El origen de la palabra flamenco

Como es sabido, la palabra flamenco se atiene a distintas significaciones. Lo mismo puede designar un ave zancuda palmípeda, un habitante de cierta región del Norte de Europa, Flandes, un cante, baile o toque, e incluso, una actitud: ponerse flamenco.

En esta ocasión vamos a atenernos sólo al origen de dicho vocablo como designador de una manifestación artística músico-vocal, al baile como respuesta a la misma y al toque como acompañamiento.

Muchas son, y frecuentemente de lo más descabelladas, las teorías al respecto, las cuales van desde las que se atienen al parecido (¿?) del bailaor flamenco, frecuentemente vestido de ‘corto’ –chaquetilla entallada y pantalón vaquero andaluz- con la citada zancuda. Otros de la atribuyen a la expresión árabe Felag-mengu , significando campesino huido y, por tanto, según ellos, el flamenco sería una creación de los moriscos que, al resistirse a la cruel e inhumana expulsión de dicho pueblo de nuestro país, se habrían tirado al monte.

Es cierto que melódicamente –y sólo melódicamente- el flamenco, de forma especial en lo que atañe a los cantes de Andalucía Oriental –malagueñas, granaínas, tarantas…-, tiene mucho que ver con la música árabe o, por lo menos, norteafricana. No en vano los distintos llamados ‘palos’ del cante no son más que recreaciones de cantares del folklore andaluz; de un folklore totalmente entintado de arabismos, como consecuencia de ocho siglos de dominación musulmana de Al-Andalus. Pues muy mal oído hay que tener para no percibir los ecos del fandango local de Lucena en una de las formas de taranto de Almería, o los del estribillo de una especie de cuplé que solía cantar Concha la Peñaranda en la malagueña que lleva su nombre.

Pero el flamenco no es sólo melodía; es también compás, sentimiento amordazado, primitivización…

En mi opinión, sólo el poeta Félix Grande, como resultado de una muy seria investigación, ha dado en el quid de tan traída y llevada cuestión.

Según él, flamenco significaría cantares propios de los gitanos andaluces. Pero no porque los importaran desde su lugar de origen: una región de la India denominada El Punjap; sino debido a ciertos acontecimientos históricos que los convirtieron en un pueblo errante que acabó por hacerse sedentario en Andalucía.

Sostiene Félix que habiendo sido los gitanos andaluces, por cuestiones de racismo puro y duro, reducidos a las llamadas gitanerías establecidas en algunas ciudades del sur de España –Triana, El Sacromonte grandino, Barrio de Santiago de Jerez y otros-, auténticos guetos de los que no se les estaba permitido salir después de la puesta del sol, una prohibición cuya infracción suponía severísimos castigos, como flagelaciones, corte de orejas y demás. Y, por añadidura, de vez en cuando tuvieron que sufrir sangrientas incursiones de las fuerzas del orden (¿?) como represalias de no se sabe qué. Una de ellas fue evocada por Federico García, el martir granadino que a Benedicto XVI se le ha olvidado incluir entre los beatificados, en su célebre “Romance a la Guardia Civil española”:

Pero la Guardia civil

avanza sembrando hogueras

donde joven y desnuda

la imaginación se quema.

Los sables cortan la brisa

que los cascos atropellan…

No obstante, siempre según Félix, bajo los reinados de los dos últimos Felipe de Austria, a los gitanos varones de edad de entre 18 y 40 años, en varias ocasiones se les permitió abandonar las gitanerías, bajo condición, eso sí, de enrolarse en los Tercios de Flandes.

Los pocos que regresaban de allí con vida, si bien casi siempre lisiados o demasiado viejos para poder entrar en combate, eran portadores de una cédula en la que aproximadamente se leía: “Por los servicios prestados al Rey Nuestro Señor, le está permitido andar libre por todos nuestros reinos”, o algo así.

En un principio, para distinguirlos de los que permanecían en el gueto, se les llamó gitanos de Flandes, y más adelante los flamencos a secas, y cante flamenco –o de los flamencos- a lo que cantaban, y baile idem a lo que bailaban, ya desarraigados de lo folklórico propiamente dicho.

A mediados del siglo XVIII, en virtud de una pragmática de Carlos III, las gitanerías fueron abolidas como tales. Y así frecuentemente, a todo lo largo y ancho de Andalucía, a todos los gitanos, ya libres, se les llamó Flamencos. Todavía en la actualidad, en algunos lugares de Andalucía, los gitanos suelen llamarse a sí mismos flamencos, independientemente de que gusten o cultiven el arte llamado así.

Sólo a mediados del siglo deimonónico, fue cuando algunos no gita (payos) empezaron a interesarse por este arte, tenido hasta entonces poco menos que por maldito, habiéndoselo tomado tan en serio, que a ellos se debe en gran medida la elaboración definitiva de los diferentes palos. Y se da incluso la casualidad de que el primer cantaor no gitano de nombre conocido, un tal Silverio Franconetti, era hijo de padre italiano y madre andaluza.

Fue también Federico quien lo evocó en uno de sus más hermosos poemas:

Entre italiano y flamenco,

¿Cómo cantaría aquel Silverio?

la dulce miel de Italia con el limón nuestro

iba en el hondo llanto del siguiriyero .