, están encargados de dar contestación a esta demanda. Hay que hacer un trabajo de elucidación del pasado, que es la base para que la sociedad pueda construir su memoria y su conciencia histórica.

Por supuesto, el papel del historiador no es juzgar a los actores de la historia, pero es un papel de clarificación, de elucidación y de interpretación crítica.

-P: ¿Ese proceso podría arrojar nueva luz de período histórico investigado?

-R: La historiografía es interpretación, pero se apoya sobre hechos. Para interpretar el pasado es necesario saber qué es lo que ocurrió realmente, conocer los hechos, y desde este punto de vista hay muchas cosas que se ocultaron y que nunca aparecieron. Por ejemplo, la historiografía de lo que fue y supuso el sistema concentracionario franquista es algo nuevo que surgió en la última década, antes no se publicaron libros sobre el tema. También las violencias de ambos bandos durante la guerra. Ese es un tema que fue elaborado mucho más por la propaganda que aclarado a partir de una investigación histórica rigurosa. Era una propaganda franquista que, por supuesto, ponía el acento sobre la violencia republicana.

Además, hubo una historiografía republicana o antifranquista que no pudo investigar durante largo tiempo porque no tenía acceso a las fuentes.

Ahora se establecen las cosas de manera objetiva, para que se pueda discutir lo que fue la violencia de ambos bandos. Esto creo que es algo necesario, no sólo por el papel en sí de los historiadores, sino para que la sociedad pueda establecer una relación de conocimiento y de reflexión crítica con su propio pasado.
      

 

Siglo XX y violencia

-P: El siglo XX es un siglo eminentemente violento. Hay historiadores que hablan de 200 millones de muertos en conflictos bélicos en ese período. Civilización y barbarie parecen ir unidos.

-R: Eso es una reflexión que se da desde hace décadas. Tras la II Guerra Mundial tan sólo la hacían unos pocos filósofos e intelectuales muy críticos que estuvieron muy aislados. Creían que la modernidad es inseparable de una idea de catástrofe, que piensan que el progreso tecnológico puede llevar a una regresión social y humana. El progreso desemboca en bombas atómicas, armas de destrucción masiva, campos de exterminio.

Hoy esa reflexión ya no está aislada, el progreso aparece como un futuro de prosperidad, de liberación, de emancipación…, pero también como un lugar de incertidumbre que produce miedo y muchos interrogantes.

    
      

-P: Usted ha dicho que la democracia no puede carecer de memoria histórica, que no puede ser amnésica, so pena de ser una democracia muy débil…

-R: Eso lo dije con respecto a la memoria del fascismo y el antifascismo. Existe una tendencia muy fuerte en Europa, que es la criminalización del antifascismo. El antifascismo es presentado como una cara del comunismo, el comunismo es totalitario y, como si fuese un silogismo, se concluye que el antifascismo es totalitario.

Desde ese punto de vista tendría que construirse una democracia liberal, sin nada que ver con el antifascismo. Pero la democracia liberal aboga porque en la sociedad cada cual elija libremente su propia memoria, que todas las memorias tienen la misma legitimidad, y yo creo que eso es peligroso, porque la memoria del fascismo es la memoria de la destrucción de las democracias en Europa, mientras que la memoria del antifascismo es la memoria de la lucha que permitió construir una democracia contra el fascismo.

Una democracia que se permita ignorar la herencia del antifascismo puede existir en países que no conocieron el fascismo, pero los países que sí lo conocieron, como Italia, Alemania, España o Portugal, no pueden construir una democracia que ignore su propio pasado, sería una democracia con bases muy frágiles. Desde este punto de vista, habría que incorporar el antifascismo en una conciencia histórica, en una memoria compartida.

No obstante, tampoco hay que convertir el antifascismo en un fetiche. Tuvo un lugar muy importante en el mundo político intelectual, pero tenía sus ambigüedades: sus relaciones con el totalitarismo soviético, por ejemplo. Pero el rechazo del antifascismo para construir una democracia me parece algo peligroso e inadmisible.