Somos comunicación

Los procesos de relación, que se sustentan esencialmente en la comunicación, en los procesos comunicativos de distinto tipo, nos convierten en seres excepcionales y capaces de aprender de lo real y de lo abstracto. Así, pues, vivamos la comunicación al cien por cien. No admitamos trances que no nos devuelvan a los momentos más genuinos. Podemos apostar con más fuerza. Estamos listos, o debemos, y seguimos, o debemos, y podemos en todas las ocasiones que nos van llegando. Cada segundo es fundamental para dar con las felicidades que hemos perseguido desde pequeños, incluso sin saberlo. La conciencia nos debe llevar, cuando menos, a intentarlo. La existencia tiene múltiples disciplinas con las que ganar varias partidas.

 

Comuniquemos, en primer término, con nosotros mismos, con entereza, con ternura también, y sigamos la estela de quienes nos han precedido. La experiencia ha de ser un grado para añadir. No consumamos el tiempo en la inutilidad de la queja fácil o del hastío que no permite emprender nuevas acciones, nuevas rutas para incardinarnos en la versión más original. Movamos esas fichas que nos pueden ayudar. Las contribuciones han de ser de todos y para todos.

Seamos un poco más sensatos cuando sea menester, y arriesguemos en los instantes que nos pueden aportar un poco de más ilusión respecto de lo que es, y de lo que nos sucede. La valentía es siempre un valor añadido, aunque nos traiga fracasos. No se equivoca el que no hace. Podemos realizar cientos de actividades. La vida es eso: intentarlo una y otra vez. Las lágrimas han de asomar casi necesariamente, pero éstas nos deben ayudar a entender lo que es, lo que nos ocurre. Lo positivo debe presidir nuestras vidas.
Sanamos cada vez que intentamos una mejoría, sobre todo cuando es compartida con quienes nos rodean, con quienes nos entendemos desde la voluntad que ha de ser razón y puro deseo. La preferencia por el equilibrio no debe hacernos olvidar el ansia de procurar llegar tan lejos como sea posible teniendo presente el bienestar ajeno, el de los otros. Todos tenemos derecho a ser dichosos. La confianza ha de ser un arma amiga, un punto de apoyo lícito para corregir los momentos de un cierto hastío. Nos preferimos, debemos. Nos hemos de rodear de la hegemonía por y para dar con las claves de unas amistades profundas.
La profusión de ambientes ceremoniales no ha de restar la validez a lo estupendamente emblemático, que nos prefiere con sus normas no dadas en esfera alguna. Las consultas nos han de valer para saber en qué nos hallamos más fuertes. Exploremos lo que sentimos, lo que tenemos, lo que somos. Las actitudes han de recogerse en y con emociones intensas. No nos ceguemos por lo que otros nos dicen. Hagamos caso a nuestros pálpitos internos, que han de subirnos a una cima que nos permitirá otear lo mejor de lo mejor. Seguro que hallaremos espacios suficientes para que la comunicación y sus cosechas nos lleven a cotas precisas y gratificantes. Vivamos esos procesos comunicativos que explicitan todo, o casi. Somos comunicación. Las garantías y posibilidades que ésta nos ofrece nos colocan en un lugar de puro privilegio.