Por los atractivos en la Comunicación

Lo primero que nos atrae en cualquier circunstancia es lo que nos llega externamente, que, por supuesto, ha de estar acompasado con lo endógeno. En la comunicación funcionan muchos resortes que permiten, invitan o incluso fomentan su proceso, su impacto, el cumplimiento de sus objetivos. El positivismo, las buenas maneras, el intentar ceder en tiempo y forma, el llegar a donde nos hemos marcado unos objetivos compartidos, el utilizar la intuición y la belleza serena en todos los ámbitos (los físicos, los intelectuales, los espirituales)… Todo eso nos conduce por itinerarios de perfeccionamiento y de llegada hasta los umbrales más estimados.

Una sonrisa ayuda a contar lo que queremos trasladar a los otros, así como una cara amable, un carácter conciliador, un instante de pasión, una voluntad decidida, una querencia demostrada, un deseo de pacto y de consenso… Todo eso contribuye a que los demás compartan criterios y buenos anhelos. Hemos de procurar que haya “chispa” en todo aprendizaje, en toda relación, a la hora de negociar, de convencer o de relatar lo que nos interesa en aras de una mejora que hemos de perseguir que sea compartida. Ello siempre garantiza una cierta continuidad.

El encanto puede ser entendido como el pan de la comunicación, incluso en un sentido extenso. Pan en griego es todo. Por consiguiente, el “summun” en la comunicación vendría de la mano del envoltorio, del atractivo, de las buenas formas, del entendimiento en un sentido pleno, eso sí, siempre desde la óptica de la buena intención. Ésa es otra de las bases: hemos de perseguir hacer las cosas de la mejor manera posible, y así nos hemos de manifestar siempre que podamos. El eje de la vida está en ello, en las posturas acordes con los mejores fines.

El conocimiento y la seguridad que lleva en paralelo son también buenos matices hacia el brillo en la comunicación. Cuando alguien sabe y es capaz de demostrarlo hallamos en él, o en ella, un encanto especial difícil de glosar. La naturalidad, el deseo de hablar con sosiego, con tranquilidad, desde el respeto, contribuye a los mismos objetivos encantadores. Escuchar al otro, las verdades ajenas, las experiencias que nos llegan con voces de todo tipo, el saber dar y recibir datos, informes, cifras, etc., todo ello nos oferta una pasión con la que podemos encandilar a los otros. Es fundamental que, en proceso, nos gustemos a nosotros mismos, y así tendremos más opciones de complacer a los demás.

La felicidad, el tenerla, el irradiarla, nos conmueve, y, paralelamente, nos traslada al escenario de entendimiento compartido. Llegamos mejor con una actitud de decoro, de ponderación, de equilibrio, que con fermentos excesivos. Tengamos en cuenta, igualmente, a todos, a los más inteligentes, a los que tienen verdades más sencillas, a los que nos vienen con diferentes sones, a los que no atienden nuestras razones… Sí, a todos. En cada uno de nosotros hay verdades de las que aprender. Conociendo a los demás, trasladamos comunicación, pues damos a entender que somos capaces de oír los destinos y preferencias de cuantos nos rodean. Tengamos los espíritus abiertos. De esta guisa también repartimos encanto y fomentamos la comunicación.

No nos encerremos en nosotros, miremos sencillamente a la cara, sepamos del lenguaje gestual, del verbal, del manejo de las distancias, de las intenciones de unos y otros, y sepamos, fundamentalmente, modificar actitudes cuando no estén en el camino más correcto. Reconocer errores es de sabios, y, además, comunica. Pensemos en nosotros mismos, claro, en lo que queremos, y en si los mensajes se proyectan y llegan como deseamos, pero, insistamos, pensemos también en los demás. Sin ellos, no hay comunicación. No hay, al menos, buena comunicación, que ha de sustentarse en interesantes atractivos.