La comunicación es el gran baluarte del individuo y de la sociedad. Nadie puede negarlo. Por eso debemos mover el engranaje cada día. Cuando nos empeñamos en no saber nada de la persona que nos acompaña en el vecindario, de aquella otra que vemos en el supermercado, de la que nos hemos cruzado por la calle cientos de veces, o de aquella que está emparentada por la biología, las aficiones, las formas de ver la vida, la naturaleza, o lo que fuese, cuando lo hacemos, dejamos atrás las diversiones y las posibilidades de un mundo que está ofertado con múltiples vectores, pero al que cada cual le debe poner un determinado nombre en forma de iniciativas y de prácticas cotidianas.