“UK’S OK”

El más extendido tópico sobre el individualismo británico es el hecho, no por conocido menos sorprendente, de que el pronombre personal de la primera persona se escribe siempre con mayúscula, a despecho de su posición en la frase. De este modo, cuando un inglés dice “yo” lo que dice es “I”, lo que le hace campear señorialmente, sobre todo cuando además escribe.

Mas no es esto siempre así: lo es sólo cuando un inglés piensa aislado, pues cuando piensan en manada dicen “Dieu et mon droit”, reflejo en lo colectivo de la hinchazón de sus egos, y lo dicen en francés con el ánimo exclusivo de molestar a sus vecinos del continente, mayormente a los franceses.

Fieles a su particular idiosincrasia, han dado en una forma de conducta que no tenemos por menos que resaltar por lo notable. Han concentrado en el British las más diversas advocaciones de todo dios conocido que alguna vez gozó de cierto voltaje teológico; lo de menos es que ahora luzca con luz propia. Basta con que tuviera en sus días adictos con pedigrí. Allí los dioses de los hombres de ojos oblicuos, dioses guerreros del norte, el Zeus que animó a los inmortales helenos, el Júpiter tronante de Cicerón y tantos otros, allí reposan todos sin más culto que los destellos de los inquietos japoneses cuyo dios más cercano firma todos los días el boletín oficial. Los dioses que estuvieron detrás de ataques y conquistas, posean hoy para quien los quiera ver, han pasado del templo al museo y sus libros sagrados, en tránsito similar, se reparten hoy entre las secciones de literatura y ciencia ficción.

Siendo como son las instituciones vasos comunicantes, el museo lleno de dioses ha dado lugar al templo lleno de hombres, hombres mejorados por el mármol, pero hombres al fin. En la abadía de Westminster uno no se encuentra solo, no es la presencia intuida de ningún dios lo que sobrecoge sino la presencia real, aunque pasada por la piedra, de Disraeli y cuantos alguna vez fueron algo para el imperio. Mas siendo estos pocos, han querido los ingleses hacer allí recuento de sus glorias literarias, sin más requisito que el haberlo sido siendo inglés. En el rincón de los poetas puede uno caminar sobre los restos de D. H. Lawrence, cuyo sólo poema “Higos” le habría costado la cabeza en tiempos de la reina Victoria. Allí también Charles Dobson; su afición a las niñas no ha sido aún por completo desentrañada, para desgracia de tantos aficionados (a las niñas, of course). Dylan Thomas, el poeta maldito que calculó mal los whiskys que su organismo estaba dispuesto a aguantar. A éste lo tragó la noche neoyorquina privándonos definitivamente de sus obras completas. Aunque su muerte e inmortalidad datan de 1953, siendo inglés, ha conocido ya la canonización de Westminster.

En UK, como en Alemania, como quizás en España, todos los tópicos acaban siendo verdad puñetera. Los ingleses son realmente tal y como siempre los hemos descrito, pero el aeropuerto de Heathrow tiene una pista inutilizada por mis lágrimas de la última vez que lo pisé con destino a España. Su cocina es pobre, pero se sublima en sus pubs; son brutales en un campo de fútbol, pero extremadamente corteses en la vida ordinaria; han rapiñado el mundo, pero no han dejado de sembrar cultura y atesorarla en sus museos. Tal y como vaticinó el rey Faruk, para el año 2.000 no habrá en el mundo más que cinco reyes: la de Inglaterra y los cuatro de la baraja. Pero satririzan a diario la monarquía hasta extremos aquí impensables.

En fin, se lo digo con las mismas palabras con que un taxista cockney me dio su aprobación cuando le dije que iba a Waterloo Station: “Jump in”, y gústelo por sus cuenta. UK’S OK.