Paulina Real

Paulina Real

Conocí a Paulina Real hace unos años, cuando expuso en la sala Caballerizas de los Molinos del Río, en Murcia. A decir verdad, fui a ver la exposición, y a hablar con la joven artista, por recomendación de un amigo, el pintor ciezano (como Paulina) Pepe Lucas. Lo hice, en cierto modo, obligado por la amistad, y esperaba ver a una discípula del propio Lucas. Por decirlo de otro modo, una imitadora, por lo que no tenía la esperanza de grandes sorpresas. Sin embargo, me encontré con una pintora original en la medida en que no se encontraba entregada a los juegos metapictóricos actuales, sino que volvía la mirada hacia atrás, hacia un pasado reciente (volver al origen es una forma de ser original), hacia una abstracción que había cruzado el siglo veinte sin ser, exactamente, “popular”, y que ya comienza a ser olvidada.

Realmente, sí, había allí, en aquellos cuadros de medio y gran tamaño, un tono que recordaba levemente a Pepe Lucas, pero no se trataba, ni mucho menos, de un epígono o de un copista. Antes bien, había una fuerza propia, a veces rotunda y, sorprendentemente, en medio de la abstracción colorista, una “narratividad” diferente, sin iconos identificables, pero que hablaba de una memoria del mundo, de sus comienzos, de una fuerza memorial entre el fuego y el cielo rojo (un crepúsculo o una aurora que recordaban por su emotividad nada menos que a los de Turner).

Paulina actuaba allí como antigua alquimista, que en este caso no buscaba el metal precioso, sino el metal del tiempo fundacional, el oro del tiempo, su memoria todavía caótica, incendiada en un amanecer primero. ¿De dónde salía aquella joven que no había sido incluida hasta entonces en selecciones de jóvenes artistas de la región ni había ganado premios que suelen tener los jóvenes creadores murcianos, como el Murcia Joven? El secreto era sencillo: Paulina, por razones que no vienen ahora al caso, había establecido una especie de puente aéreo entre Cieza, su localidad natal, y Galicia, donde estudió Bellas Artes. Allí, dentro de la brevedad de su currículo, dada su juventud, posee ya un historial de exposiciones y es conocida.

Después de aquel primer encuentro la he seguido, he visto otras obras suyas, cuando ha expuesto en galerías o instituciones me ha enviado el catálogo de la muestra, en fin, he ido familiarizándome con su pintura. Sus cuadros siguen conservando una fuerza fascinante, diferentes de aquellos primeros que vi en su día, pero sin rupturas compulsivas, manteniendo el hilo del que vienen, fieles a esa luz inaugural que inunda toda su pintura.

Antonio Parra

Fotos: Luis Urbina