Por el liderazgo comunicativo

Intentemos hacer las cosas bien, todos los días, a todas horas. Comuniquemos registros, razones, seres. No paremos de estudiar. No dejemos que el territorio de la imaginación se quede sin espacio para crecer intelectualmente, en lo anímico, en destrezas que se alejen de lo superficial. Para ello son necesarios códigos deontológicos, implicaciones formativas, estadios comunicativos con los que tocar el fondo y la forma con cuestionamientos de ciencia más o menos exacta y de índole variada.

Los espacios en los que hemos de interrelacionarnos han de ubicarnos en una amplitud conceptual, en unos procedimientos expansivos donde el aprender sea la fijación máxima con la que compartir sinceras experiencias. Han de permitir la libertad, la ilustración y la querencia con una confianza plena. La fe en los demás se gana con comunicación. No olvidemos que, cuando ésta no se ejerce, lo que tenemos, aparte de un silencio no rentable, es incomunicación, es decir, incapacidad para saber lo que el otro quiere o dice, para entenderle, para “consensuar”, para solucionar problemas y/o necesidades.

No dejemos para mañana lo que podemos hacer hoy. El liderazgo, aunque sea anónimo, se ejerce con fuerza, con empeño, con garbo, con intención e intuición, con insistentes dichas que han de provenir de relaciones no encadenadas. Hagamos que las sensaciones arropen la razón, y seguramente daremos con solvencias que pacificarán muchas fases de nuestras existencias.

Insistamos en aquello que nos parece importante, y hagamos que lo sea con unas fortunas resistentes. No hay mejor tesoro que tener neuronas capaces de aprender de los argumentos razonados de los otros, pero tengamos presente también que las actitudes se forman con las costumbres, con los usos, de modo que es imposible que asumamos el parecer de los demás si no hemos trabajado previamente en ese sentido, en esa dirección.

Asimismo, nos debemos invitar a hacer en la jornada presente lo que podría ser tentación de dejar para otro momento o instante. No hay mejor postura que afrontar las cosas en tiempo y forma sin que se nos acumulen deberes. Hemos de aprender todos de todos en una dinámica estrecha y viva, permanente, colmada de consejos y de gratitudes.

Hagamos, pues, que las cosas rueden desde la idea, que es más que un ideal, que lo es con seguridad tangible, de mejorar los lazos de conexión y de unión con nuestros conciudadanos y conciudadanas. Las relaciones y las negociaciones lo notarán, y mucho. Será para bien. Todos estamos en el mismo barco. Lo importante es que lo advirtamos así.