El periodismo como negocio

Llamar a las cosas por su nombre es a menudo una ardua tarea que nos llena de temor, de tensiones, de controversias y hasta de enfrentamientos verbales. Eso no es malo, ya que, como dice Freire, la afirmación de las situaciones es el primer paso para su solución, si es el caso. Conviene de vez en cuando que caigamos en la cuenta de lo que ocurre en nuestra sociedad, de lo que hacemos. Es preciso que miremos en la dirección y en el sentido de lo que acontece.

También conviene que reflexionemos acerca de cómo mostramos la realidad en sus diversos perfiles, y, más concretamente, a través de los medios de comunicación. En las últimas horas hemos convertido en noticia un hecho dramático. Un hombre se quema a lo bonzo en plena ciudad de Murcia, ante todo el mundo, rodeado de un público atónito frente a un espectáculo truculento, duro en definitiva.

Todos los medios acudimos deprisa en busca de la mejor imagen, del pasmo de la muerte en primer plano, de la cercanía con el final de una vida, que, en los primeros momentos de esta situación, es anónima, pero raudamente es llevada a la categoría de lo público mediante una maldita ceremonia de auto inmolación, que es, duramente, un suicidio.

Caben muchas preguntas ante esto. Las prisas son malas consejeras, aunque nos permitan primicias. La búsqueda de una más grande audiencia (cada vez más grande, si es posible) es otra de las ingentes mentiras. En realidad justificamos el morbo, la desidia, la torpeza, la muerte, el desgarro en lo físico y en lo emocional, para atraer un número considerable de gente. Luego ocurre que ese número extraordinario de personas se halla fragmentado y disperso en todos los medios, que ofrecen todos lo mismo, y que, por lo tanto, no pueden conseguir rentabilizar los gastos de sus tele realidades. Tampoco ganan en credibilidad. A la postre, la propia audiencia no tiene más opciones que ver más de lo mismo, o irse a otra parte. Es paradójico.

Todo es una locura, y lo es hasta el punto de que alguna cadena, en la búsqueda mimética de lo que brindan las demás, paga por un material que es puro esperpento, dureza consentida de una sociedad excesivamente permisiva con este tipo de contenidos. No cabe otro objetivo y otro afán, para recuperar la lucidez y la ética y la estética de las cosas, que recurramos a una autorregulación desde el apoyo mayoritario de unas Comisiones Deontológicas que han de ser, fundamentalmente, operativas y han de estar apegadas a los ciudadanos y a sus planteamientos y necesidades.

Si no reaccionamos en tiempo y forma, y no nos queda mucho ni de lo uno ni de la otra, estaremos en una difícil espiral de complicado retorno donde nos colmaremos de lo más ignominioso de la sociedad y acabaremos reclamando medidas de urgente factura. No demos lugar, por favor, a más situaciones cautivas. No hemos de ser rehenes de unas inercias que nos conducen por vericuetos que generan más frustración que otra cosa. Hemos avanzando mucho en la profesión periodística, y en la sociedad en general, para dejar perder la mejor de sus esencias: la honestidad, que igualamos al respeto del ser humano por él mismo.