Tiempo de amor, tiempo de dolor

Juan Tomás Frutos

 

Así se titula el poemario que acaba de ver la luz por obra y gracia de mi amigo, compañero y maestro Pedro Farias García. En él, como ya se evoca en su denominación inicial, se aprecian las contradicciones de todo ser humano, unas contradicciones que se acrecientan cuando hablamos de una persona tan formada en todos los ámbitos como es mi querido Catedrático de Libertades Públicas (no podía ser más acertado su empleo académico-universitario, que le define).

Intimidad propia, la que experimentamos en este texto, de quien conoce la vida en sus más variadas facetas. Saboreamos, igualmente, un extraordinario lirismo de parte de este autor que ha experimentado una musicalidad que le consolida, una vez más, como el experto poeta que es, con una técnica difícil de hallar en los tiempos actuales. Deseo destacar, tras una lectura reposada, su retorno eterno a los afectos, a sus paisajes de la niñez y la adolescencia, a sus gentes, que se ven en sus palabras, en sus dedicatorias, en sus sentimientos multiplicados en estos 23 poemas y en sus dos escritos poéticos, que siembran de amistad dos figuras que le han marcado: José Mariano González Vidal, que considera el mejor prosista de su generación, y José García Martínez, excelso periodista, persona muy estimada también por este simpar erudito. Pedro Farias se convierte en estos textos, sencillos, profundos, excepcionales, en un marinero de sueños que viaja a su Plaza de Camachos, a su Sierra Espuña, a su Tenerife…; y se mueve entre los ángeles de sus amigos, entre los de Molina Sánchez, entre los que inspiran su devoción cristiana, con reflejos y tonalidades diversas, con tristeza, con otoño y con melancólica infancia. Hay pura emotividad en esta obra, que es un encuentro con un ser humano como pocos, cercano, culto, lleno de rica historia y de chispa en sus ojos y en su vida. De él he aprendido mucho, y, cuando leo algo tan maravilloso como estas reflexiones suyas, veo que mi aprendizaje no ha hecho otra cosa que comenzar. Gracias, Pedro, por este regalo literario, por desnudarte espiritualmente una vez más.