Pensar las catástrofes: París 13 de noviembre de 2015

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Quizás las emociones son ondas y se proyectan sobre el paisaje y lo modelan, lo aplanan y lo curvan. Una emoción muy intensa expresada en un grito es capaz de provocar un tsunami que convulsiona el paisaje y lo transforma en una enorme ola. Es posible que también la nostalgia sea una emoción curva de trazo grueso, como un cuadro de Pollock, sobre el que vertemos una capa y otra de pintura hasta enterrar el alma del lienzo en la densidad plástica… Igual es que es eso lo que habría que hacer con nuestras vidas, lanzar emociones al mundo para que se desparramen por las fachadas de los edificios, por las balanzas de pagos, la renta per cápita, los PIB, las cuentas satélite… como ectoplasma pegajoso cubriendo el brillo aparentemente racional de las superficies económicas… vomitar y vomitar emociones hasta que la economía gotee atardeceres de colores, hasta que abandone las rectas monocromáticas y se vuelva sinuosa, curva, densamente material, plásticamente pesada…

Muchas veces me he preguntado qué sería de la humanidad si no hubiésemos encerrado a las emociones en la jaula-cuarto-oscuro-de-lo -irracional, si no las hubiésemos apartado de la tarea de construir sociedades … qué hubiese sido de la humanidad si hubiésemos podido desarrollar libremente nuestras emociones, expresar nuestros miedos, reconocer que la vulnerabilidad o la fragilidad son parte importante de la naturaleza humana, darles carta de ciudadanía y situarlas al mismo nivel que la racionalidad, la autonomía moral, la independencia y la libertad -principios éticos ineludibles para los fundadores del contrato social-. Pero además, pensemos, si no nos iría mejor como grupo social desarrollando la empatía, la capacidad de ponerse en lugar del otro, la sensibilidad, la compasión, la justicia social, la autoestima, tan dañada en nuestra sociedades contemporáneas. El hecho es que es un error ignorar la fragilidad humana; las situaciones de dependencia a las que todos podemos estar expuestos en algún momento de nuestra vidas. Pues si vive hasta una edad avanzada, posiblemente se desarrollen discapacidades físicas o psíquicas.

Las últimas catástrofes de nuestro complejo siglo XXI, aviones que son estrellados por pilotos emocionalmente heridos, individuos que se inmolan, atentados sobre ciudades libres y pacíficas, desordenes mentales originados por la desigualdad, por el daño irreparable en la autoestima, por la falta de reconocimiento social, por la falta de preocupación por la calidad de las relaciones entre géneros y razas. Si el racionalismo económico sigue planteándose como objetivo único el crecimiento económico sin atender a la distribución de la riqueza ni a la igualdad social, estamos lejos de encarar siquiera el problema. Pero sabemos que producir crecimiento económico no equivale a producir democracia, ni a desarrollar una población sana, comprometida y formada que disponga de oportunidades y de calidad de vida. Que la vida humana es mas compleja que lo que muestran los indicadores economicistas y es por ello que la vida en común necesita de una inversión importante en el desarrollo de estas capacidades si queremos salvar al mundo del infierno en el que estamos.

Reconocer a los otros como personas con los mismos derechos, interesarse por ellos, imaginar la variedad de situaciones y cuestiones complejas que afectan a al vida humana, pensar el bien común, imaginar un mundo juntos… desarrollar emociones, sentimientos morales, sentido de la justicia social, construir ciudadanos… ¿Cómo se construyen ciudadanos sanos? Construyendo sociedades sanas y viceversa, es un argumento circular, pero es así, necesitamos planes educativos que valoren el desarrollo de la sensibilidad a través del arte, la lectura, el pensamiento… la libertad, el respeto, el reconocimiento mutuo, primero han de formar parte del yo de cada persona, precisan de arquitecturas internas para proyectarse después sobre la sociedad como un bello edificio o como una oscura caverna… Una vez más, las catástrofes son un síntoma de nuestras enfermedades sociales.

Realmente las emociones son curvas como la trayectoria de los planetas, retrogradan y hacen una elipse que se proyecta sobre el paisaje, atenuando sus picos y sus aristas, multiplicando sinuosidades, densificando sus planicies hasta que el mundo engorda, coge volumen y densidad, aumenta su realidad y se engrandece. El caso de la racionalidad es lo contrario, objetiva la vida, la adelgaza, la precisa, saca punta a sus volúmenes, multiplica picos y aristas, la pone de perfil, miopiza su grandeza. Por ello, qué equivocados estamos cuando apreciamos más una perspectiva que otra. Cuando uno está a punto de morir no recuerda su riqueza ni sus posesiones, ni la racionalidad que gastó en el vida, recuerda la intensidad de lo vivido, el arte, los atardeceres, aquello que le deslumbró en su infancia, sus sueños, las personas a las que ha querido, el amor, recuerda el amor…

Decía Munch hablando del estilo de su pintura: “El paisaje es un medio”, un medio para expresar su estado de ánimo y sus emociones, en sus escritos cuenta que paseando con sus colegas, de repente, vio como el paisaje literalmente se retorcía… Igual que el individuo es el resultado de la sociedad que lo crea, el paisaje es una proyección de la propia psique, el lugar donde se expresa la emoción misma, así en el grito parece que una onda sonora cruza el cuadro y lo curva, exactamente eso ha sucedido hoy 13 de noviembre en Paris: una onda sonora ha cruzado la galaxia y la ha curvado….

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