Premuras irremediables

La sociedad que nos toca vivir es la de la superabundancia y superproducción, y eso nos lleva a contradicciones y carencias que debemos explicarnos con quietud. Las prisas son las malas consejeras de este tiempo que nos ha tocado vivir. Todo va para ayer, con premuras, entre superficialidades que nos conducen con más velocidad al día siguiente, que ya llegamos doblemente tarde. Todo es fruto de la celeridad. Vamos raudos al trabajo, y también a casa.

Hacemos todo rápido: enseñamos rápido, y nos educamos, o algo así, con la premura del que sabe mucho o bien no sabe nada. Puede que lo último sea un argumento que escondemos con la transitoriedad de unos mensajes que van fluyendo y desapareciendo casi antes de convertirse en cuestiones esenciales.

Y, claro, las prisas nos llevan a recortar conocimientos, sus expresiones, los párrafos… No tenemos tiempo y lo perdemos para no perderlo después leyendo lo supuestamente inútil, o lo que no tenemos tiempo de interpretar; y luego, vuelta a empezar. Es un tanto esquizofrénico lo que experimentamos hoy en día. Nos damos cuenta de ello, o hacemos que lo vemos, pero lo cierto es que todo sigue ocurriendo igual o peor. La velocidad del mes pasado se incrementa en éste.

De vez en cuando vienen los accidentes, algunos mortales, y, por lo tanto, irremediables. Caemos ante las barricadas de un destino que nos hace saltar por los aires en la economía, con nuestros coches, detenidos de vez en cuando por los errores mecánicos o personales visualizados en forma de velocidad, a través de nuestros sistemas cardiovasculares, que nos hacen arrastrar penas y dependientes calidades de vida…

Pasa la existencia a todo esto, compañeros y compañeras, y lo hace, igualmente, deprisa. Cuando analizamos lo que hacemos, nos damos cuenta de que no llegamos tampoco: el tiempo se nos agota. Nos falta para vivir, para ser nosotros, para recuperar infancias, adolescencias o etapas de madurez que se fueron extinguidas por el fuego de las prisas, de nuevo para nada, para empezar otra vez, para acogernos a letargos que nos exprimieron con torturas de insanas mentes, enturbiadas por lo urgente, y pocas veces por lo importante.

Sí, pedimos hacer todo recortado. Recortamos el tiempo de la faena, del aprendizaje, de la familia, de lo que queremos narrar, de nuestras vidas, y, a menudo, esos recortes nos hacen perder de nuevo el tiempo, pues nos marchamos antes de que nos salgan las cuentas, que, para quien no lo sepa, cuando no tenemos hartura, cuando no sabemos pararnos y plantarnos, no salen, nunca salen, o pocas… Cojamos los ejemplos cotidianos y busquemos la sencillez de la vida, eso sí, sin tantos recortes, que ya se encarga ella, la propia vida, de mostrarnos sus tijeras. Contemplemos lo que ocurre en la calle y advertiremos que la gran mentira es seguir corriendo hacia la infinita nada.