“Hablan los colaboradores”

Si no recuerdo mal, hará aproximadamente dos décadas que apareció el primer ejemplar de “Campus”. Gobernaba la Universidad de Murcia el equipo del recto (además de rector) D. Antonio Soler Andrés, y supervisaba el área entonces denominada “De extensión cultural” D. Fernando Muñoz Valcárcel.

La conversión del antiguo Boletín Universitario –listado más o menos exhaustivo de las actividades de la casa- en periódico tenía un alcance mayor de lo que a primera vista podía suponerse. Visto con la perspectiva de los años, se me antoja que aquello fue una declaración de principios. Se abría una puerta a la opinión; una puerta reglada, estructurada, y dirigida de manera absolutamente profesional por el equipo directivo de la revista, encabezado por el profesor Pozuelo. Además, esta iniciativa era colofón de un período de rara efervescencia cultural dentro de la propia corporación, en la que se estructuraron disciplinas no exactamente académicas a través de las denominadas Aulas.
Se diseñó la publicación intentando un equilibrio (a menudo logrado) entre las indispensables secciones y las aportaciones ocasionales, con lo que se logró crear un verdadero medio para el debate y la reflexión, o lo que es lo mismo, un foro orgánico.
Tengo la sensación más que la indubitada convicción de que en todos estos sentidos “Campus” fue pionera. Su éxito lo atestiguan, no ya su enorme tirada para un periódico de esta especie, sino sobre todo la celeridad con que se agotaban los ejemplares, nada más ser repartidos por los puntos estratégicos. No ya la fama de algunos de sus articulistas, sino la cantidad y calidad de esas ocasionales colaboraciones de quienes formaban el tejido universitario.
La verdadera dimensión de la primera etapa de “Campus” queda puesta de manifiesto por la dura selección de los artículos publicados.
Su importancia en la vida universitaria se demuestra por las intrigas palaciegas, alguna censura, y por el miedo que llegó a suscitar en ciertos sectores.
Cuando las enmucetadas autoridades convinieron que aquél experimento excedía las previsiones tolerables para una existencia pacífica y armónica de la gobernación de la Academia, optaron por “la calle de en medio”; esto es, limitaron los contenidos a los del viejo boletín universitario, respetando un formato de revista. Una vez vacía de pensamiento y crítica, el propósito se cumplió: la publicación dejó de interesar, y so pretexto de ser un gasto inútil, fue rematada definitivamente hace unos años, dejando paso a un magnífico, administrativo y claustral silencio.