Victoria Cava, una prueba de la viveza del flamenco

Ha ganado varios certámenes y ha recibido formación de algunos de los principales artistas

Es alumna de la Facultad de Comunicación de la UMU

Hay preguntas difíciles por la sencillez de su planteamiento: ¿Qué es el flamenco? Es una pregunta repetida durante los últimos siglos, sobre todo durante los más recientes 150 años. No sabemos muy bien qué contestar, entre otras cosas porque es difícil exponer los motivos, los criterios y los sentimientos con total precisión. La sensibilidad es intangible, inefable.

Pese a ello, voy a intentar hacer una definición. Lo tengo fácil, en esta oportunidad de dirigirme a todos ustedes a través de esta revista, pues tengo a alguien visible, cercano, que representa las raíces y la esencia misma del flamenco. Hablo de una joven promesa, ya convertida en realidad, que tiene todo el mundo por delante en lo personal, en lo profesional, y en tantas cuestiones como se proponga.

Me refiero a la compañera periodista Victoria Cava. Una ceheginera de pro, que ha realizado estudios de cante, de baile, de Magisterio, de Comunicación Social, y que, además, se está convirtiendo en una de las grandes aficionadas y profesionales del flamenco en la Región de Murcia y en España.
Sus maestros, que ella ha elegido, y que le han elegido a ella, son los mejores. Ha estado becada en Sevilla y en varias provincias andaluzas para formarse aún más en este ámbito. Aquí, en su tierra, cuenta con la docencia de una saga convertida en leyenda: me refiero a la familia Piñana. Del primero al último la ha adoptado en el sentido global del término para ayudarle a ser lo que el destino ya ha decidido que sea: una gran cantaora.

Tiene temple, simpatía, voluntad, formación, empeño, cordura y sensatez, así como respeto y ansias de mejorar, sin olvidar que es solidaria, amiga de sus amigos, familiar, bonita en el sentido integral del término (por dentro y por fuera)… Es tanto que debemos protegerla al igual que el alma y el duende de quienes creemos respetuosamente en este arte secular llamado flamenco.

Sus aires de “Victoria” lo son en sentido humilde. Sabe que únicamente la constancia y el trabajo serio le llevarán a buen puerto, y busca ese lugar donde encajar desde que era bien pequeña, con la ayuda, claro, de todos sus amigos y familiares, con sus padres a la cabeza. Tiene suerte: sí, la tiene de creer en sí misma y, además, puede disfrutar del hecho de que quienes la arropan y envuelven con sus mejores deseos creen de verdad en ella. Intentamos que sea así. La conozco desde hace un año, pero parece que la he visto, por auténtica, toda la vida.

Un don de los dioses

Y ahí está ese rico y extraordinario valor con la suprema gracia que otorgan los dioses en forma, en este caso, de torrente de voz (es un don excepcional), de modulada sintonía con un universo que es pura antropología y catarsis. Representa tanto que, como decía al principio, es “difícil fablar” de ello. Si el flamenco surge del olvido, de los rezagados, ella viene de lo más entrañable, del amor de una tierra linda como es su municipio natal, de unas personas que saben que el cariño engendra cariño, y eso es un bien a proteger con todo el afán del que seamos capaces.

Fíjense en el impacto que produce esta chica en su entorno que estoy escribiendo estas letras y me siento feliz por redactarlas hasta en sus más singulares y sencillas comas. En estos tiempos convulsos, que dicen en “El Señor de los Anillos”, el poder hablar sinceramente y bien de alguien llena de gozo. Si, además, ustedes pudieran leer estas letras con un poco de música y de cante de Victoria Cava se dirían aquello que tanto repetía nuestro añorado Paco Rabal: ¡Qué bien se está cuando se está bien! Yo añado: ¡Con qué poco, con qué mucho, se está de maravilla! Gracias, compañera Victoria, y procura con ayuda de los tuyos que no te cambien. Todos estamos pendientes de ti.