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Entrevista con la escritora Ana María Matute: “Ni muñecos ni juegos, lo que más me atraía de pequeña eran los libros …” Yo tuve una infancia de papel

El hilo de voz que sale de su garganta contrasta con el torrente vital que aún es capaz de destilar su pluma sobre el papel. Cuando está a punto de convertirse en octogenaria –“el año próximo celebraré mi 80 cumpleaños, y pienso hacerlo con otro libro”-, Ana María Matute demuestra bien a las claras que la edad sólo ha hecho mella en su físico, pero que en su cabeza aún resta lucidez, ingenio e ironía como para seguir sorprendiéndonos con esa prosa fluida y elegante que ha caracterizado su obra durante más de medio siglo. No en vano quizás sea ‘Olvidado rey Gudú’, una de sus últimas novelas, la culminación de una carrera que se remonta a más de medio siglo atrás.

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Escritora de raza donde las haya, en una España en la que las mujeres partían con una desventaja notoria con respecto a los hombres en casi todos los frentes, ella supo demostrar su valía en el campo de las letras, sorprendiendo a todos, desde pequeña, por su dedicación y sus cualidades.

Aquella niña que escuchaba entusiasmada las fantásticas historias que le contaba su padre, pronto se convirtió en emisora de relatos que entusiasmaron a varias generaciones de españoles. Ana María Matute es hoy todo un referente en nuestro panorama narrativo. Los premios –fue la primera mujer en estar en posesión del Nadal y el Planeta- no tardaron en reconocer su obra -llegó a ser incluso una firme candidata al Nobel de literatura mediados los años 70-, y en 1988 se convirtió en la tercera mujer de la historia que se sentaba en un sillón de la Real Academia Española de la Lengua.

Hoy la obra de Ana María Matute se estudia en las escuelas como la de un clásico de nuestra literatura. La obra de esta catalana, traducida a 23 idiomas, ha traspasado todas las fronteras.

Una infancia de libros

Cuando su padre le trajo de uno de sus viajes por el extranjero a Gorogó, el muñequito negro que habría de ser personaje en uno de sus libros, Ana María Matute lo adoptó inmediatamente. Pero su mundo era la literatura ya desde niña: “Ni muñecos ni juegos, a mí lo que más me atraía desde pequeña eran los libros. Cuando aún no sabía leer me sentía fascinada por aquellas líneas negras que no entendía pero que contaban historias. Yo pensaba: cuando sea mayor, yo también haré eso”.

Su infancia, vivida en los años inmediatamente anteriores a la Guerra Civil, fue una época en la que la imaginación era su refugio, un refugio de papel y letra de molde, que la defendía con la intensidad de un búnker acorazado de los peligros del mundo exterior: “Yo tuve una infancia de papel. Fui una niña retraída, solitaria. La literatura era para mí importantísima”.

No lo tuvo fácil Ana María Matute, en un tiempo en el que la educación en España era especialmente rígida para una niña. En cualquier caso, aquella chica con una infancia de libros y cuentos, que habría de convertirse en una de las autoras preferidas de muchos niños, no añora especialmente esa época: “Mi infancia tuvo cosas preciosas, pero también muy duras. Y es que un niño no es un proyecto de adulto, un hombre es lo que queda del niño que fue. La infancia es un mundo total, un mundo que se añora muchas veces”.

“El paso de la infancia a la adolescencia es durísimo, representa una de las etapas más tristes en la vida de una persona. No hay más que mirar las caras tristes de los adolescentes. Es como si estuviesen enfadados consigo mismos por crecer”. “Yo sí que lo estaba –asegura-. Y no digamos cuando tuve mi primera menstruación. Fue horroroso para mí, era como si hubiese accedido a aquel castigo bíblico: ‘parirás con dolor’”.

Está claro que a Ana María Matute, los años le han causado estragos físicos, pero en su interior habita mucho de esa niñez perdida, de ese amor que habita en los niños: “Existen personas que, cuando se hacen viejas ,se les seca no sólo la piel, sino el corazón. Como si tuviesen incapacidad para amar. Yo tengo la suerte de que mi corazón, en este sentido, está como cuando tenía veinte años”.

Aquella niña se convirtió, con los años, en uno de los grandes nombres de nuestras letras. Hoy, confiesa que los libros le han otorgado importantes cosas: “La literatura me ha aportado algo muy importante en la vida: sobre todo me ha permitido saber cuál es mi lugar. Ha llenado mucho mi vida, porque yo he tenido muchos altibajos. Soy muy vieja, he vivido mucho, y la literatura ha sido algo a lo que abrazarme para no volcar”. La modestia le impide, sin embargo, hablar de lo que ella puede haberle aportado a la literatura, a las letras con mayúscula. Con una sonrisa que intenta rehuir del compromiso de una contestación, manifiesta que: “No tengo ni idea. Son mis lectores quienes tendrán que decirlo. En todo caso, le he dado toda mi vida”.

La censura y el fin de la creación
Como una de las más ilustres representantes de la literatura del medio siglo. Ana María Matute sufrió los embates de una censura feroz que le impidió ejercer su escritura en libertad. Una de sus primeras obras, “Luciérnagas”, finalista del premio planeta en 1949, fue prohibida por la censura. Su prohibición supuso –recuerda ahora- un duro golpe a la precaria economía de una escritora veinteañera, sin más ingresos que sus escritos, y con un niño de siete meses enfermo de difteria. En 1955 Ana María Matute la publicó profundamente modificada con otro título y con otro título. No sería hasta 1993 cuando se decidiera a sacarla a la luz tal y como la había concebido casi medio siglo antes.

“La censura es como una violación –asegura tajante-. Impidió que muchas obras vieran la luz. En mi caso, no fue hasta los últimos años del franquismo cuando ya me lié la manta a la cabeza y no me paraba a pensar qué podía ser de mis obras. Entonces ya era conocida y, en caso de haber tenido problemas, podía haber publicado en el extranjero”.

“La censura acabó con muchas cosas en España. No debería de existir ni siquiera como concepto. Lo peor de todo es que, cuando hay censura, acabas tú mismo siendo tu propio censor, cambiando cosas de una obra porque piensas que no te lo publicarán, y esto es muy grave, sobre todo si, como en mi caso, vives de eso”.

Literatura para mejorar el mundo

“Yo creo que la literatura seria ha tenido siempre el mismo fin: mejorar la condición humana. Ir más allá. Es difícil decir si lo consigue o no, pero debería ser así. No obstante, la literatura tiene muchas cortapisas para poder tener más repercusión. Existen muchos intereses”.

Ana María Matute se refugia en la ironía para argumentar por qué se dedicó a la literatura: “Es que no sé hacer otra cosa” -dice risueña para, a continuación, corregirse a sí misma- “Bueno sí, cocinar. Cocino de maravilla, pero nada más. La cocina es un arte que hace feliz a la gente. Es gratificante contemplar esas caras alegres. El problema es que a veces estás toda la mañana en la cocina y la gente se come todo en un ratito”. Algo paralelo, por otra parte a lo que ocurre con la literatura, una labor solitaria en la que un autor debe trabajar durante innumerables jornadas para componer una obra que el lector es capaz de degustarla en pocas horas.

En unos tiempos en los que la mujer estaba prácticamente confinada al mundo del hogar, ella rompió moldes. Ganó los premios más importantes y publicó ininterrumpidamente desde muy joven, ganándose el respeto de todos: “Hoy la mujer está presente en todos los ámbitos. Pero yo tuve que luchar mucho, muchísimo. Ahora las chicas lo tienen más fácil”. En todo caso, ella hubo accedió a la literatura por la vía de los hechos: “Yo fui autodidacta, porque mis padres no me dejaron ir a la universidad. Era lo normal: había que casarse y prepararse para ello. No se podía concebir que una mujer de cierto estrato social aspirase a otra cosa distinta”.

Hoy, casi sesenta años después de iniciada su carrera literaria, aun considera que no ha realizado su gran obra “Pero –aclara-, está un poquillo cerca: ‘Olvidado Rey Gudú’ refleja un mundo que desde muy niña he llevado dentro. Ha ido creciendo conmigo. Esee libro está muy cerca de lo que yo quiero”. Matute reconoce, sin embargo, que cuando están en nuestras manos, cuando han tomado carta de naturaleza, los libros no responden plenamente a lo que el autor se había planteado cuando decidió hacerlos: “Una vez que están impresos, se quedan uno o varios peldaños por debajo de como los habías soñado”.

Es una de las mujeres más veteranas de las letras españolas –“más vieja, dígalo, que el año que viene cumplo ochenta y vamos a celebrarlo con nuevo libro”, me apunta, ufanándose quizás de estar en posesión de una lucidez que ya la quisieran para sí muchas jóvenes. “Estoy como una moto. Eso sí con dolor de espalda”. Este cronista intenta suavizar ese panorama: Sí, Ana María, pero la cabeza… “Tan mal como siempre”, ataja divertida la escritora.

Se muestra remisa a ofrecer consejos a quienes empiezan en el mundo de las letras, pero si algo hubiera de decirles sería que persistiesen. “Si es verdad que son escritores, porque hoy día hay mucha gente joven que se confunde al ver esos premios millonarios. Para hacer dinero es mejor que elijan cualquier cosa. Los escritores de verdad son capaces de pasarlas negras, como me ha ocurrido a mí, porque la literatura es mi vida”.

Ana María Matute cree que “Tristemente, no siempre se produce una coherencia entre la vida de un escritor y su obra. Existen escritores con obras excelentes, que hacen pensar que son personas extraordinarias y, cuando se les conoce, son absolutamente viles”. Alude a un caso de algún escritor del que admiraba su obra –“no voy a decir el nombre”- y que, tras conocerlo en persona, vio como el mito se le derrumbaba. Y es que, asegura: “De los escritores hay que leer los libros. Lo demás es mejor dejarlo. Cuanto más lejos, mejor. Nunca he tenido pasión por conocer la vida del escritor, sus aficiones, sus tendencias sexuales… A mí me interesan sus libros”. “Y eso ocurre conmigo –concluye- Mi vida no tiene importancia, es demasiado simple. Prefiero que la gente se interese por mis libros”.